El Apóstol San Juan nos dice que, durante el período de los siete años de la Gran Tribulación, período que comenzará después de la guerra que tendrá lugar en Medio Oriente, dos figuras claves destacan como protagonistas: se trata de dos mujeres, una de ellas “vestida del sol”, la otra descrita como una “gran ramera”.
De la primera se dice:
“Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol y con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”(Ap 12, 12).
De la prostituta se dice:
“Ven acá; te mostraré el juicio de la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con la que han fornicado los reyes de la tierra, embriagándose los moradores de la tierra con el vino de su prostitución. Y me llevó a un desierto en espíritu; y vi a una mujer sentada sobre una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y cubierta de oro y piedras preciosas y perlas, y llevaba en su mano, por una parte, un cáliz de oro lleno de abominaciones y, por otra, las inmundicias de su fornicación (Ap 17, 1).
Si observamos, la primera Mujer tiene un enorme parecido con la Virgen de Guadalupe, aparecida en México en 1531, de allí que diversos predicadores desde el siglo XVI hasta nuestros días, consideren que el papel más decisivo de esa aparición tendrá que ver con la misión que le espera a México durante la Gran Tribulación. Y no están lejos de la verdad.
La Mujer que vio San Juan, así como la Mujer que se apareció a San Juan Diego en el Cerro del Tepeyac, no representan a la Virgen María que concibió a Jesucristo en Belén. Ella dio a luz hace dos mil años. La Mujer del Apocalipsis está para dar a luz, está encinta. Más aún. Delante de Ella está el Dragón, figura de Satanás, esperando a que nazca el niño para devorarlo: “el Dragón se colocó frente a la Mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su Hijo luego que ella hubiese alumbrado”.
Con todo, la antigua serpiente no puede llevar a cabo su propósito, ya que la Mujer y su Hijo recién nacido serán llevados al desierto en donde serán sustentados por tres años y medio: “Cuando el Dragón se vio precipitado a la tierra, persiguió a la Mujer que había dado a luz al varón, pero a la Mujer le fueron dadas las dos alas del águila grande para que volase al desierto, a un sitio donde es sustentada por un tiempo y (dos) tiempos y la mitad de un tiempo, fuera de la vista de la serpiente”.
La otra mujer del Apocalipsis, la gran ramera, tiene en su frente escrito un nombre “Babilonia la grande, la madre de los fornicarios y de las abominaciones de la tierra. Esa mujer está ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús; y al verla me sorprendí con sumo estupor”.
Ahora bien, en el Antiguo Testamento, la “mujer” significa constantemente Israel, es decir, la religión del pueblo judío.
En el Nuevo Testamento, la mujer representa a la Iglesia. San Pablo la describió con la figura de una doncella, una virgen que se va dar en matrimonio a Cristo.
Las dos mujeres del Apocalipsis representan la religión en sus dos polos extremos, la religión corrompida y la religión fiel; la Iglesia verdadera y la falsa iglesia; la sana doctrina y la doctrina contagiada por los criterios mundanos, la nueva iglesia que practica la doctrina de la New Age.
La Gran Ramera sentada sobre la Bestia es la falsa iglesia que apoyará el Nuevo Orden Mundial, socialista y ateo, al frente del cual se posicionará el Anticristo. Esa religión adulterada, en la persona de un anti-Papa, justificará el Gobierno Mundial y lo promoverá apuntalando la nueva religiosidad universal, la de una hermandad horizontal, pagana y laicista.
La Mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies, a punto de dar a luz, y que lleva una corona de doce estrellas sobre su cabeza, es la Iglesia fiel. El vestido de sol es la fe verdadera, y la luna bajo sus pies es el mundo cambiante; la corona de doce estrellas es la plenitud de la doctrina y los predicadores de la misma, siguiendo la inspiración de los primero doce misioneros, los apóstoles.
Estos dos aspectos de la religión, el fiel y el adulterado, son perfectamente distinguibles para Dios, pero no necesariamente para nosotros. La cizaña se parece al trigo, y estos no serán separados sino hasta el día de la siega. Por eso, son dos los ángeles que siegan el Día de la Gran Ira de Dios: uno cortará la mies madura, y el otro a los racimos que han de ser pisoteados en el gran Día de la Ira de Yahvé. Íntimamente entremezcladas y confundidas estuvieron por siglos, y lo están más ahora, la Iglesia Santa e Inmaculada y la iglesia farisaica y adulterada, la parte carnal de la Iglesia, el “humo de Satanás infiltrado por las grietas de la Iglesia” a que se refirió Paulo VI, la masonería satánica que se ha introducido para destruirla desde dentro golpeando lo más sensible, que es la fe.
Por eso, la ramera lleva en su frente el nombre de la gran Babilonia, la Roma que representa la parte desvirtuada de la Iglesia, y específicamente la Iglesia de los Últimos Tiempos en la que prevalecerá la mentira y la modernidad, la falsa iglesia que no es ya la Iglesia de Cristo, porque Roma estará en connivencia con el Falso Profeta, el cual está al servicio del Anticristo.
Esto sucederá a partir de que la Iglesia Verdadera haya sido recogida y llevada al desierto, es decir, cuando el trigo haya sido guardado en el granero y la paja esté entonces pronta para la quema. Esta alegoría simboliza dos situaciones que son reales y no metafóricas: el Arrebato de los fieles, para los totalmente santificados, y la persecución para el resto fiel, misma que durará tres años y medio, a partir de que el Anticristo rompa el pacto a favor de Israel, y hasta el día del glorioso retorno de Cristo.
Y es que una prostituta no se distingue, ni en la naturaleza ni en su forma, de una mujer honesta. Sigue siendo mujer. Pero la mala mujer, la Gran Ramera, está sentada sobre la Bestia.
Esto es lo que significa el Falso Profeta, quien promoverá la nueva hermandad universal que estará al servicio del Anticristo, quien también se parecerá a Cristo en un inicio. Por eso dice la Escritura que “el Falso Profeta hablaba como el dragón, pero tenía dos cuernos semejantes al Cordero” (Ap 13,11).
La Gran Ramera es un cristianismo esencialmente desvirtuado, en el que ya no se cree en la Eucaristía, en el Rosario, en los mandamientos de la Ley de Dios, en la Ley Natural, en lo que el pueblo de Dios ha creído por dos mil años.
Así pasaba cuando vino Cristo: eran tiempos confusos y tristes. La religión estaba pervertida en sus jefes y consiguientemente en parte del pueblo judío. Por eso Jesucristo decía a sus apóstoles “haced todo cuanto os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen”.
Lo mismo pasa hoy: se propaga el aspecto carnal de la religión, ocultando, adulterando y aún persiguiendo a la verdad. El culmen de este proceso será cuando en el lugar santo termine de instalarse el misterio de la iniquidad, el de la Gran Ramera, embriagándose con la sangre que los mártires derramarán durante la Gran Tribulación.
Por eso, la parte fiel de la religión, es decir, la Mujer Vestida del Sol, la Iglesia fiel, padecerá “dolores de parto”, y el Dragón estará a punto de tragar a su Hijo, el cual se salva por poco; y Ella, la Iglesia verdadera, se salvará porque huirá a la soledad, a catacumbas, con dos alas de águila, y aún allí la perseguirá la oleada del agua sucia y torrentosa que el Dragón lanzará contra Ella. Pero la nueva esposa, con el crisol del sufrimiento y la purificación quedará sin mancha, inmaculadamente concebida de nuevo, es decir la Iglesia verdadera, la Nueva Iglesia que estrenará ese Reino verdadero que Cristo vendrá a inaugurar en su Parusía siete años después de que el Anticristo se manifieste al mundo.
El error fundamental de nuestra época es que se quiere amalgamar el reino de Dios con el mundo, lo cual es exactamente lo que la Sagrada Escritura denomina “prostitución”.
Las dos mujeres son hermanas, nacidas de una misma madre, la religión, el profundo instinto religioso, pero una se ha prostituido.
La Bestia de la tierra (el Falso Profeta) se parece al Cordero, porque hace milagros y prodigios engañosos, y promete la felicidad, y habla con palabras hermosas, llenas de halago; promete el reino en este mundo, pero el reino con las solas fuerzas del hombre, independiente de Dios, así como la serpiente le prometía a Cristo todos los reinos de este mundo en el monte de las tentaciones.
La Mujer vestida de sol es el pequeño resto fiel que resiste los embates del Dragón y de la Segunda Bestia.
Así resumió esa situación el Cardenal Karol Wojtila, durante el Congreso Eucarístico de Filadelfia, en 1977: “Estamos ahora ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya pasado. Estamos ante la contienda final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. Esta confrontación descansa dentro de los planes de la Divina Providencia y es un reto que la Iglesia entera tiene que aceptar”.
Y durante la Audiencia General del 12 de enero de 2005: “El incremento de la violencia y la injusticia en el mundo es obra de un Satanás furioso, al cual no le queda mucho tiempo. Él sabe que no le queda mucho porque la historia está a punto de experimentar un cambio radical en la liberación del mal, por lo cual Él está reaccionando con grande furia”.
En su libro “Quetzalcóatl y Guadalupe”, Jaques Lafaye retoma un par de obras guadalupanas correspondientes a sermones del siglo XVIII. En ellos se lee: “La Virgen María, aparecida en su imagen de Guadalupe, dotó a los mexicanos de un carisma de identificación con la Mujer del Apocalipsis. Al referirse a las profecías atribuidas al apóstol San Juan, dejaba ver en la mariofanía del Tepeyac el anuncio del Fin de los Tiempos, a los cuales subsistirá la Iglesia parusíaca de María. Del mismo modo que Dios había elegido a los hebreos para la encarnación de su Hijo Jesús, del mismo modo María, la redentora del Final de los Tiempos, la que triunfará sobre el reino del Anticristo, quiso elegir a los mexicanos”.
Si México fue elegido como lugar para sembrar el virus que provoque en el mundo la involución autoritaria que anestesie y neutralice la protesta civil por el colapso financiero y la guerra, con lo cual intentarán justificar la implementación del Gobierno Mundial, ¿no podrá también de México salir la chispa de renovación espiritual que mostrará al mundo el triunfo de la Iglesia fiel? Así lo entendieron muchos predicadores de siglos anteriores al contemplar a la Virgen de Guadalupe. ¿Lo entenderemos nosotros?
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