La inquietante concepción protestante de la Eucaristía por parte de Francisco y su posible abolición mediante la anáfora de Addai y Mari
- INTRODUCCIÓN: EL DOCUMENTO DEL “CONFLICTO A LA COMUNIÓN. CONMEMORACIÓN CONJUNTA LUTERANO-CATÓLICO ROMANA DE LA REFORMA EN 2017” COMO POSIBLE RAMPA DE SALIDA PARA LA ABOLICIÓN DE LA MISA
Hace unos meses dábamos la voz de alarma en este artículo (1) ante el devastador ataque a la Eucaristía que suponía la publicación del Documento “Del conflicto a la comunión”, publicado en octubre de 2013. Dicho Documento había sido aprobado por el Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, presidido por el Card. alemán Walter Kasper, teólogo de cabecera de Francisco, cuyas tesis favorables a dar la comunión a las personas que vivan en adulterio y sin castidad parecen haber sido apoyadas plenamente en Amoris Laetitia.
Mi artículo se titulaba “HACIA LA DESACRALIZACIÓN FINAL DE LA EUCARISTÍA: EL DOCUMENTO “DEL CONFLICTO A LA COMUNIÓN. CONMEMORACIÓN CONJUNTA LUTERANO-CATÓLICO ROMANA DE LA REFORMA EN 2017. INFORME DE LA COMISIÓN LUTERANO-CATÓLICO ROMANA SOBRE LA UNIDAD”. UNA POSIBLE RAMPA DE SALIDA HACIA LA SUPRESIÓN DEL SACRIFICIO PERPETUO DE LA MISA”. Ese infame documento apoyaba veladamente las tesis luteranas sobre la Eucaristía al omitir la doctrina de la transubstanciación como doctrina necesaria de la misa católica y aspiraba, ¡horror! a crear una liturgia compartida en la que los luteranos pudieran estar cómodos, a costa de la omisión de la fórmula consagratoria. Se trataría, ni más ni menos, que de la abolición del sacrificio perpetuo de la que nos hablaba Daniel 12, 11.
Ese Documento es la gota que colma el vaso. En efecto, la Eucaristía, Cristo presente realmente bajo la especie del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad lleva mucho tiempo sometida a un furibundo ataque, desde dentro mismo de la Iglesia católica, por parte de aquellos sacerdotes, obispos, cardenales y teólogos que se han echado en los brazos de Lutero, del judaísmo kabalístico y talmúdico y de la masonería. Baste el breve recordatorio que hacíamos en este otro artículo nuestro (2).
En el primer artículo citado, concluíamos:
“Tras desentrañar el sentido profundo de la mens de los autores del Documento que hemos comentado, creemos, tristemente, que se pretende convertir la misa en una mera “conmemoración”, quitándole su carácter sacrificial, negando la transubstanciación y sustituyéndola por una cena o comida santa, que haga de la misa un mero memorial o memoria real de la cena del Señor, apetecible para que los luteranos vengan a comulgar a nuestras misas católicas o, lo que es peor, crear una liturgia mixta luterano-católica o católica-luterana en la que todos comulguen indistintamente, eliminado el katejon necesario para la unión de las Iglesias católica y luterana, que es la Eucaristía. No por casualidad, el título del Documento es oscuro pero revelador (Del Conflicto a la comunión), a la luz de esta intención descrita”.
Está profetizado en la Revelación Pública que en el fin de los últimos tiempos la parte infiel de la Iglesia católica que apostate de la fe impondrá a toda la Iglesia la supresión de la Eucaristía, por tanto, de la misa. Así, en el Antiguo Testamento, el profeta Daniel nos habló claramente de la abolición del sacrificio perpetuo y, a continuación, de la abominación de la desolación, esto es, la entronización del Anticristo en el altar, haciéndose adorar como Dios donde debería estar el Sagrario. En Daniel 9, 27 se nos dice que el Anticristo suprimirá la misa tras los primeros 3,5 años de reinado.
Y en el Nuevo Testamento, San Pablo nos indica que hay algo misterioso que es el que retiene y lo que retiene al Anticristo (katejos, katejon). Los Santos Padres de la Iglesia consideraban que el katejos era el Imperio Romano o, al menos su orden jurídico y moral. Yo creo que hay algo más, y que ese katejos es Cristo Eucaristía. Al respecto, me remito al primer artículo citado. El mismo Cristo nos dice que el momento para huir al desierto será cuando se produzca la abominación desoladora (Mt. 24, 15-17,21), que, como hemos visto, es posterior a la supresión del sacrificio perpetuo.
Lo mismo llegó a profetizar, con profunda preocupación, el entonces Cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII:
“Estoy preocupado por los mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima. Esa persistencia de María sobre los peligros que amenazan a la Iglesia es una advertencia divina contra el suicidio de alterar la Fe en Su Liturgia, en Su Teología, en Su alma… Escuché a mi alrededor innovadores que quieren desmantelar la Sagrada Capilla, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar Sus ornamentos y hacerla sentir remordimientos de Su pasado histórico. Llegará un día en que el mundo civilizado negará a su Dios, en que la Iglesia dudará como Pedro dudó. Ella será tentada de creer que el hombre se ha vuelto Dios. En nuestras iglesias, los Cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los esperaba. Como María Magdalena lloró ante la tumba vacía, ellos preguntarán, “¿Dónde lo han puesto?” (3)
Dentro de la Revelación Pública, la Tradición de la Iglesia siempre interpretó los versículos que, en la Biblia, nos hablan de la apostasía de la Iglesia advirtiéndonos que se llegaría al culmen de rechazar el mayor dogma de nuestra fe, el mysterium fidei, la creencia en la presencia real en la Eucaristía, fuente y cima la Iglesia (Ecclesia de Eucharistia, 1). La Santísima Virgen se ha quejado amargamente de ello (4). Y como consecuencia de esa falta de fe en la presencia real se acabará suprimiendo la misa. Esta apostasía se resume en el numeral 675 del Catecismo. Pero de ello nos hablaron muchos Santos Padres de la Iglesia (5).
La misma Virgen, en lución interior al padre Gobbi, publicadas con imprimatur, nos llegó a advertir de que un día sería suprimida la Eucaristía en la Iglesia:
“La Santa Misa es el sacrificio perpetuo, la oblación pura que es ofrecida al Señor en todas partes desde la salida del sol hasta el ocaso. El sacrificio de la Misa renueva el llevado a cabo por Jesús en el Calvario.Acogiendo la doctrina protestante, se dirá que la Misa no es un sacrificio, sino tan sólo la santa cena, esto es, el recuerdo de lo que Jesús hizo en su última cena. Y así será suprimida la celebración de la Santa Misa. En esta abolición del sacrificio perpetuo consiste el horrible sacrilegio, llevado a cabo por el Anticristo, el cual durará tres años y medio, es decir, mil doscientos noventa días” (Mensaje de 31 de diciembre de 1992).
Es muy probable que esta supresión la realice el falso profeta, de consuno con el Anticristo. Y es que el Anticristo tendrá su falso profeta, que le precederá, como nos dijo San Ireneo de Lyon (discípulo directo de San Juan Evangelista) en su Obra magna Adversus Haereses. Porque, al igual que Cristo tuvo un Profeta que le anunció y le allanó el camino (San Juan Bautista), predicando contra el adulterio, parece lógico pensar que el Anticristo, que es la mona de Dios, ha de tener su falso profeta, un falso papa con cuernos como de cordero (la mitra) pero que habla como un dragón (el Dragón es el comunismo marxista), que predicará que el adulterio no es pecado. Es el Anticristo de la tierra o Anticristo religioso (Ap. 13, 11-15).
Ana Catalina Emmerick, proclamada beata por Juan Pablo II, profetizaba al respecto que a los sacerdotes se les exigiría hacer algo con lo que muchos no estarían de acuerdo, y que, desde entonces, se dividirían en fieles e infieles. Mientras unos se aprestaban a cerrar las Iglesias y a prepararse para la defensa, otros aceptaban con gusto las reformas. Posiblemente esa orden sea, dentro de no mucho, celebrar una liturgia conjunta católica-protestante en la que no haya consagración. Se infiere de sus palabras:
“Vi también en Alemania a eclesiásticos mundanos y protestantes iluminados manifestar deseos y formar un plan para la fusión de las confesiones religiosas y para la supresión de la autoridad papal. (AA.III.179)
¡… y este plan tenía, en Roma misma, a sus promotores entre los prelados! (AA.III.179)
Ellos construían una gran iglesia, extraña y extravagante; todo el mundo tenía que entrar en ella para unirse y poseer allí los mismos derechos; evangélicos, católicos, sectas de todo tipo: lo que debía ser una verdadera comunión de los profanos donde no habría más que un pastor y un rebaño. Tenía que haber también un Papa pero que no poseyera nada y fuera asalariado. Todo estaba preparado de antemano y muchas cosas estaban ya hechas: pero en el lugar del altar, no había más que desolación y abominación. (AA.III.188)”
Veo los enemigos del Santísimo Sacramento que cierran las Iglesias e impiden que se le adore, acercarse a un terrible castigo. Yo los veo enfermos y en el lecho de muerte sin sacerdote y sin sacramento (AA.III.167)”.
Y más claramente aún:
“2 de abril de 1820 – Tuve todavía una visión sobre la gran tribulación, bien en nuestra tierra, bien en países alejados. Me pareció ver que se exigía del clero una concesión que no podía hacer. Vi muchos ancianos sacerdotes y algunos viejos franciscanos, que ya no portaban el hábito de su orden y sobre todo un eclesiástico muy anciano, llorar muy amargamente. Vi también algunos jóvenes llorar con ellos. (AA.III.161). Vi a otros, entre los cuales todos tibios, se prestaban gustosos a lo que se les demandaba. Vi a los viejos, que habían permanecido fieles, someterse a la defensa con una gran aflicción y cerrar sus iglesias. Vi a muchos otros, gentes piadosas, paisanos y burgueses, acercarse a ellos: era como si se dividieran en dos partes, una buena y una mala. (AA.III.162)”
- LA CONCEPCIÓN LUTERANA DE LA MISA Y SU REFUTACIÓN EN EL CONCILIO DE TRENTO
A Lutero se le hacía duro admitir el “cambio” de sustancia (transubstanciación) y prefería hablar de coincidencia o doble existencia (consustanciación o impanación), para, en realidad, negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. ¿De dónde viene este apartamiento de la sana doctrina sobre la Eucaristía? Como siempre, de su odio a la palabra sacrificio: al negar que la Eucaristía fuera la renovación y actualización del sacrificio de Cristo en el Calvario niega que en la Eucaristía Cristo sea ofrecido al Padre por el sacerdote, como exige el canon de la misa, donde, tras la consagración, la partición de la Hostia representa su muerte, y su consumición su resurrección. Siguiendo con esta argumentación, Lutero creía que la misa no era el ofrecimiento de un nuevo sacrificio de Cristo al Padre, y, para acabar con este sentido litúrgico es por lo que elimina ese aspecto de la celebración. Pero es que la Iglesia nunca dijo que la misa fuera un sacrificio nuevo y distinto al único sacrificio de Cristo en el Calvario. La Iglesia siempre ha entendido que la misa es la renovación y actualización de aquel sacrificio primigenio, pero que, eso sí, se repite incruentamente cada vez que se celebra una misa, no añadiendo un sacrificio nuevo al original. Lutero, como vemos, tergiversó el auténtico sentido católico de la misa porque aborrecía concebir la eucaristía como sacrificio, sacrificio cuya actualización la Iglesia católica siempre ha considerado necesaria para satisfacer al Padre y aplacar su justa ira por los pecados de los hombres, y para perdonar nuestros pecados, consumiéndola en gracia de Dios. Y ello porque la fe luterana considera que el hombre se salva por la mera fe, sin necesidad de arrepentirse ni de confesar sus pecados. Por tanto, ¿para qué actualizar el sacrificio de Cristo si no es necesario pues todos los que creamos en él estamos salvados, hagamos lo que hagamos, por su sacrificio en la cruz? Y puesto que no hay sacrificio, no hay cordero al que sacrificar… ergo Cristo no está presente en la Eucaristía, y esta es un mero recuerdo o memorial de la última cena del Señor.
Para Lutero, pues, la misa es una mera “anamnesis” o rememoración de la última cena o, como mucho, del sacrificio de Cristo, sin que este se produzca de nuevo (renovar), incruentamente, en el altar: en su opinión, en la misa el sacerdote se limita a recordar la última cena o, a lo sumo, el sacrificio de Cristo en el Calvario, mientras que para la Iglesia católica, el sacerdote rememora ese sacrificio mediante su renovación, reproduciéndolo de nuevo, místicamente, en la consagración, pero no uno nuevo, sino el mismo, sólo que ahora incruento, pero actualizado realmente y realmente realizado en el altar de la Iglesia. Por tanto, no es de extrañar que la primera fijación de Lutero fuera quitar los altares y sustituirlos por mesas, al modo de una cena. La anamnesis o rememoración luteranas, por tanto, nada tienen que ver con la anamnesis o rememoración de la Iglesia católica, y se limita a un mero “hacer memoria” o “hacer eucaristía” de meros sucesos o acontecimientos pasados.
A fecha de hoy son pocos los luteranos que creen en la presencia real de Cristo en la eucaristía. Lutero entendía que no habría transubstanciación sino una consubstanciación, de forma que Cristo estaba presente junto con el pan y el vino, de una manera espiritual, no real. La inmensa mayoría saben que sus sacerdotes no tienen sucesión apostólica y que sus ministros no están válidamente ordenados para poder consagrar, razón por lo cual se han acercado más a las tesis de Calvino y Zwinglio, según las cuales en la Eucaristía la presencia de Cristo es meramente simbólica o metafórica.
El sentido correcto del “memorial” o “conmemoración” es que renovación y actualización incruenta del sacrificio de Cristo en la Cruz lo resume perfectamente el Catecismo, número 1382:
“La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.”
Y, como consecuencia de ello, el Concilio de Trento excomulga a todos los que, como los luteranos, sólo consideren la Eucaristía como una mera conmemoración, recuerdo o memoria (esto es, no como reproducción real del sacrificio), es decir, como un sacrificio de acción de gracias, no propiciatorio:
“Can. 3. Si alguno dijere que el sacrificio de la Misa sólo es de alabanza y de acción de gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no propiciatorio; o que sólo aprovecha al que lo recibe; y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, sea anatema”.
Cristo, muriendo en la Cruz acabó con la amartia o dominio del Demonio sobre los hombres, adquirido por culpa del pecado original, siempre que se bautice y cumpla los mandamientos, conservando, mediante el sacramento de la confesión, la gracia santificante infundida en aquél. El memorial del sacrificio de Cristo es, pues, propiciatorio, es decir, por ser una reproducción real, dentro de la Santa Misa, del sacrificio originario de Cristo en la cruz, es grato al Padre y aplaca su justa ira por nuestros pecados al tiempo que se repara por ellos y se nos infunde, mediante la consumición de la Eucaristía, estando en gracia de Dios, la fuerza para perseverar en la Verdad y para, cometido un pecado, arrepentirnos de él y volver a la vida de la gracia. La Misa es, por tanto, necesaria para que el sacrificio de Cristo en la cruz aproveche a vivos y muertos.
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