lunes, 14 de noviembre de 2016

UN ALMA QUE SE SANTIFICA

Un alma que se santifica.

Un alma que se santifica vale más que todo lo demás, que todas las obras exteriores y de apostolado. Es bueno que esto lo tengamos en cuenta para no equivocar el camino. Está bien que hagamos apostolado y evangelicemos, pero los primeros evangelizados debemos ser nosotros mismos. Tenemos que poner en práctica lo que sabemos de nuestra fe, y trabajar en nuestra santificación y, sobre todo, dejar trabajar a Dios en nosotros para que Él nos santifique con su Espíritu Santo.
Es que a veces estamos tan atareados en el apostolado y en buscar la salvación de las almas, que quizás nos olvidamos un poco o bastante de nuestra propia alma, siendo que nadie puede dar lo que no tiene, y entonces jamás daremos a Jesús a los demás, si no lo tenemos nosotros por la gracia santificante y las virtudes.
Ahora es el momento de recordar también aquella frase muy verdadera que dice: “Alma por alma, salvo la mía”. Es decir, que debo tratar de salvar almas, pero PRIMERO debo salvar mi propia alma, tengo que trabajar por mi santificación, huyendo del pecado y practicando la virtud, alimentando mi alma con la Palabra de Dios y con los Sacramentos, pues paradójicamente cuanto más pensamos en nosotros y en nuestra santificación, tanto mayor bien hacemos a los demás, sabiéndolo o sin saberlo, pues aunque ni siquiera salgamos de nuestra casa a predicar, con nuestra santificación, y gracias a la Comunión de los Santos, por los que todos estamos misteriosa pero realmente unidos, hacemos mucho bien a las almas. Recordemos que Santa Teresita es patrona de las misiones, y jamás salió de su convento. Con esto la Iglesia nos quiere recordar una verdad muy olvidada en estos tiempos de frenética actividad: Que sólo hay una cosa importante: tener a Dios en el alma por la gracia, y buscar ser santos.
Pensemos en estas cosas y tratemos de ponerlas en práctica, porque tanto ver este mundo, y las cosas de este mundo, de manera racionalista, con la sola razón, nos olvidamos de practicar la Fe, nos olvidamos de que Dios es un Dios de milagros y que trabaja en lo interior y escondido, y que difícilmente las obras de Dios se traslucen al exterior, y en todo caso, si se ven exteriormente, es porque hay un interior muy unido al Señor.
Así que cuando nos asalte el pensamiento de que “yo no hago nada, ningún apostolado, nada aparentemente útil”, pensemos que la forma de ser más “útiles” a Dios y a los hermanos, es trabajar en nuestra propia santificación.
cenaculo

martes, 18 de octubre de 2016

EL CATOLICO DEBE CREER EN LA VERDAD DELA IGLESIA O DEBE DUDAR ?

“A pesar de los varios obstáculos, particularmente los fundamentalismos de ambas partes, es un deber para todo cristiano el diálogo interreligioso, en el cual ambas partes encuentren purificación y enriquecimiento”

Cuando Pilato, con temor reverencial, pregunta a Cristo, en el pretorio, a respecto de su realeza, este proclama: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. (Jn 18, 37) ¿Sería Nuestro Señor Jesucristo un fundamentalista al afirmar esto con tanta convicción y propiedad? Siendo Dios hecho hombre, la Verdad en substancia, no podía ser diferente. Del mismo modo, su Iglesia no puede ser sino la única detentora de la verdad, como afirma San Pablo: “es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad”. (1 Tim 3, 15) El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la Iglesia “guarda fielmente ‘la fe transmitida a los santos de una vez para siempre’ (cf. Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles” (CCE 171). Además, el Divino Maestro dejó un mandato a los apóstoles: “Es necesario que se anuncie antes el Evangelio a todos los pueblos”. (Mc 13, 10) Por lo tanto, el diálogo de la Iglesia Católica con las otras religiones tiene como punto primordial el anuncio del Evangelio, llamando a la conversión.
No obstante, Jesús declara que los que no acepten su Evangelio serán condenados: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado”. (Mc 16, 15-16) Es decir, deja claro que la Iglesia debe definir bien los campos: los que están en la verdad y los que se obstinan en mantenerse en el error. Frente a otras religiones, todo cristiano tiene el deber de no “‘avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm 1, 8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe guardar una ‘conciencia limpia ante Dios y ante los hombres’ (Hch 24, 16)” (CCE 2471), sin componendas.
Ser fiel a la verdad de la Iglesia no es fundamentalismo, sino integridad en la fe. Y el diálogo interreligioso que no apunte a la conversión o cree que la Iglesia se enriquece y se purifica con otros credos es poner en duda la verdad de la Iglesia, cuales nuevos Pilato: “quid est veritas?”. (Jn 18, 38) Un diálogo que duda de Aquel que dijo de sí mismo “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jo 14, 6) no puede “tener significado de amor a la verdad”, sino que es relativismo. Y el Apocalipsis es muy severo con los relativistas: “porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca”. (Ap 3, 16) ¿Cuál es la enseñanza del Magisterio acerca del verdadero diálogo interreligioso?

Francisco

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Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partesEste diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos,así como para otras comunidades religiosas. Este diálogo es, en primer lugar, una conversación sobre la vida humana o simplemente, como proponen los Obispos de la India, “estar abiertos a ellos, compartiendo sus alegrías y penas (Declaración final de la XXX Asamblea general, n. 8.9.). Así aprendemos a aceptar a los otros en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse. De esta forma, podremos asumir juntos el deber de servir a la justicia y la paz, que deberá convertirse en un criterio básico de todo intercambio. Un diálogo en el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales. Los esfuerzos en torno a un tema específico pueden convertirse en un proceso en el que, a través de la escucha del otro, ambas partes encuentren purificación y enriquecimiento. Por lo tanto, estos esfuerzos también pueden tener el significado del amor a la verdad. (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 250, 24 de noviembre de 2013)

LOS HEREJES NOS VAN A ENSEÑAR LA FIDELIDAD AL EVANGELIO?

“Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen! ¡Cuantas cosas podemos aprender unos de otros!”

Acababa la última cena y ya el traidor se había retirado para ejecutar su crimen. Jesús, en la sola compañía de sus Apóstoles, elevó al Padre celestial la conocida oración sacerdotal, en la que pide por sus discípulos y en ellos por todos los que formarían parte de su rebaño, o sea, de su única Iglesia, la católica. Los apóstoles, para poder transmitir la doctrina y la fe verdadera, tuvieron que pasar tres años de intensa convivencia con el Divino Maestro. Prueba de ello es que en el colegio apostólico no había discrepancias religiosas: todos poseían la misma fe, la misma doctrina, las mismas enseñanzas.
Ese rico tesoro fue siendo transmitido por ellos y sus sucesores a los católicos de todos los tiempos, incontaminado e imposible de ser modificado por nadie hasta el final de los siglos. En ese depósito de fe se encuentra la base para la unión entre los católicos, conquistada y solidificada por la oración del Divino Maestro: “que todos sean uno” (Jn 17, 21).
Sin embargo, no faltaron herejes que, en pos de un extraño sincretismo, tergiversaron esas palabras, afirmando que Jesús en este momento pidió para que todas las religiones se unieran. Y mucho peor, que su Iglesia buscara en las otras algo que pudiese enriquecerla en la fuerza y plenitud de su anuncio evangélico.
Para evitar esa idea que subconscientemente se encuentra en la cabeza de más de uno, veamos en este estudio cual es la verdadera concepción de ecumenismo, si el anuncio de las otras religiones es verdadero y si los católicos podemos buscar algo en ellas sin injuriar a nuestra Santa Madre Iglesia.

Francisco

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El empeño ecuménico responde a la oración del Señor Jesús que pide “que todos sean uno” (Jn 17, 21). La credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor si los cristianos superaran sus divisiones y la Iglesia realizara “la plenitud de catolicidad que le es propia, en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión” [Unitatis redintegratio, n. 4]. Tenemos que recordar siempre que somos peregrinos, y peregrinamos juntos. Para eso, hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas, y mirar ante todo lo que buscamos: la paz en el rostro del único Dios. Confiarse al otro es algo artesanal, la paz es artesanal. Jesús nos dijo: “¡Felices los que trabajan por la paz!” (Mt 5, 9). En este empeño, también entre nosotros, se cumple la antigua profecía: “De sus espadas forjarán arados” (Is 2, 4). […]Dada la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio. La inmensa multitud que no ha acogido el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes. Por lo tanto, el empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino ineludible de la evangelización. Los signos de división entre los cristianos en países que ya están destrozados por la violencia agregan más motivos de conflicto por parte de quienes deberíamos ser un atractivo fermento de paz. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen! Y si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros. Sólo para dar un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. A través de un intercambio de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien.

LA RECONCILIACION DE LOS CREYENTES SE HACE DENTRO O FUERA DE LA IGLESIA ?

La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”

Después de la inesperada renuncia de Benedicto XVI corrieron todo tipo de rumores sobre los posibles sucesores del Papa alemán, con mayor o menor probabilidad de acierto en las especulaciones, dentro de una novedosa situación como fue la renuncia pontificia. Lo que algunos comentaban con interesada capacidad de análisis y sin detenerse demasiado en los nombres de posibles purpurados, era uno de los papeles que, según su mundano concepto, el nuevo ocupante de la silla de Pedro tendría que representar: el de la apertura hacia otras religiones y culturas, como condición para la presencia de la Iglesia en el mundo de hoy, la cual en muchas partes ya es bastante reducida, cuando no indeseada. Este sería el programa, independientemente del nuevo titular de la silla de Pedro, que daría el norte a su actuación.
Vamos por el cuarto año del gobierno de Jorge Mario Bergoglio y los hechos han dado razón a los que así opinaron. Las iniciativas de Francisco en este campo se repiten a diario, en un enfermizo y con frecuencia contradictorio afán de ser amigo de todos y apoyarlos en sus creencias, inaugurando un nuevo tipo de liderazgo muy intrigante para los católicos: no basado en las enseñanzas de la Iglesia, ni teniendo por objetivo llevarlas al mundo entero, como ordenó el mismo Cristo. Esta idea, aunque desconcertante, corresponde a la más estricta realidad, que el lector atento seguramente acompaña desde marzo del 2013.
Ciertas ideas de Francisco, que repite muy a menudo en diferentes términos, expresan su más firme convicción: lo que realmente importa es conformar en el ámbito religioso y civil una convivencia exenta de conflictos, en una apertura que parece olvidar o quizá sacrificar en el altar de los ídolos del mundo las más sagradas enseñanzas, costumbres y devociones que el catolicismo nos ha dejado. Aquello está por encima de esto.
Es nuestro deber proclamar la doctrina verdadera que el mismo Francisco oculta delante de la platea mediática que lo acompaña fervorosamente, aunque seamos conscientes de que esto nos quita su favor y amistad, que nunca tuvimos, por cierto, pues su tiempo está dedicado a otro tipo de periferias… Hay que señalar como curiosamente esta política ecuménica e interconfesional suya es correspondida en medida muy mediocre por aquellos a quien busca besar los pies. Si él se preocupara en hacer por Dios lo que hace por sus enemigos, la situación de la Iglesia sería muy diferente.

Francisco

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El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”, como bien enseñaron los Obispos del Congo: “La diversidad de nuestras etnias es una riqueza […] Sólo con la unidad, con la conversión de los corazones y con la reconciliación podremos hacer avanzar nuestro país”.

miércoles, 5 de octubre de 2016

LA ILUSION LLEVA A LA FELICIDAD

La ilusión lleva a la felicidad
La ilusión lleva a la felicidad

Tener metas, planes, cosas por delante para hacer es donde está la clave de la vida. Ahí está la clave para superar penurias y desgracias






Tener metas, planes, cosas por delante para hacer es donde está la clave de la vida. Ahí está la clave para superar penurias y desgracias.
El presente siempre tiene que estar empapado de futuro; es cuando verdaderamente uno saborea la vida.

La felicidad consiste en tener ilusiones.
Es el trampolín que nos hace saltar las dificultades.
Y la espiritualidad es la trascendencia, es decir atravesar su bien.

La felicidad consiste en estar contento con uno mismo, llevarse bien con uno mismo. También por supuesto, la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria.
Tener capacidad para olvidar las páginas negativas de lo pasado.

La felicidad consiste fundamentalmente en dos cosas: encontrarse a sí mismo, estar bien con uno mismo a solas o en compañía y tener un proyecto de vida con tres grandes ingredientes: amor, trabajo y cultura.

Cuatro cosas hacen feliz:

Mi forma de ser.
El amor que es el argumento clave, es decir el afecto.
El trabajo; trabajar con amor y el amor es trabajo.
La cultura: la cultura es aquello que nos hace libres, es decir convertir cualquier cosa que uno hace en un hacer inteligente.
Saber que uno sabe, es la culminación de sentirse feliz.
El hombre, varón y mujer, es el único entre los seres creados que sabe que sabe.

El auto-estima es el análisis de lo que uno hace de sí mismo, en el cual es capaz de sacar una conclusión positiva de los grandes argumentos de la vida.
El auto-estima es saber perdonarse los errores que uno tiene, los fallos, las limitaciones, intentar corregir lo corregible, mejorar el contacto con los demás. Todo esto es una tarea gradual y progresiva.

No revuelvas una herida que está cicatrizada. No rememores dolores, sufrimientos antiguos. ¡Lo que pasó, pasó!
De ahora en adelante procura construir una vida nueva dirigida hacia lo alto y camina hacia adelante, sin mirar atrás, a imitación de Dios que siempre mira para adelante. Haz como el sol que nace cada día sin acordarse de la noche que pasó.
¿Sabes por qué el parabrisas del auto es tan grande y el espejo retrovisor tan pequeño? Porque nuestro pasado no es tan importante como nuestro futuro. Mira hacia adelante.

No te detengas en lo malo que hayas hecho y emprende un nuevo caminar en lo bueno que si puedes hacer.

El auto-estima consiste fundamentalmente en dos cosas: confianza en sí mismo y seguridad. La confianza no tiene que ser nada extraordinaria.
Simplemente que uno sepa a donde va, que quiere.
El que no sabe lo que quiere, no puede ser feliz.

Por otra parte encontrarse así mismo es el camino, la ruta que se inicia hacía el auto-estima. La paz es la puerta de entrada a la felicidad.
Pero la paz es consecuencia de la lucha que hemos ganado contra nosotros mismos en primer lugar, lo que se conoce como paz interior y luego la otra paz que es consecuencia del enfrentamiento diario de las cosas diarias.
El que no puede sobrellevar lo malo no vive para ver lo bueno

La felicidad es el arte de vivir, el arte de sacarle a la vida todo el jugo posible, superando dificultades. Hay que tener metas para llegar a ser feliz.
La voluntad es una pieza clave en la construcción de la personalidad y de todo proyecto de vida.
"Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo"
(Papa Francisco)

La felicidad no está en las cosas grandes, sino en saber gozar de las pequeñas. La riqueza que hace feliz nos es tener los bolsillos llenos de dinero, aunque el dinero calme los nervios, sino en saber gozar de las cosas que no cambiarías por dinero.
Vivir bien, ser feliz, en definitiva, depende de la vara con que uno mide sus ambiciones.

Fe en Dios y fe en nosotros mismos, no por lo que somos, sino por la gran cantidad de valores que hay en el hombre, que si los pongo al servicio del Creador, si los pongo para hacer de la vida una vida mejor, haré feliz y seré feliz, porque Dios me va usar y las cosas que yo haga, Dios las hará florecer.
De una fe de tradición, hay que pasar a una fe de convicción. (Benedicto XVI)
Cada día es más difícil vivir como cristianos católicos: cada vez lo es más.
Por eso es esencial la convicción. Pero no es una obligación, nunca lo ha sido. Si una aceptación generosa que proviene de la profunda convicción.

Cuando recibimos la fe, en algún momento de nuestra vida, recibimos un regalo que nos viene de lo alto, que nos gratifica, nos sostiene durante toda nuestra existencia y nos congrega como comunidad.
La fe es mucho más que estar convencido que Dios existe y es el Creador de todas las cosas. Tener fe es vivir confiando en Dios. (P.Aderico Dolzani SSP)
Y el que vive confiando en Dios, podrá mandarse algún patinazo, podrá tener que apretarse el cinturón más de una vez, pero sabe siempre que las cosas terminan en una Pascua de Resurrección.
Y eso ya lo hace feliz aunque le duela la barriga.

A veces: grandes intelectuales, grandes científicos, gente de la cultura y del arte, conocedores de la vida, genios aparentes, no saben lo más importante: “Dios te ama” para mí fue el gran hallazgo del día, recordé que los humildes de este mundo son los grandes conocedores de la razón última de nuestras vidas y que los personajes de grandes cualidades desconocen en muchas ocasiones la raíz de su existencia y se ahogan en el enigma de los interrogantes: de dónde venimos, a dónde vamos. “Dios me ama” hoy, QUÉ GRAN DESCUBRIMIENTO!!!! (Rafael Gutierrez Amaro)
Y como te ama hoy, siempre las cosas terminan bien si lo haces de la mano de ÉL.

Las cosas de Dios se deben ver sin mirar y escuchar sin entender.
Dios es plenitud de bien. La locura de Dios es más fuerte que la sabiduría del hombre.

Por eso todas las cosas hechas en comunión con Dios salen siempre bien, porque hacen el bien y hacen vivir bien.
Y como el creyente cree sin entender, es frecuente que por donde nos lleva el hacer el bien, sea un caminar sin ver la cosecha.
La medida del amor y renuncia que aporta cada uno en las cosas del diario vivir decide el saber en qué medida penetró en nosotros el conocimiento y el misterio de Dios.

Decía el Beato Mauricio Tornay:
¿Sabes que cuando tienes frío, y ofreces ese frío a Dios, puedes convertir a un pagano?
¿Y que las penas bien soportadas de un día tienen más mérito que si hubieras rezado todo el día?
Son recursos fáciles de que dispones para ayudar a todo el mundo.

En definitiva todo es aprovechado por Dios, todo viene de Dios.

En un pasado viernes santo un cardenal nos hacía descubrir la fuerza que emana de la cruz.
Desde la cruz salió La fuerza de Simón
El ardor a Pablo de Tarso
La bondad al pobre de Asís
El amor a Teresita de Lisieux
El vigor a Teresa de Ávila
La iluminación a San Agustín
La humildad al indiecito Juan Diego
La firmeza a Bernardita
El sacrificio de Kolbe
El espíritu joven a Juan XXIII
La caridad a la Madre Teresa
La valentía a Juan Pablo II
Y hoy nosotros nos atrevemos a añadir: La humildad y sencillez al Papa Francisco.

Y todo llevó a cada uno de ellos a la felicidad. A ser felices y hacer felices con lo que cada uno hizo.
Porque todo lo que viene de Dios, si es asumido y practicado, llevan al hombre a ser feliz.

Ya lo sabes de dónde viene el camino de la felicidad. ¡Atrévete! a meterte en ese camino y caminarás sintiéndote bien y haciendo el bien.
¿Por qué? Porque hacer el bien, hace bien.
Empezando por uno mismo.

DE ACUERDO

De acuerdo!
Momento ideal para el Diálogo

“Nuestras sociedades no se caracterizan por el consenso, sino por la discusión permanente, y a ésta los medios contribuyen no en pequeña medida.”



“Nuestras sociedades no se caracterizan por el consenso, sino por la discusión permanente, y a ésta los medios contribuyen no en pequeña medida.”
Parece que vivimos en el momento ideal para el diálogo. ¿Por qué ideal? Porque las actuales formas de comunicación y redes sociales nos permiten tener un diálogo que existe sólo en nuestra mente. Porque somos capaces de decir nuestras ideas sin tener que esperar a que alguien reaccione ante ellas. Porque tenemos el poder de quedarnos sólo con las respuestas que nos gustan. Porque bienvenido el diálogo cuando coincidimos y de otra manera no nos interesa.
Lo más preocupante que ha ejemplificado esta nueva manera de “comunicación” (si es que así se le puede llamar), es que parece que únicamente existen dos posturas para todos los aspectos de la vida, todo puede resumirse en estar a favor o en contra de algo, sí o no, blanco o negro. Dos únicas maneras de ver el mundo, opuestas e irreconciliables entre sí.
Si esto fuera así, la convivencia sería imposible. Y la historia de la humanidad sería una eterna confrontación e imposición, así como la política sería únicamente la institucionalización de la postura más fuerte en determinado momento.
Es como si cada vez nos fuera más difícil encontrar puntos de acuerdo, escuchar sin tener la necesidad de responder, tratar de entender. Si partimos de que estamos bien y los que están en desacuerdo están mal, ¿realmente se puede buscar o siquiera hablar de un bien común?

Puede ser que la ilusión democrática nos haya llevado a pensar que las decisiones son sólo una cuestión de mayoría y que nuestro único deber es “tolerar” las ideas distintas. Puede ser que hayamos dejado a un lado otras virtudes democráticas como dialogar, conciliar, ceder, negociar.
Me atrevo a decir que para mejorar la convivencia social no es necesario que todos pensemos igual ni únicamente apelar a la “tolerancia” de otras ideas. No. Para ser realmente capaces de construir la sociedad que queremos, sí, la que todos queremos, es importante dejar de descalificar al otro, al que no entiendo. Pero lo más importante es empezar a buscar puntos de acuerdo. Dejemos ese afán de tratar de ganar cada discusión y aprendamos a conciliar, a saber tomar lo mejor de todas las posturas que escuchamos en vez de polarizar cada vez más el debate. Profundicemos también en el entendimiento de nuestra época y de nuestras opiniones.
¿Por qué nos hemos conformado con el interés de la mayoría en vez de buscar un bien común? El concebir al mundo como un constante “nosotros contra ellos” sólo puede traducirse en una sociedad dividida y enojada. Quizá sea hora de empezar a construir.

POR QUE CONFIAR EN DIOS

¿Porqué confiar en Dios?
La esperanza es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el momento del bautismo por la que tenemos firme confianza en que Dios nos dará, por los méritos de Jesucristo, la gracia que necesitamos en esta tierra para alcanzar la vida eterna.


Por: Escuela de la Fe | Fuente: Libro Tiempos de Fe. 




¿Porqué confiar en Dios?
*Dios siempre es fiel a sus promesas
*La esperanza responde al anhelo de felicidad del hombre
* El horizonte de la esperanza es la vida eterna
La seguridad es nuestra vida moral nos viene de la esperanza, la segunda virtud teologal, un don muy importante para el cristiano. Gracias a ella, muchas realidades dolorosas de esta vida: la muerte, el sufrimiento, la traición de los hombres, adquieren un nuevo sentido, se convierten en medios de salvación, en pasos para llegar a Dios, Por ella vivimos en esta vida con la certeza de que un día vamos a recibir la felicidad eterna del encuentro definitivo con Dios. Padre amoroso que nos está esperando y nos ayuda de diversas formas a llegar hasta Él.
Esperanza: es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.


La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva de egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
La esperanza es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el momento del bautismo por la que tenemos firme confianza en que Dios nos dará, por los méritos de Jesucristo, la gracia que necesitamos en esta tierra para alcanzar la vida eterna.
Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas.
Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolver el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y provocar su castigo.
El fundamento de esta virtud lo encontramos en la bondad y el poder infinito de Dios que siempre es fiel a sus promesas.
Dios ha prometido el cielo a los que guardan sus mandamientos y ha prometido además, que Él ayudará a los que se esfuercen en guardarlos. Dios nos da la gracia divina que nos permite hacer obras meritorias y, a través de ellas, alcanzar la gloria eterna.
La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido del Antiguo Testamento, que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac. Él esperaba el cumplimiento de las promesas de Dios y su esperanza fue purificada por la prueba de sacrificio. (cfr. Gn 17, 4-8;22, 1-18).
Dios además hizo una alianza con Israel en el Monte Sinaí y Él siempre se mantuvo fiel. El pueblo se dejó llevar por la desconfianza y llegó a adorar a otros dioses, pero Dios seguía conservando su fidelidad, su amor hacia ese pueblo elegido.
Éste es el fundamento de la esperanza: Dios siempre se mantiene fiel en su amor hacia cada hombre y, por eso, aunque los pecados sean muchos, siempre se puede acudir a Él con arrepentimiento para recuperar la relación del amor que el hombre rompe con su infidelidad.
A veces, la Iglesia se refiere a la Santísima Virgen como “Esperanza nuestra”. Esto lo decimos porque, siendo ella, Madre Nuestra, Corredentora y Medianera de todas las gracias, nos alcanza de Dios la perseverancia final y la vida eterna.  
La virtud de la esperanza es tan necesaria como la virtud de la fe para conseguir la salvación, pues el que confía llegar al fin prometido por Dios, fácilmente abandonará los medios que le conducen a Él. Es la virtud de la alegría, de la motivación de la fuerza ante la dificultad y heroísmo de los mártires. Sin ella, el hombre queda encerrado en los horizontes de este mundo sin posibilidad de abrirse a la vida eterna y esto puede llevarle a la desesperación pues no será capaz de resolver los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor (cfr.  Gaudium et Spes,n 21, 3). Sin ella, el hombre cree que está solo ante las dificultades, que no cuenta con la ayuda de Dios. Esto, unido a la constatación de su propia fragilidad, le sume en el pesimismo y en la falta de ilusión por superarse. Gran parte de la filosofía moderna existencialista olvidada de Dios sigue esta línea con terribles consecuencias para el hombre: desesperación, absurdo, suicidio.
Junto a la esperanza suele mezclarse el temor a Dios pues el hombre, sabiendo que puede ser voluntariamente infiel a la gracia y comprometer su salvación eterna, a veces encuentra mayor motivación para ser fiel a Dios en el hecho de que si no lo es, puede condenarse. Este temor de Dios es un don del Espíritu Santo que no hay que despreciar pues una esperanza sin temor  engendra presunción. Tampoco hay que exagerar, pues un terror puramente negativo puede producir desconfianza o desesperación. En definitiva, no se trata propiamente de un temor a Dios sino de un temor a perder a Dios.
El cristiano, a pesar de sus muchas faltas y pecados, confía en el Señor, recurre a la oración y a los sacramentos, a sus medios de perseverancia es sabiendo que Él cumplirá la promesa de llevarle a la vida eterna en su presencia.
Hay tres formas de pecar contra la esperanza:
1.- Desesperación: que consiste en creer que Dios ya nos perdonará a los pecados o no dará la gracia y los  medios necesarios para alcanzar la salvación. Es el pecado de Caín (Gn 4, 13) y de judas (Mt27, 3-6).
Equivale a una negación de la misericordia de Dios y lleva casi naturalmente a la pérdida de la fe. Los hábitos de pecado, la pereza espiritual que no pone ningún medio para vivir intensamente la fe, la soberbia y autosuficiencia, llevan fácilmente al espíritu a desconfiar de la gracia. Un hombre de mentalidad cristiana sana prefiere desconfiar antes de sí mismo que el inmenso poder y de la inconmensurable misericordia de Dios que tantas veces se pone de manifiesto a lo largo de la Sagrada Escritura   (ej. Lc. 15).
2.- Presunción: es un exceso de confianza que nos lleva a persuadirnos de que alcanzaremos la vida eterna sin emplear los medios previstos por Dios (la gracia o las buenas obras).
En la presunción se puede incurrir de muchas formas como el que espera salvarse sólo por las buenas obras, el que cree que se salvará sólo por la fe, el que deja la conversión para el momento de la muerte y mientras, vive como quiere, confiando temerariamente sólo en la bondad de Dios a la hora de la muerte, el que peca libremente por la  facilidad con que perdona Dios o los que se exponen fácil a las ocasiones de pecado. Aquí, en todos estos casos, se pierde de vista la justicia de Dios que pedirá cuentas a cada uno del uso de los talentos que le dio (Eclo 5,6).
3.- El pecado más habitual contra la esperanza es la Desconfianza. No se pierde por completo la virtud, sólo se debilita al constatar los obstáculos y las dificultades que aparecen cuando se quiere vivir a fondo el cristianismo. También aparece por el cansancio en la lucha por vivir las virtudes o por el olvido de que Dios es el verdadero protagonista de la santidad queriéndolo hacer todo sólo por las propias fuerzas. Da lugar al desánimo, al pesimismo o al abandono de la vida espiritual combativa. La forma más adecuada de salir de esta situación es acudir a Dios a través de la oración, los sacramentos, etc.

COMO MEDIR LA TEMPERATURA A TU RELACION CON DIOS




Como creyentes, uno de nuestros mayores anhelos es tener una relación fuerte y sana con Dios, que impregne nuestra vida y nos haga caminar en santidad. Vivir en sintonía con Dios nos da verdadera felicidad y por eso, debemos cuidar nuestra relación con Él más que ninguna otra y estar en constante sintonía con su voluntad.
Cuando el pueblo de Israel es conducido por Moisés a través del desierto hacia la tierra prometida experimenta muchos episodios de rebeldía. Éste período de travesía por el desierto, que no es muy hermoso, retrata muchas cosas ciertas para nosotros actualmente. El pueblo es la imagen de la Iglesia y el desierto de la vida humana, y seguramente las rebeldías que tuvo el pueblo de Dios son las que acompañan el transcurso de nuestras vidas. Hoy no nos quejamos y no nos rebelamos a Dios exactamente por los mismos motivos que ellos, pero estos pasajes bíblicos se encuentran más vigentes que nunca y los tomamos como guía para aprender a conocer nuestra condición humana, para estar en guardia y hacer frente a nuestras propias rebeliones y caprichos.
¿Estás en sintonía con lo que Dios tiene para ti o eres un caprichoso?
La palabra capricho es útil para describir lo que sucede al pueblo de Dios y que nos trae la Palabra en el Libro de Los Números (11, 4b-15), cuando los Israelitas se quejaban de que sólo tenían maná para comer y extrañaban el pescado, pepinos y cebollas que comían en Egipto mientras eran esclavos. No les bastaba el alimento que Dios les daba en libertad y en camino hacia la tierra prometida, sino que añoraban la comida que recibían en esclavitud. Ellos exclamaban: « ¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná ».
El pueblo tenía lo suficiente para vivir, pero no era a gusto de ellos. No se estaban muriendo de hambre como en otros pasajes parecidos, el problema tiene que ver con el sabor, con el gusto. Pues, aunque el maná según la descripción de la escritura suple la necesidad de nutrición, es un sabor que ya los tiene saturados.


Nosotros no somos muy distintos de ellos, pensemos en cuantas circunstancias de nuestra vida, más que tener necesidades lo que en realidad tenemos son caprichos, y el hecho de imponer o querer imponer nuestro capricho, nos vuelve como niños mal educados, malcriados, lo mismo que este pueblo. El problema  es de falta de sintonía, yo quiero llevar mi camino, quiero hacer las cosas a mi gusto, yo prefiero mi estilo y Dios quiere llevarme por otra parte, descubro que lo que Dios me ofrece si es suficiente para la necesidad pero no es suficiente para mi propio gusto, desprecio el plan de Dios y creo que mis apetencias son mejores.
La fiebre del capricho nos enferma, pone en peligro nuestra relación con Dios, va atacándonos poco a poco y nos hace más susceptibles a caer en las redes del pecado. Para ello debemos estar constantemente midiendo la temperatura de nuestra relación con Dios.
Los dos termómetros de tu relación con Dios: La gratitud y la alegría
1. ¿Soy agradecido?
Si queremos saber la temperatura de nuestra relación con Dios, empecemos por preguntarnos por nuestros propios caprichos. ¿Soy una persona agradecida con lo que he recibido de Dios?
La gratitud se vuelve escasa o tal vez inexistente en el pueblo de Dios, estas personas no sienten que tengan que agradecer, es un pueblo ingrato porque no les llegan las cosas como quisieran. Para saber si somos caprichosos es bueno hacernos esa pregunta ¿Qué tan agradecido soy?
La falta de gratitud denota siempre que el capricho se está adentrando en el corazón humano, si damos gracias pocas veces o no el número de veces que deberíamos, es porque en realidad cuando las cosas no son a nuestro gusto seguramente no las agradecemos
2. ¿Soy alegre?
Llama la atención que en el pasaje de Caín y Abel, lo primero que perdió Caín mucho antes de cometer el homicidio fue la alegría, y Dios lo llama y lo interroga y le dice: “¿Qué paso con tu alegría? ¿Por qué andas con el rostro sombrío?”
La falta de alegría es el primer síntoma de que se ha perdido la sintonía con Dios. El corazón gozoso en  la voluntad de Dios, agradecido por lo que recibe de Él, es un corazón en plena sintonía. Mientras que el corazón que ya no se alegra, que empieza a volverse apagado y sombrío, muy pronto va a pasar de esa sombras a las tinieblas, y va a pasar de ese aspecto simplemente serio o ausente a otro mucho más terrible, probablemente ya de envidia como Caín, ya de lujuria como David ya de venganza como Saúl, eventualmente terminará cayendo en las redes del pecado.
Para evitar que el pecado haga nido en nuestra vida y ponga en peligro nuestra relación con Dios hay que vigilar el rostro, hay que vigilar la alegría, hay que tener control de la gratitud. No se trata de ponernos una máscara que tenga una sonrisa, se trata de utilizar esas dos actitudes, la gratitud y la alegría, como termómetros que nos permiten examinar si tenemos esa fiebre terrible que se llama capricho, ver si me he enfermado de ingratitud y esa enfermedad hay que curarla con urgencia
Realmente el pecado no sucede de manera tan inesperada como a veces uno lo describe. Una vocación, por ejemplo, no se pierde de manera tan inesperada. Normalmente lo que sucede es que se empieza a resbalar, se empieza a ceder: de las cosas pequeñas se va pasando a otras más grandes, y de las grandes a las terribles, y de las terribles a las espantosas, uno va descendiendo, uno va resbalando. Entonces, estos termómetros de la alegría y la gratitud sirven para que el corazón se despierte y me pregunte ¿qué estoy haciendo? ¿Qué está pasando conmigo? ¿A dónde voy a llegar si sigo por este camino? Esos indicadores son muy importantes, cuando estamos atentos al estado de salud de nuestra docilidad y de nuestra sintonía con Dios, indudablemente podemos tomar medidas correctivas en el momento en el que son necesarias.
¿Cómo curarme de la fiebre del capricho y mejorar mi relación con Dios?
Revisa tu comunicación con Dios. Si de repente notas que estas estresado, enojado o agotado, es una señal de que te estas comunicando menos con Dios y más con el mundo. Es algo parecido a lo que sucede con la comunicación moderna a través del teléfono celular, si por algún motivo en medio de una llamada empiezas a perder la señal, la voz se empieza a entrecortar, no entiendes lo que te dicen. Esto mismo sucede en nuestra comunicación con Dios, apenas empecemos a sentir que se está perdiendo la comunicación, quiere decir, que me he alejado demasiado de la antena, me he alejado de esa emisión de la palabra de Dios que quiere llegar  a mi vida, posiblemente me he alejado de mi libro de oraciones, de la liturgia de las horas, probablemente me alejado del sagrario que me inspira tanto, me he distanciado de mi comunidad que es el lugar natural de crecimiento y de florecimiento de mi vocación.
¿Qué hacemos cuando en el celular se pierde la señal? Caminamos hasta encontrarla, vamos al lugar donde la señal se recupera. Pues eso es lo que también debemos hacer en la vida de la fe, en la vida del espíritu, si ves que la señal esta interrumpida, esta entrecortada, es el momento de dar unos pasos, es el momento de buscar plena conexión con Dios que te da vida.