viernes, 8 de julio de 2016

EL PERFUME DE LA SANTIDAD

El perfume de la santidad en el Jardín de la Inmaculada

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“... Comprendí que todas las flores que él ha creado son hermosas, y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume ni a la margarita su encantadora sencillez.  Comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas… Eso mismo sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira a sus pies.  La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos… Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere él descender! Éstas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina… Abajándose de tal modo, Dios muestra su infinita grandeza. Así como el sol ilumina a la vez a los cedros y a cada florecilla, como si sólo ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa también Nuestro Señor de cada alma personalmente, como si no hubiera más que ella. Y así como en la naturaleza todas las estaciones están ordenadas de tal modo que en el momento preciso se abra hasta la más humilde margarita, de la misma manera todo está ordenado al bien de cada alma…” (Historia de un alma, Santa Teresita del Niño Jesús).
San Maximiliano tenía una devoción especial por Santa Teresita de Lisieux. Además de citarla en numerosas conferencias, el P. Kolbe hizo un pacto con la santa carmelita: él la pondría en el altar en cada Eucaristía y a cambio ella se ocuparía de sus misiones. Sólo el Cielo conoce la íntima comunión que compartirían la Patrona de las Misiones y el P. Kolbe, comunión que ahora continúan desde el Paraíso, junto a la Inmaculada. ¿Por qué no continuar desde la Milicia de la Inmaculada (MI) este “pacto” que hizo San Maximiliano con Santa Teresita? Acerquémonos a esta Doctora de la Iglesia que nos revela la santidad a través del “caminito del amor” y pidámosle que, junto al P. Kolbe, siga ocupándose de la misión de la MI. Reconozcámonos “florecillas” del jardín de María creadas por Nuestro Padre Celestial e inundemos el mundo entero del perfume más bello, el perfume de la santidad, el perfume de la Inmaculada.

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