“A pesar de los varios obstáculos, particularmente los fundamentalismos de ambas partes, es un deber para todo cristiano el diálogo interreligioso, en el cual ambas partes encuentren purificación y enriquecimiento”
Cuando Pilato, con temor reverencial, pregunta a Cristo, en el pretorio, a respecto de su realeza, este proclama: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. (Jn 18, 37) ¿Sería Nuestro Señor Jesucristo un fundamentalista al afirmar esto con tanta convicción y propiedad? Siendo Dios hecho hombre, la Verdad en substancia, no podía ser diferente. Del mismo modo, su Iglesia no puede ser sino la única detentora de la verdad, como afirma San Pablo: “es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad”. (1 Tim 3, 15) El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la Iglesia “guarda fielmente ‘la fe transmitida a los santos de una vez para siempre’ (cf. Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles” (CCE 171). Además, el Divino Maestro dejó un mandato a los apóstoles: “Es necesario que se anuncie antes el Evangelio a todos los pueblos”. (Mc 13, 10) Por lo tanto, el diálogo de la Iglesia Católica con las otras religiones tiene como punto primordial el anuncio del Evangelio, llamando a la conversión.
No obstante, Jesús declara que los que no acepten su Evangelio serán condenados: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado”. (Mc 16, 15-16) Es decir, deja claro que la Iglesia debe definir bien los campos: los que están en la verdad y los que se obstinan en mantenerse en el error. Frente a otras religiones, todo cristiano tiene el deber de no “‘avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm 1, 8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe guardar una ‘conciencia limpia ante Dios y ante los hombres’ (Hch 24, 16)” (CCE 2471), sin componendas.
Ser fiel a la verdad de la Iglesia no es fundamentalismo, sino integridad en la fe. Y el diálogo interreligioso que no apunte a la conversión o cree que la Iglesia se enriquece y se purifica con otros credos es poner en duda la verdad de la Iglesia, cuales nuevos Pilato: “quid est veritas?”. (Jn 18, 38) Un diálogo que duda de Aquel que dijo de sí mismo “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jo 14, 6) no puede “tener significado de amor a la verdad”, sino que es relativismo. Y el Apocalipsis es muy severo con los relativistas: “porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca”. (Ap 3, 16) ¿Cuál es la enseñanza del Magisterio acerca del verdadero diálogo interreligioso?
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