miércoles, 6 de septiembre de 2017

EL PROFETA ELIAS Y LA JEZABEL DE NUESTRO TIEMPO

El Profeta Elías y la Jezabel de nuestro tiempo


 recordar la memoria del Profeta Elías que en hebreo se dice אליהו y que significa: “Mi Dios es Yahveh”

Este profeta hace honor a su nombre ya que vive convencido de su fe en el Único Dios verdadero. Es considerado el profeta más grande de todo el Antiguo Testamento y vive en un periodo particular de la historia del pueblo de Israel, que se había contaminado de los baales, falsos dioses que había introducido la esposa del rey de Israel, la extranjera y malvada Jezabel.
Esta mujer era tan perversa que hasta el mismo profeta Elías tuvo miedo de ella.  Es interesante ver que el profeta que tenía una fe tan grande que Yahveh ante su oración hizo caer fuego sobre el sacrificio en el Monte Carmelo, lo veamos luego lleno de miedo y escapando de esta mujer que lo había amenazado con matarlo. En la historia de cada uno de nosotros con el Señor, hemos visto su poder y su acción en nosotros, pero llegan también momentos de oscuridad, de aridez, de miedo.
La influencia de esta mujer fue tan grande que no sólo arrastró a su marido sino a todo el pueblo para que siguieran a los baales.  Esto trajo la ira del Señor que castigó a Samaría con una grande sequía y por ende una hambruna en la región.
Contra toda esta idolatría tuvo que luchar el profeta del Señor y asumir la persecución como consecuencia de su misión.
Sabemos bien que siempre se ha relacionado a Elías con San Juan el Bautista. El celo de Elías por el Dios de los ejércitos, es la misma pasión y radicalidad de Juan.  La malvada Jezabel que odiaba al profeta del Señor, terminó mal su vida.
Juan por ser fiel a la Verdad también tenía una grande enemiga Herodías,  Ésta si logró su objetivo de quitarlo del camino. No sabemos ellas como terminó su vida pero seguramente en su interior con una grande oscuridad, por su adulterio y por la sangre derramada de Juan que clamaba al cielo.  El pecado de adulterio fue también narrado por Flavio Josefo, historiador del primer siglo, escribió: “Herodías obrando contra las leyes de nuestros padres, se casó con Herodes (Antipas)”.
En el panorama que vemos en la Iglesia de hoy tenemos que pedirle mucho al Señor que nos mande hombres como el profeta Elías que no tengan miedo de decir la verdad a las Jezabeles de nuestro tiempo.  Lo más doloroso es que aquella mujer era extranjera en cambio hoy son los mismos pastores consagrados por el Señor que han olvidado la vocación recibida y se han prostituido con todas las falsas doctrinas y se arrodillan ante el mundo.  Están extraviando al rebaño del Señor.
En el Nuevo Testamento en el Apocalipsis  el Ángel a la Iglesia de Tiatira le reprocha el tolerar a Jezabel que se declara profetisa y engaña.  Atención que hay falsos profetas que se declaran a sí mismos y no hablan Palabra de Dios!!!.  Esta mujer conduce a los siervos del Señor a la inmoralidad sexual.  Cuántos pastores hoy llevan a las almas al pecado de la carne justificándolo delante del Señor.
Se declara profetisa como alguien que interpreta el plan de Dios que ese está realizando en la historia. Así muchos se toman la atribución de explicar el querer de Dios desde sus propias perspectivas. Por eso vemos a muchos sacerdotes que en sus homilías dan opiniones personales y no la Verdad revelada.
Jezabel también pretende enseñar una doctrina que no es del Señor. En el capítulo 2, 24 se habla de “esa doctrina”, es decir que es de ella no de Dios. A los pastores que dejan a otros enseñar falsas doctrinas, el Señor les pedirá cuentas.
“Le he dado tiempo para que se arrepienta, y no quiere arrepentirse de su prostitución”. Eso quiere decir que el Señor siempre espera pero si no quiere, Él la postrará en cama y a los que adulteraron con ella, les mandará sufrimientos terribles.
Alcemos hoy la espada de la Palabra de Dios como la de Elías en el nombre del Señor para arrasar todas las herejías y falsedades que estamos escuchando por estos tiempos de la boca de los supuestos pastores del Señor.

SE CONDENAN LOS RICOS.......................

¿Se condenan los ricos?


 “El rico Epulón y Lazaro”.
Podemos comenzar diciendo que el rico no se llamaba Epulón, el nombre viene del latín epulabatur (banquetear).  En la parábola no aparece el nombre simplemente se le nombra como un hombre rico. Es significativo que del pobre si nos dicen el nombre: Lázaro que en hebreo es Eleazar y traduce: Dios es mi ayuda. Si el rico estaba cerrado en su indiferencia ante la necesidad del pobre, el Señor se hace cargo de Lázaro.
Los vestidos de púrpura son muy costosos. El proceso de extraer la tinta púrpura de los moluscos costaba mucho dinero porque requería mucho trabajo manual. Por eso la gente que se vestía así era de la realeza o gente de alto rango. El lino era delicado, suave y se pagaba a muy alto precio. Además hacía banquetes todos los días. En conclusión una vida llena de excesos.
Lázaro “está echado” significa el término en griego voz pasiva, que otras personas lo tenían que colocar ahí porque no podía caminar.
La condición de los dos hombres de la parábola cambia después de la muerte de ambos. Uno llevado por los ángeles al descanso y el otro que baja al fondo de la tierra, el Hades, que podemos llamar infierno, para ser atormentado.
En otro pasaje del evangelio, cuando el joven rico no quiso seguir a Jesús porque era muy apegado a las riquezas, el Señor dijo: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Pero sabemos bien por palabras del mismo Jesús que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
¿Podemos decir que el rico de la parábola de hoy se condenó por el hecho de ser rico? Claro que no!!!
Dios quiere que todos seamos salvados y depende de nosotros acoger la salvación de Dios o rechazarla. Jesús no vino a salvar sólo a los pobres por ser pobres. También los pobres de cosas materiales se pueden condenar.
Conozco muchas personas ricas que tienen un gran corazón y comparten sus bienes con los más necesitados. Generan fuentes de trabajo, son justos en el pago de los salarios a los empleados. No todo rico es rico porque ha robado a otros.  También conozco pobres que viven llenos de envidia por lo que otros tienen, que son apegados a lo poco que poseen. La pobreza de la que habla Jesús en las Bienaventuranzas no es la canonización de la miseria. Hay mucha gente que está pobre porque no tiene aspiraciones en la vida y prefiere que todo le llegue a las manos sin esfuerzo. Recuerdo en una ocasión que se derrumbó una parte de una montaña sobre un barrio de gente de escasos recursos. Sucedió en horas de la mañana y mucha gente estaba trabajando.  Cuando sintieron la noticia y comenzaron a llegar para ver cada uno si la casa había quedado sepultada o no, encontraron que las casas que estaban por el suelo pero que no habían sido cubiertas del todo por el lodo, habían sido saqueadas. Y lo más triste que lo hicieron muchos de los mismos pobres del barrio. Un pobre robando a otro pobre. Así se ve el egoísmo y el pecado. Tampoco es justificado robar a los ricos porque son ricos, es  de todas formar robar.
El rico estando en el infierno levanta los ojos y ve a Lázaro con Abraham. Gritando llama padre a Abraham, eso quiere decir que lo reconoce como padre en la fe del pueblo de Israel. No es suficiente que se sienta perteneciente al pueblo elegido para ser salvado. De igual manera para un cristiano que cree que por ser bautizado o haber recibido los sacramentos ya tiene ganado el Cielo.  En el día del juicio, muchos dirán al Señor que han comido con Él, que han predicado y expulsado demonios en su nombre y Él les dirá: “No los conozco”. También sabe el nombre de Lázaro, eso quiere decir que lo conocía. No se puede disculpar diciendo que nunca supo que estaba a la puerta de su casa. Estaba ahí echado junto a su portal y en su indiferencia no lo veía. No establecía comunión con él y ahora pretende que venga a refrescar su lengua con el dedo mojado.  Significativa la presencia de los perros que lamen las llagas de Lázaro. Los perros no eran bien vistos en la Biblia y esto nos puede sorprender un poco sobre todos porque la gente en general tiene un amor muy grande por las mascotas. El perro no era domesticado como ahora y se le consideraba un animal vagabundo que se alimentaba de desperdicios y cadáveres.
Esta es una interpretación mía, no de la exégesis del texto, pero me llama la atención que el perro lame las heridas de Lázaro y el rico desde el infierno desea tocar con su lengua al menos el dedo de Lázaro.
El pobre que no podía participar del banquete del rico, ahora está en el banquete con Abraham. “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. (Mt 8,11).
El rico atormentado en el infierno continúa a pensar en sí mismo. No pide perdón a Lázaro por la forma como se comportó con él sino que busca ser refrescado en su tormento.
Abraham dice que hay un abismo infranqueable entre el Cielo y el infierno. Esto nos deja claro que a partir del momento de la muerte estaremos ante el juicio particular de Dios y ya nada se podrá cambiar. No todos van al cielo por derecho adquirido apelando a la misericordia de Dios.
El rico sigue pensando que todavía Lázaro le puede hacer otro favor y es ir a anunciar a los suyos de los sufrimientos del infierno para que no caigan también allí.
Abraham deja claro, y es el mensaje de Jesús para nosotros, que tenemos la Palabra de Dios que cada día nos indica cómo debemos vivir para llegar al Cielo.
Cuando las personas tienen el corazón duro no se convierten ni aunque resucite un muerto. Un ejemplo claro es que al otro Lázaro, el de Betania, Jesús lo resucitó delante de todos y algunos de los que lo vieron no se arrepintieron, al contrario este milagro de Jesús fue como firmar su sentencia de muerte porque desde ese momento se propusieron eliminarlo y los sacerdotes buscaban matar también a Lázaro.
El rico cree que es necesaria una señal y en la Biblia pedir una señal es signo de incredulidad.  Pero respondiendo El, les dijo: Una generación perversa y adúltera demanda señal, y ninguna señal se le dará, sino la señal de Jonás el profeta”

EL MUNDO HA PERMITIDO...................................

El mundo ha permitido que el crimen del aborto se haya convertido en un “derecho”



 un artículo titulado “El mundo al revés. Cuando amar a los animales se convierte en una ideología y matar a los hijos en derecho”. Muchos, interpretaron que yo estaba a favor del maltrato animal. Desde luego, leyeron muy mal si así lo entendieron, y les sugiero puedan volver a leerlo despacio y  sin prejuicios. 
Ése artículo ha generado muchísimas visitas, en estos momentos, las estadísticas nos señalan que han entrado a leerlo  hasta ahora 44.956 personas. Como es natural, hemos recibido varios comentarios, algunos a favor, y otros en contra. Lo que está claro es que se ha generado un interés importante, motivo que me obliga, en conciencia, a escribir  otro nuevo artículo para aclarar a todos aquellos que defienden el aborto, que éste es el mayor crimen que se puede inflingir contra los seres humanos no nacidos, pues les impide el primer derecho: ¡¡¡¡VIVIR!!!!
Llevo muchos años trabajando en la defensa de la vida. Quizás porque soy madre de 10 hijos y he tenido la oportunidad de entender que desde que una mujer se queda embarazada, ya desde sus inicios, su propio cuerpo sufre una serie de cambios perceptibles en las horas o días posteriores a la concepción, es que me pongo a escribir. Todos esos cambios obedecen  a una razón: el cuerpo de la madre está preparando el anidamiento de ese ser  humano, de su hijo, y su sistema hormonal procura que no sobrevenga un período,  que eliminaría esa vida incipiente. El cuerpo logra, sabiamente, cambiar el curso normal del ciclo femenino para retener a ese ser y no abortarlo de modo espontáneo. De ahí los cambios palmarios que muchas mujeres manifiestan en su propio cuerpo, apenas pasados pocos días de la fecundación. 
Hoy quiero usar tres documentales impresionantes, que desmontan todas las falsedades de quienes están a favor del aborto. Uso de estos medios con la esperanza de que muchas personas comprendan el por qué el aborto es un crimen, un asesinato. Muchas de estas personas han sido informadas de manera sesgada y a las que se les ha vendido el aborto como un derecho o como un método de salud. Estoy segura de que estas personas nunca profundizaron en este tema, pero es preciso darse cuenta de lo que es un aborto y de lo que representa, tanto para el niño al que se le impide nacer, como para la madre que quedará herida a causa de ese aborto. Ni que decir tiene que conozco bien el tema. He estado dirigiendo el Museo de la Vida de Cidevida Barcelona durante tres años y me dedico a ayudar a personas que han sufrido por un aborto provocado, a través de la Asociación NO MÁS SILENCIO,  para tratar el Síndrome Postaborto, un espectro del Síndrome de Estrés-postraumático, un síndrome estudiado en todos los manuales de psiquiatría y que alude al sufrimiento indescriptible de toda persona afectada por un trauma, ya sea por una guerra, o por mil causas que no nos detendremos en este momento a enumerar, pues existen traumas a muchísimos niveles. El aborto es uno de ellos. 
Les presento tres documentales. Los tres exponen la vivencia de personas que han trabajado en la “industria” más productiva de dinero, en la industria del aborto, es decir, vivían de lo que les reportaba el aborto provocado.  Con los años, entendieron que aquello era un error de consecuencias inimaginables, tanto para los bebés abortados, como para las mujeres que abortaban y sus familiares, así como para con el propio personal que se veía envuelto en dichos asesinatos. Y es que matar bebés tiene gravísimas consecuencias, especialmente psicológicas. Les presentamos “El Grito Silencioso” del Dr. Bernard Nathanson, médico abortista gran parte de su vida, que en el propio documental afirma haber asesinado a 75.000 bebés, entre ellos a su propio hijo. “Cambio de agujas”, un documental corto, que en este caso hace una entrevista a Abby Johnson, una joven que trabajó en la mayor indrustria estadounidense del aborto, Planned Parenthoth. Y un tercer reportaje titulado “Blood Money” o “Dinero de Sangre” donde varias personas, entre ellas la responsable de una mal llamada clinica de abortos, explica entre lágrimas, todo el entramado que se esconde tras este sucio y execrable negocio. 
Creo que cualquier persona con un mínimo de sentimientos y de capacidad de raciocinio, tras ver estos documentales entenderá que su postura frente a cualquier aborto provocado debiera ser absolutamente negativa. 
Siempre ¡¡¡¡SÍ A LA VIDA!!!!

SIN CONTRATO SEXUAL,NO HAY CONTRATO SOCIAL..................

SIN CONTRATO SEXUAL, NO HAY CONTRATO SOCIAL



Sin embargo, por causa de las fornicaciones tenga cada uno su propia mujer, y tenga cada una su propio marido (1Co 7,2)

En las brumas de los tiempos, la Tierra era un paraíso. Pero ahí estaba el ancestro del hombre, que transgredió todas las leyes de la naturaleza, y tras liquidar todo el alimento y expulsar o liquidar a sus competidores, tuvo que contar sólo consigo mismo y echar mano del árbol de su propia vida (¡uf!), meterse a creador (¡o a criador!), “hacerse como Dios”. ¿Y qué creó? ¿Qué crió? De su propia carne creó al esclavo. ¡Gran creación! ¿No fue la esclava? También, pero no sólo. Cierto que cuando el Ritual Romano del Matrimonio proclamacompañera te doy, que no esclava, es porque la inclinación del hombre a esclavizar a la mujer, tenía ya un largo recorrido.
Dios había visto que el hombre estaba solo, solo e incompleto, y que así era imposible la vida. Y por eso creó la sociedad hombre-mujer. El primer cimiento de la sociedad humana. Pero con la mala inclinación a dominarla y esclavizarla:Tu ansia te llevará a tu marido y él te dominará  (Gn 3,16).  Por eso Dios empuja al hombre hacia el bien y le dice: Compañera, no esclavaContrato sexual, acuerdo, avenencia, no servidumbre, no esclavización, no la pata o el alma quebrada y atada a la cama.
Desde que el hombre crea al esclavo sacándolo de sí mismo, del mismo modo que narra el Génesis que sacó Dios a Eva de una costilla de Adán (cf. Gn 2,22), todo su afán es ser señor y tener esclavos. Papeles que van rotando frenéticamente a lo largo de la historia. Y es la fuerza la que determina quién es señor y quién esclavo.
Pero en este nuevo invento humano, puesto que la hembra humana, la mujer, es capaz de prestarle al hombre un servicio que éste ambiciona con enorme codicia, es ella la que precisamente por su condición de hembra-bien-codiciado soporta con mayor frecuencia el papel de “esclava”. De manera que en muchas civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad, mujer y esclava han sido casi sinónimos. Y esta sinonimia es más cierta en lo referente a su función sexual. En pocas civilizaciones se ha librado la mujer de la servidumbre sexual. Pero consolémonos, que no es ella sola: también hombre y esclavo han sido sinónimos durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Tanto para la esclava (sexual) como para el esclavo (laboral), en el otro bando estaba el señor. Ésa fue la singularísima forma de socialización con que se estrenó el hombre fuera del paraíso. Sin contrato, claro está. Lejos, inmensamente lejos del contrato social de Rousseau.
Rousseau impresionó al mundo con su libro El Contrato Social, en el que desarrolla la fundamentación lógica del traspaso de la soberanía del rey-soberano, al pueblo-soberano, para mantener el modelo de socialización de la monarquía. Y recurre, como en su día el feudalismo, a un hipotético contrato entre el súbdito-ciudadano y el que ostenta el poder, ya sea hereditario o electivo. Y en cambio pasa por alto el “contrato sexual” que, éste sí, es el cimiento de toda sociedad.
Pero una vez abolida la esclavitud, la apetencia del hombre por la mujer no disminuyó ni un ápice, y por consiguiente el hombre se buscó la manera de seguir gozando de ella sin incurrir en esclavización. Inventó por tanto el CONTRATO SEXUAL.
El primero que conocemos en nuestra civilización es el matrimonio, que convivió con la esclavitud sexual propia de otras dos instituciones: la prostitución y elcontubernio o concubinato. En el matrimonio, el estado social de la mujer era el de “libre”; en las otras instituciones, su estatus era el de esclava. Tal como en la prostitución y el contubernio no había más que opresión sexual (el amo utilizaba el sexo como incentivo para granjearse la fidelidad y el rendimiento laboral de los esclavos; el trabajo sexual de las esclavas era intensivo por tanto), en el matrimonio prevalecía la represión sexual, a la que luego y durante más de mil años se llamó fidelidad: porque a los romanos (que ellos fueron los fundadores del matrimonio tal como lo conocemos en occidente) de la esposa les interesaba más el heredero (y por tanto, la función de madre: de ahí matri-monio) que la satisfacción de sus apetitos, para la que disponían sin restricción de esclavas y esclavos (las “costumbres” romanas obligaban a los amos a sodomizar a los esclavos para hacerles sentir así su total dominación).
Muchísimo antes que la conversión del trabajo esclavo en trabajo contractual (que no es lo mismo que liberarse de la esclavitud del trabajo), fue la conversión del sexo esclavo en sexo contractual. Que tampoco fue lo mismo que librarse la mujer de la servidumbre sexual. Como en el trabajo, lo que hasta entonces había tenido el carácter de obligatorio, pasó a tener el de “voluntario”. Es la misma idea del “contrato social” de Rousseau pero aplicado a la primera célula de toda sociedad, que es la pareja de un hombre y una mujer (pero no unida por la fuerza de él sobre ella, sino por el contrato matrimonial).
Fue en efecto el matrimonio, la primera fórmula de contrato sexual. Pero muy lejos del sexo esclavo, puesto que en el contrato se incluía como parte fundamental y conditio sine qua non, el derecho de maternidad de la mujer (asociado al derecho de paternidad del hombre).
Este “contrato sexual” que era a la vez un “contrato social” funcionó perfectamente en la sociedad esclavista para los hombres y mujeres libres, puesto que quedaban esclavas para cargar sobre ellas la sobrecarga sexual que no desearan las esposas-madres. Pero lo realmente difícil fue acabar con el sexo esclavo, igual que es muy difícil (nunca se ha conseguido) acabar con los niveles de explotación laboral que hacen esclavo el trabajo). Ahí tenemos la prostitución, la esclavitud sexual por antonomasia (que el feminismo se ha empeñado en transformar en “trabajo sexual”) que, instituida en nuestra civilización por los romanos, ha vencido el paso de los milenios y sigue enormemente próspera.
Pero quedaba la otra fórmula de esclavitud sexual, el contubernio, mucho más próximo al matrimonio y más fácil por tanto de convertirlo en contractual, es decir en “contrato sexual”. Y eso es lo que hizo el cristianismo: convertir en matrimoniales (contractuales por tanto) las uniones contuberniales: despojándolas en la medida de lo posible de su carácter coactivo en lo que respecta a su función sexual fundacional. Pero no era tan fácil liberar a la concubina de la obligación que le había impuesto el amo de hacer de esclava sexual del esclavo. Mientras la esposa estaba en régimen de represión sexual, la concubina estaba en régimen de opresión sexual.
Y bien, con esos mimbres el cristianismo tejió el matrimonio, sagrado por más señas, e indisoluble: para proteger a la mujer de los tremendos abusos del divorcio romano y del repudio judío. Se la dotó del derecho de maternidad y de familia (indispensables para la construcción de la sociedad); pero no se consiguió liberarla de la opresión sexual que le había impuesto el contubernio. San Pablo, en efecto, formulando un perfecto “contrato sexual” bajo la ficción de que hombre y mujer son sexualmente iguales, establece: “El marido debe cumplir son su mujer el deber conyugal, y la mujer con su marido. La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido. Como tampoco el marido la tiene sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os esquivéis el uno al otro… (1Co 7,3)Clarísimo: los dospor igual tienen deberes sexuales recíprocos. Así que nada de esquivar el sexo. Ni él, ni ella. Un contrato sexual tan perfecto como el contrato social de Rousseau.
Ciertamente un contrato sexual tan cogido por los pelos como el contrato social de Rousseau. Y que, como éste, tiene numerosos agujeros negros. Mucha más imposición de la que admite el contrato (de hecho, no admite ninguna, porque en ambos contratos, “voluntariamente” se cede el poder a la contraparte). Y cuando una de las partes constata o simplemente “siente” que se está incumpliendo el contrato, aflora la violencia. Violencia sexual en el contrato sexual, y violencia social en el contrato social. Voilà!  Sólo la gracia renovada del sacramento es capaz de vencer la debilidad del ser humano pecador y levantarlo, desde el contrato matrimonial, hasta la santidad de Dios.

SANAR PARA SERVIR...................

Sanar para servir

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Hemos hablado en el post anterior que para poder ver el problema de la Iglesia y atenderlo con humildad y caridad es necesario poder haber sanado las heridas interiores que nos quitan libertad interior para ver y para ser generosos, en definitiva para ser santos.
Hoy se habla mucho de sanación. Hay como un boom en diferentes grupos católicos y de otras denominaciones cristianas. Esta vez  vamos a tratar de entenderlo en su sentido más hondo y más católico. Para poder entenderlo así, hay que buscar lo que la sanación significa en la Sagrada Escritura.
La sanación es sinónimo de salvación. Hay un proceso de maduración en el Antiguo Testamento donde se puede ir apreciando una comprensión de que todo mal tiene una raíz última en el pecado, que debe ser sanado Is 58. Y aunque a veces se padece una herida de manera injusta, sirve para la misericordia de Dios, pues nos introduce en una intimidad e identificación con Dios como se aprecia en el libro de Job y la suerte del profeta. Esto es una preparación para hacernos intercesores, luego de ser sujeto de misericordia, como concluye el libro de Job sobre las tribulaciones del inocente. En estricto sentido sólo Cristo y María son inocentes, y en la medida que nos asemejamos a ellos, la tribulación no cesa, a veces incluso, se acentúa como seguirá siendo la suerte de los apóstoles y que él mismo Pablo reconoce en I Cor 4.
Cuando se habla de herida en Biblia, se habla indistintamente de  herida del pecado propio o social, activo y pasivo, físico o espiritual, tribulaciones culpables o inocentes, ocasionadas por Dios a manos de los malvados o de los que tienen poder de ejercer un castigo justo. (Job 9,17)
Conviene distinguir cada uno de estos aspectos para entenderlo correctamente. En la persona hay una unidad y todos los niveles interactúan. La distinción es para poder atenderlos mejor según sus causas originales.
Hay dos grandes tipos de heridas fruto del pecado:
  1. Heridas corporales.
  2. Heridas interiores:
     2.1.) En el orden de la psique natural:
  1. Heridas psico-emocionales: se involucran las disposiciones psicológicas subjetivas, que pueden favorecer heridas en esta área.
  2. Heridas afectivas en el alma: heridas de desamor: rechazo, incomprensión, abandono, odio. Que pueden comprender desde el vientre materno hasta el final de la vida.
  3. Heridas educativas: deformaciones en el área intelectual, de la voluntad, emocional y en la sensibilidad. Estas heridas pueden no ser dolorosas, pero son profundas y graves, muchas veces inconscientes porque dañan la estructura humana y dificultan la responsabilidad frente al mal.
En algunos autores espirituales se les distingue como la parte inferior y la parte superior del alma.
     2.2.) En el orden trascendente: sobrenatural y preternatural:
  1. Heridas por el pecado original: la tendencia a la rebeldía de las facultades respecto del fin último.
  2. Heridas por los pecados personales: la vida de pecado hace raíces y predispone a nuevos pecados, se necesita una camino purificativo.
  3. Heridas por la acción extraordinaria del demonio (AED) por causas culpables o inocentes.
* Cabe aclarar que la AED es una herida de orden espiritual, que repercute en el cuerpo (las vejaciones y posesiones) y en la psiqué (circundatio) de la persona produciendo heridas a esos dos niveles y con la intención en última instancia de desesperar al alma y llevarla a pecar y condenarse. Como podemos ver afecta todas las áreas de la persona, pero no puede dañar el alma si la persona no se lo permite.
Las heridas pueden ser de origen presente o ser heridas intergeneracionales por la potestad que tienen padres sobre hijos, no como una culpa, pero sí como una fuerte tendencia: pueden tener impacto en los tres niveles: fisiológico, psicológico y espiritual, en el orden del pecado y de la AED.
Son más graves y profundas cuando se vive una situación de vulnerabilidad de fuerzas y de intimidad: niñez, pobreza, marginación social, a manos de padres de familia, hermanos y esposo e hijos, amigos íntimos.
Dejando a parte la curación referida a la salud física, que sólo Dios (nunca el demonio) puede ofrecer a través del camino ordinario de la gracia, con el servicio generoso y racional de hombres que buscan como sanar o aliviar las dolencias, o el camino extraordinario a través de carismas de curación como signo salvífico, nos referiremos más a explicar fenomenológicamente la dinámica de la herida interior.
El hombre al nacer herido por el pecado original, aun después de ser liberado de la culpa por el bautismo y recuperar la gracia delante de Dios, vive las consecuencias del pecado original. Esto se manifiesta en un desorden en las facultades.
La razón no ve claramente la verdad, la voluntad no siempre escoge el bien mayor, las pasiones ejercen un gobierno despótico sobre las facultades superiores o rebeldía al gobierno de la razón. Y se expresa en lo que San Pablo decía
: “conozco el bien, amo el bien, hago el mal que no quiero”(Rm7,19), quedando el hombre carnal ciego y
sordo a la Verdad. Por eso no existe el buen salvaje, ya que todos necesitamos la mediación apostólica primeramente de nuestros padres los primeros predicadores en la fe y el amor de Dios, para ver con claridad la verdad y vivirla. Es imposible educar a una persona sin corregirla, sin reprenderla, sin castigarla, como imposible es que aprenda sin amor y sin razones.
El hombre viejo, es el hombre herido por el pecado, es el hombre que puede elegir ser un hombre carnal o un hombre espiritual con la ayuda de la gracia. Por eso el hombre debe morir a sí mismo, a su hombre viejo, para que nazca por el Espíritu desde lo alto. San Pablo nos ofrece en Gal 5, 19 una lista de características de uno y otro para poder ver con claridad cómo se manifiesta el hombre viejo de cada uno. Y es que cada uno tiene sus manifestaciones propias por su pasión dominante según su temperamento, según su historia familiar, según su cultura y según sus elecciones libres y pecaminosas, más o menos conscientes. Las heridas interiores aquí juegan un papel importante porque una experiencia negativa vivida, deja una herida, que se expresa de manera singular según las características subjetivas mencionadas. Después se formula una creencia errónea del Yo, una máscara del ego dirán los psicólogos, una mentira sugerida y avivada por el demonio para tentarnos. Hay una incongruencia entre el yo de la Gracia creado por Dios a Su Imagen y Semejanza y el yo carnal herido por otros y por mi pecado. La buena noticia es que el pecado original es menos original que la Imagen y Semejanza original de Dios en el hombre. Dicho de otra forma, lo natural, lo más esencial a la persona es el hombre espiritual, el Yo, no el Ego. Mi mejor versión es reflejar a Cristo en mis características singulares, pero la herida del pecado original, las heridas de los que me rodean que no están purificados en su amor, esto es, en su Yo, las heridas que yo me produzco con mis propios pecados según mis apetencias eclipsan, pero no aniquilan esa Imagen y Semejanza original.
¿Cómo sanar?
Sin la gracia divina no hay salvación, o sea, sanación, en un sentido profundo. La sanación no tiene como objetivo la curación psicológica o dejar de sentir dolor, sino la salvación del alma. A veces una herida es dejada porque es el mejor camino para darle Gloria a Dios, como María a quien le es traspasada su alma por una espada. Dios no quiere primordialmente curar, quiere salvar y sólo en este sentido sana.
Hay un camino ordinario de sanación dado por Cristo a sus apóstoles: “id por el mundo y predicad el evangelio… los que crean y sean bautizados se salvarán, el que no crea se condenará. Estos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsaran demonios…pondrán las manos a los enfermos, se pondrán bien.” (Mc 16, 15,18)
El mero hecho de creer y recibir el perdón de los pecados es ya sanación. Es un encuentro con el amor de Dios que me mira y me restituye en una dignidad para toda la eternidad. Esto es sanador. El fruto es la alegría y el anuncio a los propios familiares y conciudadanos. Esa persona no quedó igual, toda “deuda” quedó pagada porque “Dios ha obrado maravillas (…) como prometió a nuestros padres”. La persona se reconoce incapaz de ser sanada por sus medios o por sus méritos y reconoce que Dios ha sido misericordioso. La expulsión de demonios y la curación quedan condicionadas a la de quienes creen en Él, aún si es practicado sobre un no creyente, éste sabrá que su liberación fue en el nombre de Cristo Jesús y creerá en Él. Por eso podemos afirmar que fuera de Cristo, fuera de la Iglesia no hay salvación. En el confesionario se obra el mayor milagro de sanación. El alma muerta o deteriorada por el pecado es restituida a la vida por la Sangre de Cristo.
El anuncio de la Palabra no es instantáneo, debe formarse una cultura, una nueva forma de vivir compartiéndolo todo, de educar y engendrar hijos de Dios, de trabajar en justicia y caridad, de casarse y vivir el misterio de Cristo con su Iglesia, de gobernar desde el servicio, haciéndose el último servidor de todos. Todas las realidades cotidianas quedan transformadas y elevadas. Esto es el camino ordinario de la sanación: construir el Reino de Dios en la tierra. Las estructuras de pecado hieren, debilitan, enferman y facilitan el pecado y la muerte espiritual (y corporal). En Isaías 58, Dios condiciona la sanación a la misericordia y conversión.
De forma extraordinaria hay personas que reciben el carisma de hacer milagros de curación o la sanación de heridas interiores, que como efecto secundario pueden producir una liberación de alguna opresión demoníaca. Si bien los primeros cristianos tenían una experiencia más habitual de esto, hoy siguen habiendo estos carismas. Es importante tener en cuenta que un carisma es para la edificación de la Iglesia y no de la imagen personal, es una gracia gratis dada y todos son necesarios pues somos un solo cuerpo vivificado por el Espíritu y no se puede vivir correctamente al margen de los otros carismas: primeramente de apóstoles, después de profetas, maestros, de milagros, lenguas, curación, asistencia y de gobierno (I Cor 12). La Iglesia siempre ha sido carismática y eso no es una novedad ni un privilegio exclusivo de un grupo específico. Hay que entender que los carismas son muchos y todos necesarios. Lo importante es vivirlos en perfecta caridad, porque de nada nos aprovecha tenerlo si nos pierde y digamos: “Señor en tu nombre expulsamos demonios…”
Para aquellos que han recibido este maravilloso carisma de sanación por medio de la oración de intercesión, es muy importante que ayuden a crecer en el camino de la fe. En una formación profunda en la virtud, que atienda todas las facultades de la persona: formar intelectualmente, formar la voluntad, la sensibilidad, para evitar el emotivismo desbordado tan frecuente en nuestra cultura. Es necesario un camino ascético que purifique al hombre viejo y deje nacer poco a poco al hombre nuevo. No hay milagros en este sentido. La sanación puede implicar una hermosa experiencia viva de Dios que me mira, me ama y me cura mi herida, me perdona y me llama a la conversión. La conversión o la liberación no es una experiencia mágica. Hay que evitar el pensamiento mágico que hay soluciones instantáneas. Si bien inicia con una experiencia fuerte y extraordinaria de la Misericordia, se debe sostener en una transformación de vida, de apegos personales, de criterios, de la propia voluntad para hacer solamente la Voluntad de Dios.

DESHACER LOS NUDOS DE LA MALDAD.....................

Deshacer los nudos de la maldad (Is 58,6)

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Cuando somos ofendidos, traicionados, abandonados, dejados a la vera del camino, es natural sentir un “algo” que nos hace sentir que si perdonamos, perdemos y fomentamos la injusticia. La mayoría de las veces oímos consejos en la línea de “no te dejes”, “dile que ¿qué le pasa?”, que tienes derecho a estar enojado, alejarte, cuidarte, etc. Bueno, en parte sí y en parte no. Veamos mejor.
La realidad es que es imposible humanamente hablando, perdonar si pensamos que el perdón se trata de algo que se merece la persona. Si nuestro sentido de justicia es dar según el mérito, el perdón al malvado o al que nos lastima no tiene sentido. Si perdonar se condiciona a entender la lógica de la acción, muchas veces no la encontraremos, ya que hay males que suceden porque ganan pasiones no iluminadas por la razón. Otras veces son accidentes y otras veces límites humanos tales, como impedimentos psicológicos, que no permiten haber actuado de otra forma, o que en algunos casos, la dureza de corazón y la ceguera espiritual, con culpa propia desde luego, pero que de alguna manera reforzada por la estructura de pecado en la cultura de la muerte en que vivimos, dificultan enormemente la docilidad a la gracia divina. Los atenuantes y grado de libertad sólo los puede juzgar Dios, pero Tomas de Aquino nos habla de las pasiones que nublan el juicio. Atenuantes no son eximentes, y hoy conviene aclararlo, porque tendemos a psicologizar y fomenta una sociedad más irresponsable. Podríamos también mencionar las veces que no hubo ofensa propiamente, sino una mala interpretación basada en una serie de supuestos nuestros conscientes e inconscientes.
En esta línea es compresible que Jesús nos diga: “amar a los que los aman eso hacen también los publicanos” (Mt 5; 46 ss). Sin embargo, nos invita a ir más allá, “amad a vuestros enemigos, pedid por ellos” (Mt 5; 44), “perdona a tu hermano setenta veces siete” (Mt 18;22). El sentido de la justicia divina no es contraria a la justicia humana pues Dios mismo la grabó en nuestros corazones, pero es mucho más pura, profunda, rigurosa, amplia y no se limita al tiempo presente. Jesús muchas veces dice que ninguna obra por pequeña que sea quedará sin paga (Mt 10;42), y que los malvados tendrán el pago de los hipócritas (Mt 24;51). En esta línea Él ostenta el poder de juzgar cuando venga, a nosotros nos pide no condenar, dejarle este asunto a Él y confiar que pondrá a su momento a los enemigos como escabeles a Sus pies (Lc 20;43). Muchas veces nos da elementos para discernir las obras de los fariseos y los hipócritas, de los adulterios, homicidios y de tantos pecados, pero aunque nos dice que miremos y juzguemos los frutos, no nos permite juzgar a las personas (Lc 6;37). Es una prerrogativa divina. Por el contrario, el demonio es quien acusa a los hombres día y noche ante el trono de Dios (Ap 12;10). En un discernimiento interior podemos ver que estar arrojando las faltas a la cara, o en nuestro fuero interno, es instigación del espíritu diabólico, que busca siempre dividir, obstruyendo el perdón.
Para poder ser capaces de ver la falta del otro con toda claridad, pero con misericordia, es importante bajarnos del pedestal de la superioridad para poder rehumanizar al agresor. Todos nosotros somos pecadores y hemos sido perdonados. Si hemos sentido la gratitud de encontrarnos restituidos ante la mirada divina que nos levanta, podremos ser capaces de hacer lo mismo aunque nos tome un poco de tiempo. La parábola del hombre que debía mucho dinero y fue perdonado por el rey (Lc 18; 23 ss) es justamente la clave para vivir el perdón. Ante la mirada divina nuestro pecado era una gran deuda. Nosotros podemos ser muy indulgentes para juzgarla, pero Cristo nos deja ver que las faltas a Él son mucho más grandes que las que nosotros recibimos, y que debemos tratar al otro como Él nos ha tratado. Sin embargo, muchas veces la dificultad para perdonar radica en que vivimos en ambientes hostiles en los que aceptación y perdón son experiencias inaccesibles. Es importante distanciarse de allí al menos interiormente, hacer una experiencia profunda y regresar a enseñarlo con todas las tribulaciones e incomprensiones que eso implicará hasta volverlo cultura.
Es comprensible que el dolor que nos produce la herida no nos deja juzgar la situación con paz y claridad para ser generosos. Es muy humano. El perdón es un acto divino, en Él es instantáneo, pero en nosotros puede ser un largo proceso. Sólo Dios puede perdonar los pecados. Sólo Dios nos puede dar la gracia de perdonar como Él. Incluso es un mandato a los cristianos, ciertamente no todos somos sacerdotes ministeriales y lo podemos hacer sacramentalmente, pero sí podemos por nuestro sacerdocio común pedir perdón por el pueblo a Dios y cancelar la deuda que tienen otros al menos con nosotros. Cada vez que sinceramente perdonamos y que pedimos perdón a Dios con un corazón contrito se derrama el don tan ansiado de la Paz y de la Unidad para nosotros, para la Iglesia y el mundo entero. Ser capaces de perdonar profundamente es una gracia y hay que pedirla, pero está condicionada a que yo sea consciente de que he sido perdonado, como nos enseña el Padre Nuestro, porque “resistes a los soberbios” , en cambio “¡a un corazón contrito Tú no lo desprecias!” (Ps 50,19).
En el cruce de caminos con una persona más o menos cercana que nos hiere, el libro de Jonás nos ofrece una reflexión. Jonás conoce a Dios muy bien, sabe que es misericordioso y que se las va a “ingeniar” para conseguir la vida del pecador y no su destrucción. Pero esto a Jonás le molesta porque implica que alguien se sacrifique en la predicación, como nos recuerda San Pablo, que dice que parece que a los apóstoles les toca ser los últimos y recibir todo tipo de maltratos y privaciones. Dios le hace ver a Jonás que él se cruzó un instante con un ricino y se alegró por él, comparándolo con la gran Nínive a quien Dios ha visto nacer, crecer y confundirse en el camino. Dios le deja ver cómo su juicio es parcial sobre Nínive, pero Dios tiene una mirada más de largo alcance. Tal vez hay muchas más cosas hermosas que nos enseña el diálogo entre Dios y Jonás, pero puede ayudarnos para este tema ver que nuestro enojo muchas veces reposa en una mirada miope. Sólo Dios sabe cuándo esa persona podrá cambiar, qué gracias necesita y si nosotros somos ese profeta-espejo en el que el otro mira su miseria. Dios nos invita en nuestras afrentas a unirnos íntimamente a Él. Nos confía sus dolores, nos confía su amor por los pecadores, nos asocia a Su Pasión. En este sentido, perdonar no nos quita nada como hablamos al inicio, porque estamos en el Corazón de Cristo. No nos “dejamos” porque vemos y enunciamos el mal, pero lo dejamos en las mejores manos, las divinas. Si les preguntamos qué le pasa por qué actuó así, muchas veces nos sorprenderemos con la respuesta. Las tinieblas en las que vive por su educación, sus heridas, su vida de pecado, su falta de trabajo interior, lo esclavizan profundamente y se resiste a la gracia que siempre es fiel, pero él no lo sabe claramente porque el demonio lo somete con engaños. No sabe salir de allí. Nuestro poder decir con Cristo: “Perdónalos Padre, porque no sabe lo que hace”, le abre una nueva posibilidad de deshacer los nudos de la maldad y ser regenerado desde lo alto.
Otro aspecto sobre el tema del perdón es que hay heridas que son especialmente dolorosas en la medida que son hechas en condiciones de vulnerabilidad. Principalmente cuando se es niño y es herido por aquellos de quienes debes de recibir amor, aceptación, protección. Otras heridas muy dolorosas son hechas por quienes son muy cercanos: el esposo o esposa, los hijos, los amigos, todos aquellos con quienes “nos unía una dulce intimidad” (Ps 54;15). Una vez que se forma la herida, se formula una “promesa” a uno mismo de protección, por ejemplo: no muestres tus sentimientos porque te lastiman, no te muestres necesitado para que no te humillen, no des tus bienes para que no te usen, sino te van a amar que te respeten aunque para conseguirlo seas violento, si me aman me admiran, si me señalan un error es que me rechazan, por eso cuido una imagen d perfección intocable, si digo lo que pienso hay conflicto, mejor me callo o me retiro, etc… Todas estas frases son “creencias falsas”, que nos atrincheran y nos ponen en un lugar inalcanzable. Terminamos siendo iguales que aquellos que nos hicieron sufrir y así se forma una cadena de violencia y resentimiento. Hay quienes dicen que el 50% de la criminalidad es fruto de una venganza, la mayoría de las veces es fruto de una respuesta inadecuada al dolor, de allí la importancia del perdón para la paz de los pueblos. Sin embargo, no podemos psicologizar la moral. Es muy importante, asumir que hay una decisión frente al dolor. Tal vez la respuesta está altamente condicionada por nuestro pasado, pero no determinada. Dentro de lo inadecuadas de nuestras respuestas, hay decisiones morales en las que hay un margen libre y responsable.
Para poder ver nuestra herida y entender nuestras respuestas. Para poder pasar del resentimiento a la paz, de la esclavitud del círculo del dolor a la libertad de los hijos de Dios, es necesario ver nuestra alma iluminada con la luz divina, que al mismo tiempo que te muestra tu herida en su origen, tan hace ver el profundo amor que Él te tiene y ser consolado y sanado del dolor. Luego se tiene que re aprender a relacionarse, a verse a sí mismo, a caminar bajo la mirada divina, pero ya se partió del encuentro sanador de Dios. Es un don de Dios, algunas terapias o talleres y grupos de oración de sanación pueden contribuir poderosamente, pero en la medida que hay humildad y rendición ante Dios se alcanza ese don con mayor fruto.
Muchas veces la dificultad para perdonar es que pensamos que es lo mismo que reconciliarse. El perdón que se ofrece es unilateral, no necesita el otro pedirlo, ni siquiera desearlo y así logra ser más generoso, porque lo haces porque es un bien en sí mismo que le permite al pecador regresar, tener un puente tendido desde ese lugar que en su maldad lo aisló. Sin embargo, la reconciliación implica necesariamente bilateralidad y más aún, implica un propósito de enmienda sincero, concreto y realista en el amor y en la verdad. Sin ello, podría reforzarse una dinámica destructiva y una laxitud moral por la “impunidad”. Jesús también acepta que hay gente que rechaza el mensaje y a sus enviados, y en ese caso estamos autorizados a “sacudirnos el polvo de los pies en señal en testimonios contra ellos” (Mc 6,11). Queda pendiente tratar el perdón más difícil, perdonarse a sí mismo.