«un enemigo fue y sembró cizaña»
Pero el proyecto salvífico planeado por Dios desde el origen del mundo pronto se vio truncado por el empeño del antiguo enemigo de llevar a todos los hombres a la perdición. Estamos hablando del mismo diablo. Una excelente descripción de este ángel caído la ofrece el proemio que abre el actual ritual de exorcismos: “En la sagrada Escritura, el Diablo y los demonios son denominados de diversas formas, alguna de las cuales hace alusión en cierto modo a su naturaleza y a su actividad. El Diablo, que es llamado Satanás, serpiente primordial y dragón, él mismo es quien seduce a todo el mundo y hace la guerra a aquellos que guardan los mandatos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús (cf. Ap 12, 9.17). Se le designa como enemigo de los hombres (1P 5, 8) y homicida desde el principio (cf. Jn 8, 44), puesto que por el pecado hizo al hombre sometido a la muerte. Porque con sus insidias provoca al hombre para que desobedezca a Dios, aquel Malvado es llamado Tentador (cf. Mt 4, 3 y 26, 36-44), mentiroso y padre de la mentira (cf. Jn 8, 44), que obra astuta y falsamente, como se muestra en la seducción de nuestros primeros padres (cf. Gn 3, 4.13), intentando que Jesús se desviara de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11; Mc 1, 13; Lc 4, 1-13), y, por último, en su apariencia de ángel de luz (cf. 2Co 11, 14). Se le llama también príncipe de este mundo (cf. Jn 12, 31; 14, 30), es decir, del mundo que yace entero en poder del Maligno (cf. 1Jn 5, 19) y no conoce la Luz verdadera (cf. Jn 1, 9-10). Finalmente, su poder se manifiesta como poder de las tinieblas, puesto que odia la Luz, que es Cristo, y arrastra a los hombres hacia sus propias tinieblas. Por su parte, los demonios, aquéllos que con el Diablo no observaron la hegemonía de Dios (cf. Judas 6), se hicieron réprobos (cf. 2P 2, 4) y son los espíritus del mal (cf. Ef. 6, 12), como espíritus creados que pecaron, y son llamados ángeles de Satanás (cf. Mt 25, 41; 2Co 12, 7; Ap 12, 7.9), lo que puede significar también que les ha sido confiada una misión por su maligno príncipe”.
Así pues, vemos como desde el origen de la creación el demonio ha ido desempeñando su plan destructor provocando la idolatría y el rechazo de Dios, sin dudar, incluso en enfrentarse al mismo Cristo en el desierto. Es importante observar a este respecto que las intervenciones del diablo en sus palabras nunca son ni groseras ni, aparentemente, exentas de verdad.
Los discursos del diablo
En el leccionario católico-romano del ciclo A, para el primer domingo de Cuaresma se ofrecen una serie de lecturas (Gn 3 y las Tentaciones) que dan una clara muestra de la sibilina acción de Satanás para apartarnos de Dios. Los discursos que el diablo profiere tanto en el capítulo tres del Génesis como en las tentaciones del evangelio de Mateo contienen seductoras frases que, superficialmente oídas, no contienen maldad alguna sino una lógica aplastante pero que profundizando resultan ser corrosivos y venenosos. Veamos algunos ejemplos.
Satanás tiene la habilidad de plantearnos el pecado de tal manera que en nada repugnen a nuestro querer. Si el pecado fuera algo desagradable seguramente ni nos acercaríamos, pero con frecuencia el pecado tiene las mismas características que aquel fruto del árbol prohibido, es “apetitoso, atrayente y deseable”. La gran victoria del demonio en el s. XXI es doble: por un lado hacernos creer que no existe y por otro, la de haber subvertido de tal manera nuestras consciencias que nos hace ver como bueno lo que realmente es malo y como malo lo que realmente es bueno. Y en estas lides es en la que estamos todos inmersos.
En la primera tentación, hemos caído al convertir piedras en pan, es decir, adaptar la realidad a nuestros intereses y opiniones. Es la constante ansía del hombre de tenerlo todo controlado, las cosas no son como son sino como yo quiero que sean. Es lo que está proponiendo la ideología de género, por ejemplo, que no acepta la realidad biológica de las personas y pretende desnaturalizarla. Esta tentación hace pecar contra la virtud de la honradez, de la honestidad con nosotros mismos y con los demás.
Frente a esta tentación, Jesús nos remite a la Palabra de Dios, es decir, a la ley divina inserta en el mundo y en la creación. A respetar “las reglas del juego” para no romper el equilibrio de fuerzas.
La segunda tentación va dirigida en este sentido: tirarnos al vacío y sin red. A veces vivir la fe en este mundo nuestro conlleva riesgos bastante graves, cansancio, tristeza; y lo más sencillo es romper con todo y dejarnos arrastrar por la mayoría hasta el punto de llegar a una esquizofrenia en la fe, es decir, una cosa es lo que creo y otra la que practico. En definitiva es una tentación en contra de la providencia divina, del cuidado de Dios por cada uno de nosotros. Es la tentación del hastío, del abandono y de la apostasía silenciosa.
Frente a esta tentación, Jesús nos recuerda que el amor a Dios está por encima de cualquier otra cosa. Que lo que realmente merece la pena es tener siempre la amistad de Dios para evitar la vergüenza de vernos desnudos como Adán y Eva. Que aunque cueste, la fe es algo que merece la pena conservar y no perder; reforzar y cultivar cada día por medio de la oración y la formación. Nos enseña que aunque todo se nos ponga en contra, el que se pone del lado de Dios no se arroja al vacío sino que contará con el servicio y ayuda de los ángeles.
La tercera tentación es la de aquellos que han caído en el abandono y la desesperación al entregarse por completo a la adoración al demonio y a sus obras. Aquellos que han perdido la rectitud de conciencia. Los que para imponer sus ideas no tienen escrúpulos de profanar un templo religioso o la inocencia de un niño. Los que para lograr sus objetivos pretenden acallar las opiniones divergentes y no les importa lo más mínimo pisotear a quienes se interponga en su camino.
Ante esta tentación, no cabe diálogo ninguno, sino el rechazo más firme al demonio y a todo lo que provenga de él. Solo Dios y su obra son dignos de nuestra adoración y homenaje. La vida adquiere su pleno sentido cuando se vive en servicio constante y adoración permanente a Dios, nuestro Señor.
Así, la obra del demonio ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad. El demonio ha enfuscado la mente y las conciencias de los poderosos de la tierra quienes, llevados por su codicia y envidias, pasiones y desenfrenos, no cesaron de patrocinar guerras crueles que diezmaron la población y sometieron a los pueblos. Los demonios se manifestaron en imágenes de barro, de piedra, plata y oro, que reclamaban un culto cruel e inhumano para poder seguir sometiendo la tierra. De entre las peores manifestaciones, la del dios Moloc era la más cruel pues reclamaba el sacrificio de niños para garantizar la supervivencia de la tribu o de la ciudad. Estos sacrificios eran revestidos de danzas y músicas que ahogaban el estentóreo grito y los duros lamentos de las víctimas.
Los demonios, devenidos en dioses paganos, preferían las víctimas más inocentes, puras e íntegras de entre la raza humana, esto es: los niños y las vírgenes. Al lado del dios Moloc encontramos la mítica figura del Minotauro, en la isla de Creta, quien debía ser alimentado con carne de mujeres vírgenes para garantizar la protección de la urbe. También los animales tenían un halo sagrado que los hacía intocables o depositarios de poderes taumatúrgicos. Y si nos paramos a pensar despacio, estos tres elementos –niños, vírgenes y animales- hoy han vuelto a tomar importancia en el neo-paganismo en que nos encontramos. Hoy, como ayer, el diablo sigue reclamando su culto y sus víctimas: los altares de Moloc hoy son los abortorios; los laberintos del Minotauro son la promiscuidad e impureza que ridiculiza la virginidad; los animales sagrados hoy son los lobbysanimalistas que pretenden subordinar lo humano a lo animal, o en el peor de los casos, animalizar a los humanos.
Y a pesar de la importante obra del cristianismo, los demonios siguieron perviviendo en las subculturas que en la sociedad se iban creando dando lugar a la brujería, al latrocinio, al saqueo, a las violaciones, a las inmoralidades. Pero, aun así, era una lucha débil y con ninguna o escasa incidencia en la sociedad. Quizá despuntara alguna herejía o controversia provocada por la confusión de la mente que el diablo provocaba. Y así, se fue plantando, a lo largo de los siglos, la semilla de la cizaña que aguardaba, pacientemente, el momento de su eclosión.
Continuará…