Una “cercanía” que aleja del Amor
Siempre aprendimos y profesamos que la
caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Esta es
una maravillosa verdad simple y eterna.
Claro está que definición tan sucinta
tiene consecuencias inmensas, porque el desarrollo del amor es tan
difusivo como lo es el mismo Dios que “es amor” (1 Juan 4, 8).
Las verdades de la fe y sus reflejos en
la vida cristiana deben guardar toda su transparencia, so pena de que el
desorden de nuestra naturaleza herida por el pecado transforme
progresivamente la doctrina y la praxis cristiana en ideologías y/o en
altruismo.
Toca a los pastores, y, por antonomasia,
al pastor supremo, custodiar el tesoro de la revelación, de la tradición
y del magisterio, para después trasmitirlo a los fieles y formarlos en
la vida cristiana.
Es por eso que lo que escribía o decía el
Obispo de Roma –así era hasta que comenzó el pontificado actual– tenía
una precisión a toda prueba. Encantaba ver no solo la doctrina que se
enseñaba en los pronunciamientos papales sino también la seriedad con
que eran vehiculados. Era un descanso para el espíritu y un estímulo,
suave y fuerte a la vez, para testimoniar la enseñanza que se nos daba.
En los días que corren, a tono con la
mentalidad en boga, ya no es así. Supuestamente, con el pretexto de ser
directo y simple para poder llegar mejor a las personas, se sacrifica
“el esplendor de la verdad” (título de la famosa encíclica de Juan Pablo
II), de esa verdad que ya no se enseña como es. Así, los compromisos
consecuentes en relación a Dios y al prójimo ya no se asumen con
integridad y un sentimentalismo mundano, que puede llegar a arrancar
lágrimas pero no a trasformar corazones, se difunde entre la gente. Los
católicos se sorprenden y se distancian de la verdad y los no católicos
se aproximan de una “neo-verdad”.
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