sábado, 4 de marzo de 2017

¿ POR MUCHOS O POR TODOS ?

¿Por muchos o por todos?



Durante la consagración del cáliz oíamos decir al sacerdote hasta hace poco: Sangre que será derramada por todos; ahora dice: derramada por muchos y ya no por todos. ¿Qué Cristo no murió por todos? ¿Por qué este cambio? El Papa Benedicto XVI lo explica en una carta a los obispos alemanes, de la que le ofrecemos algunas razones del cambio.
1°. En la consagración del cáliz, dice Jesús en el evangelio de san Marcos: Esta es mi sangre de la Alianza que es derramada por muchos (Mc 14, 24). Lo mismo dice san Mateo. De aquí provienen las palabras de la consagración en la misa.
2°. Estos textos son palabras de Jesús, hacen referencia a los cantos del Siervo de Dios del profeta Isaías y explican el sentido de su muerte: siendo inocente, justificará mi Siervo a muchos (Is 53, 11). Es una cita literal del profeta, y la palabra utilizada por Isaías significa muchos o la muchedumbre; pero no significa todos. Es verdad que una muchedumbre pueden ser todos; pero no necesariamente. Esto es ya una añadidura.
3°. Tanto los evangelistas como los apóstoles y la iglesia de los orígenes, sabían perfectamente que Cristo se entregó a sí mismo por el rescate de todos, que Uno murió por todos, como dice san Pablo. De esto no hay duda posible. ¿Por qué ni Jesús ni los evangelios cambiaron el texto de Isaías y dijeron todos, en lugar de muchos?
4°. Por varias razones: a) En atención a las palabras de Jesús y al texto sagrado de Isaías; la palabra de Dios debe respetarse como llegó a nosotros; b) Porque le importaba mucho a la iglesia primitiva explicar que la muerte de Cristo –violenta y profana- no había sido un fracaso, ni un accidente, sino que obedecía a un plan maravilloso de Dios: que un Justo entregara su vida por los injustos, un misterio del amor de Dios anunciado desde el antiguo Testamento; c) Finalmente, porque Jesús vino a realizar la figura del Siervo de Dios, quien, como manso cordero, se entregó en manos de sus verdugos. Jesús no es el poderoso Mesías esperado por Israel, sino el humilde y obediente Servidor de Dios y de nosotros.
5°. Entonces, ¿por qué algunas Biblias traen por todos, y no por muchos? Así lo hacen algunas traducciones modernas, a fin de ayudar a la comprensión de los lectores; no así, por ejemplo, la Biblia de Jerusalén. La traducción por todos no es errónea, pero tiene más de interpretación que de traducción. Es una interpretación que va más allá de la traducción, dice el Papa Benedicto XVI.
6°.  La liturgia prefirió la fidelidad al texto del evangelio y a las palabras de Jesús, quien dijo por muchos, como Isaías. Aquí podemos constatar cómo la Iglesia cuida la fidelidad a la santa Palabra de Dios y cómo ésta se conserva viva en el espíritu de la liturgia.
7°. La santa Biblia y la Liturgia necesitan de la catequesis y de la teología. El estudio y la sabiduría de los pastores de la Iglesia, de los catequistas y de los padres de familia son indispensables para transmitir la fe a las nuevas generaciones.

DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR.........................

Divorciados vueltos a casar





Suele pensarse que el divorcio es pecado, pero no es así. Suele pensarse también que los divorciados vueltos a casar han sido excluidos de la Iglesia, pero tampoco es así. Prevalecen ambas confusiones y siempre es necesario poner luz sobre estas realidades que ya son cotidianas. Es muy alto el número de matrimonios que se diluyen con la separación y ulterior divorcio formal de los esposos, cosa que proporciona sufrimiento a la familia, pues romper un hogar no es fácil y explicarle eso a los hijos, para hacerles comprender lo que ni sus propios padres comprenden, no es tarea sencilla.
El matrimonio es indisoluble porque es Sacramento y, como tal, es presencia viva de Cristo en cada persona, presencia que nadie puede diluir, menos fracturar. Así como nadie disuelve el bautismo, ni la confirmación, ni la reconciliación, ni la eucaristía, ni el sacerdocio, ni la unción de enfermos, así nadie disuelve el matrimonio. Esta afirmación encuentra fundamento escriturístico cuando Jesucristo afirma: “Desde el comienzo de la creación, ‘Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne’. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mc 10, 6-9). Luego la misma escritura es determinante cuando Jesús confirma, contundente, que “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 11-12).


Benedicto XVI acaba de arrojar luz sobre la situación de las personas divorciadas y vueltas a casar que desean vivir la fe y participar de los sacramentos. Fue a principios de este mes de junio, con ocasión de la celebración del VII Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Milán, Italia, cuando el Papa explicó: “Este problema es uno de los grandes sufrimientos de la Iglesia de hoy. Y no tenemos recetas simples. Es muy importante la prevención, esto es, profundizar desde el inicio del enamoramiento en una decisión profunda, madura. Además, es fundamental que las familias no estén nunca solas, sino realmente acompañadas en su camino. Y respecto a estas personas, debemos decir que la Iglesia las ama; deben ver y sentir este amor. Las parroquias y las comunidades católicas deben hacer realmente lo posible para que se sientan amadas, aceptadas, que no están ‘fuera’ a pesar de que no pueden recibir la absolución ni la Eucaristía. Deben ver que incluso así viven plenamente en la Iglesia. Se participa en la Eucaristía si realmente se entra en comunión con el Cuerpo de Cristo. También sin la recepción del sacramento podemos estar espiritualmente unidos a Cristo. Es importante que encuentren la posibilidad de vivir una vida de fe y puedan ver que su sufrimiento es un don para la Iglesia porque sirven así a todos para defender la estabilidad del amor y del matrimonio; es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe”.
Una de las muchas razones por las que los matrimonios se separan es porque al cabo de un año o dos de convivir alguno de los cónyuges llega a pensar que “ya se acabó el amor” y que no hay mayor interés en continuar. También sobre esto habló Benedicto XVI y explicó que “El sentimiento del amor ha de ser purificado, debe recorrer un camino de discernimiento, esto es, deben entrar en juego también la razón y la voluntad. En el rito del matrimonio, la Iglesia no pregunta: ‘¿Estás enamorado’?, sino: ‘¿Quieres, estás decidido?’. El enamoramiento ha de transformarse en verdadero amor por medio de la voluntad y la razón, a lo largo de un camino, el noviazgo, de forma que realmente toda la persona, con todas sus capacidades, con el discernimiento de la razón y la fuerza de voluntad, diga: ‘Sí, esta es mi vida’. También son importantes la comunión de vida con los demás, con los amigos, la Iglesia, la fe, con Dios mismo”.
El matrimonio requiere de saber que se establece un compromiso de mucha formalidad, hacia el otro porque se ha hecho un pacto de amor y de fidelidad, y hacia Dios porque es un sacramento. El Señor hará su parte para mantener unidos a esos esposos, pero ellos deben esforzarse y cuidarse uno al otro porque el riesgo de ofender es continuo y porque siempre será más fácil encontrar muchísimas palabras para ofender, que para perdonar, y porque después no suele encontrarse ni siquiera una palabra para reconciliar, perdonar, y buscar ser perdonado.

AL MAL TIEMPO BUENA CARA

Al mal tiempo, buena cara






A mal tiempo buena cara
Fuera hace frío, mucho frío; se ve el aliento de las personas al respirar, mientras caminan envueltos en abrigos y bufandas y las manos en los bolsillos. Quizá las crestas de los montes estén cubiertas de nieve o de hielo, pero hay gente que tiene su corazón caliente, y no importa el frío de las calles; personas que tienen una razón para vivir, gentes felices y que saben amar, que saben convertir todas las cosas duras de la vida en algo bueno, algo positivo, tienen esperanza, confían en Dios, aman a su prójimo y se esfuerzan por mantener un clima de paz y calor en sus hogares, en su trabajo .
Pero, ¡qué duro debe ser que ahí fuera haga frío y que el corazón esté congelado, hecho hielo, también! Frío por fuera y frío por dentro; hielo es la desesperanza, dejarse arrancar día a día los restos de confianza a los que uno se agarra para seguir viviendo. Hielo es el rencor y el odio que va pudriendo poco a poco de modo irremediable tantos corazones. ¡Qué hielo tan duro, es el miedo a la vida, al futuro, a la vejez, a la enfermedad y a la soledad!
Necesitamos que salga el sol dentro de nosotros mismos, el sol de la esperanza, del amor, del optimismo, de la paz interior; tenemos que forzarnos a nosotros mismos y, antes que nada, obligarnos a creer que el sol puede salir en nuestra vida .
El que desespera de todo, puede tener muchas razones y excusas, pero también algo de culpa porque penas, sufrimientos, apuros económicos, contratiempos, están repartidos en la vida de todos, pero ahí esta también la mente, nuestra mente, para buscar soluciones a los problemas, y unos la usan y otros no .
Ahí están nuestras manos para trabajar, y unos les dan uso y otros no, ahí está Dios que sí ayuda a los que confían, pero unos le rezan a ese Dios y otros le dan la espalda; ahí están las oportunidades que ofrece la vida, pero unos las buscan y otros se excusan diciendo que nada se puede hacer .
El sol de la esperanza puede salir y de hecho sale en la vida de todos los que se fuerzan a sí mismos a creer en Dios y en sí mismos, que se fuerzan a esperar lo mejor, a luchar por salir adelante a pesar de todo .
Yo no puedo controlar el clima de afuera, pero sí el interior de mi espíritu. Los problemas lo pueden quebrantar a uno si se deja, pero pueden fortalecerlo si los enfrenta como retos magníficos .
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¿ COMO PUEDO ESCUCHAR A DIOS ?

¿Cómo puedo escuchar a Dios?






¿Cómo puedo escuchar a Dios?

 Carlos. pregunta:
Querido Padre Ricardo:
Soy Carlos y quisiera saber si usted podría ayudarme con mi vocación para ver si estoy llamado a ser sacerdote. Le rezo a Dios en la Iglesia. ¿Me podría decir cómo puedo escuchar a Dios en la Iglesia? Le pregunto si soy llamado a ser sacerdote pero no sé lo que Él me dice. Lo escucho pero no puedo oírlo. ¿Me podría decir cómo puedo escuchar a Dios?
  Querido  Carlos:
Es bueno hablar contigo. Perdona por demorar tanto en mandarte una respuesta. Comencé a contestarte inmediatamente cuando me enviaste la carta pero me compliqué más de la cuenta algo que es verdaderamente simple, así que lo dejé de lado y comencé todo denuevo.
Lo que debemos recordar de Dios es que Él no solo nos habla cuando nosotros le hablamos ( como por ejemplo cuando rezamos), Él siempre nos está hablando, y de muchas maneras.
La principal forma en que nos habla es a través de las palabras de Jesús y , por ejemplo, todo lo que leemos en el Evangelio, y en cada una de las cosas que la Iglesia nos dice que tengamos Fe en Él. Por ende, cuando rezamos y queremos escuchar a Dios, no deberíamos tratar de escuchar algo nuevo o pedirle que nos diga algo nuevo, debemos tratar de escuchar lo que ya nos ha dicho, ir al Evangelio y comprender qué nos dice ahí.
También nos habla a través de aquellos que están delante de nosotros y se preocupan por nosotros y nos enseñan acerca de Dios. Cuando tus padres te dicen que hagas algo que sabes, Dios realmente quiere que hagas lo que te dicen, por lo tanto, cuando obedeces a tus padres en realidad le dices a Dios que lo estás escuchando. Lo mismo ocurre cuando un católico obedece al Papa, pues estamos obedeciendo a Dios.
Dios también nos habla a través de otros. Si ves a alguien que necesita ayuda, o algún niño que no sabe nada acerca de Jesús, y tratas de ayudarlo o enseñarle acerca de Jesús, lo que estás haciendo es, en verdad, ayudar y ser amable con Jesús.
Entonces, cuando le rezas a Dios por tu vocación, para saber si Él quiere o no que tú seas sacerdote, no vas a tener una respuesta que puedas escuchar como la que te daría una persona a la que le estuvieses preguntando. Sin embargo, Dios te responderá de distintas formas: cuando leas el Evangelio y veas lo que hizo Jesús y eso haga que tú quieras ser sacerdote, puede ser que Dios esté poniendo el pensamiento en tu corazón, o cuando veas cuánta gente necesita de Dios y cuánto sufren sin Él, y pienses en dar tu vida para servirlos y darles a Jesús, puede significar que Dios te está haciendo una invitación.
Por lo tanto, si estos tipos de pensamientos vienen a tu cabeza y quieres saber si es Dios el que te está hablando, debes conversar con aquellas personas a través de las cuales Dios se preocupa por ti, especialmente con tus padres, o un sacerdote en quien confíes. Ellos serán capaces de ayudarte a comprender qué es lo que Dios te ría estar diciendo, y qué es lo que debes hacer para ser una mejor persona y mejor amigo de Jesús, de esta forma, si Él te llama, serás capaz de aceptar su llamado y ser un buen sacerdote.
Espero que esto te ayude. Si necesitas más ayuda no dudes en escribirme nuevamente. Te tendré presente en mis oraciones, especialmente en mi rosario.
Dios te bendiga.

CUARENTA DIAS DECOMBATE ESPIRITUAL

La imposición de la ceniza marca con gran poder simbólico el comienzo de un período de profunda metanoia, que concluirá la mañana del Jueves Santo.

Le corresponde al cardenal presbítero de Santa Sabina la función de imponer, al principio de la Cuaresma, la ceniza sobre la cabeza del Papa usando una de estas dos fórmulas: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15) o "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás" (cf. Gén 3, 19).
Sin duda, un honroso cometido, aunque no exento de pasar por situaciones de apuro, como declaró el cardenal Jozef Tomko en una entrevista concedida a L'Osservatore Romano: "Me resulta realmente difícil decirle al Papa: ‘Convertíos y creed en el Evangelio'.
¡Él es el que tiene pleno derecho de decírmelo a mí y a todos los demás!".1 No menos embarazoso era usar la segunda fórmula cuando el Papa Juan Pablo II ya estaba enfermo y en edad muy avanzada. "Era como recordarle una vez más lo que él no sólo sabía, sino sentía en su cuerpo".2
Ante la dificultad de escoger, el purpurado optaba, ora por una fórmula, ora por otra, seguro de que ninguna de las dos era suya ni del Papa sino "palabras de Dios ante las cuales todos debemos inclinar la cabeza". 3
Con la imposición de la ceniza la Santa Iglesia nos recuerda la fragilidad de la vida humana: en la hora de la muerte, como bien observa el cardenal Tomko, "nuestras riquezas, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades, de nada nos aprovechará".4
Invitación a elevar nuestras vistas hacia la eternidad
Imposición de la ceniza en la basílica de Nuestra Señora del RosarioEl Miércoles de Ceniza nos introduce en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta días de combate espiritual en los que se nos invita a rechazar las seducciones del mundo y a "escuchar la Palabra de verdad; vivir, hablar y hacer la verdad; evitar la mentira, que envenena a la humanidad y es la puerta de todos los males".5
La ceniza que el sacerdote bendice e impone ese día se obtiene de la incineración de las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior. Los fieles se van acercando en fila y el ministro de Dios se la pone en la frente en forma de cruz. Proceden muy bien los que permanecen el resto del día con este signo grabado en su frente, proclamando así, con ufanía, su fe ante la impiedad reinante en el mundo contemporáneo.
Al recordarnos de manera tan expresiva lo frágil que es nuestra naturaleza y cuán pasajeros son los bienes de este mundo, la ceremonia de la imposición de la ceniza nos persuade de la necesidad de humillarse y hacer penitencia. Las palmas usadas para glorificar al Señor en su entrada en Jerusalén, transformadas ahora en ceniza, nos traen a la memoria lo sucedido pocos días después, cuando empezó su Pasión.
Las palabras pronunciadas por el sacerdote nos advierten que es preciso caminar hacia un profundo cambio de vida: "Convertíos y creed en el Evangelio"; o bien evocan lo efímero de la naturaleza humana: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás"; lo queramos o no, en polvo seremos transformados.
Algunos sacerdotes le dicen a una persona la primera fórmula y a la siguiente, la segunda; y así sucesivamente, como dejándole a Dios mismo la elección de la fórmula para cada alma.
Todos los actos de la liturgia de ese día tienen como objetivo elevar nuestras vistas a la consideración de la eternidad. El sencillo rito de imposición de la ceniza indica con gran poder simbólico el comienzo del itinerario de una verdadera penitencia, de una profunda metanoia, es decir, un cambio de mentalidad que transforma y renueva al hombre.
Itinerario de cuarenta días que concluye la mañana del Jueves Santo.
Ayuno y limosna, las dos alas de la oración
Este recorrido tiene una pedagogía divina al estimularnos a practicar con mayor intensidad tres obras de piedad: ayuno, limosna y oración.
Ayunar, es decir, la abstinencia de alimentos, no es la única forma de privación que podemos imponernos. La realidad plena del ayuno es "el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir del Evangelio".6
Existen muchas maneras de practicar el ayuno: renunciar al amor propio, a los impulsos de la impaciencia para con el prójimo, las actitudes violentas, a la mentira, a las seducciones del consumismo y del hedonismo, así como todo tipo de maldad. "Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros" (Ef 4, 32), nos recomienda San Pablo.
En cuanto a la limosna, ha de estar marcada por la prodigalidad de cara a las necesidades del prójimo, especialmente de los que sufren. Gran impacto nos causa la pobreza material en nuestros días, pero poco nos conmueve la pobreza espiritual, mucho más dolorosa.
Observa Benedicto XVI que, según San Agustín, "el ayuno y la limosna son ‘las dos alas de la oración', que le permiten tomar más fácilmente su impulso y llegar hasta Dios".7 He aquí la tercera invitación que nos hace la Santa Iglesia en el tiempo de Cuaresma: el de tener una oración más fiel, surgida de nuestro interior, del corazón y no sólo de los labios.
"No todo el que me dice ‘Señor, Señor' entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 7, 21).

lunes, 27 de febrero de 2017

EL DEMONIO ES PROTESTANTE

El Demonio es protestante

El demonio es protestante
“El Demonio es protestante”, fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya habíamos tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.
“Al principio fue el Verbo”
Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora aprecio tanto, como es la que me honra publicando este trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.
No me dejaba muchos “flancos” descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenia sentido desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente. Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados flojos.
En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como “leyendas negras”, porque me parecía que era inconducente debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.
Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar moralmente al “adversario” diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado, para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se rigen tanto por la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.
El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.
Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos encontrábamos. Era lo que ahora se llama un “cura nuevo”, con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas de acercarse a mí.
Primera confesión de mala fe
Yo aprovechaba – Dios me perdone – de sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados. Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces realmente no le importaba tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.
Otra cosa que solía hacer – me avergüenzo al recordarla – era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.
En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer “dinámicas de vida”, pero de doctrina y de Escrituras no saben nada.
Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.
Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana comprensible en alguien tan “cálido” en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.
A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada penetrante. Lo habían “castigado” relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.
Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.
El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en tierra enemiga.
En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi… porque en doctrina comenzó él a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle su error o mi postura.
En un aprieto que me puso, le dije: “Padre M… comencemos desde el principio”. Y el varón de Dios, a quien supuse enojado conmigo, me dice: “De acuerdo: al principio era el Verbo y…
Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!
“Pastor Boullón”, me dijo luego, “No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el Demonio fue el primero en todo crimen… y por eso también fue el primer Evangélico.”
Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se adelantó:
– Sí… fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!
– Pero Cristo les respondió con la Biblia…
– Entonces usted me da la razón, Pastor… los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien… y le tapó la boca.
Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12): “Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra”.
Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito, “No tentarás al Señor tu Dios”. Y el demonio se alejó confundido.
Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!
Creo que fue la plática más saludable de mi vida.
La táctica del demonio
Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que venia enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan “evangélicos” como yo, pero de otras congregaciones. No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de la razón que me llevaba otra vez a su lado.
Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí Hechos XVI, 31: “¿Qué debo hacer para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa”.
Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de silencio.
Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:
– ¿Continuará la lectura de San Pablo?
– Ya terminé, Padre M.
– ¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a Corintios, XIII, 32.
– Leí en voz alta: “Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy”.
– Entonces: la fe…
– La fe… la fe… la fe es lo que salva.
– ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No sé bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.
– ¿Salvarse?
– Sí.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en Dios? Y si sólo la fe salva…
– …¿?
– No se quede en silencio, Pastor… siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio, tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque “como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta” (c.II). Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice “Si quieres salvarte, guarda los mandamientos”. Ahí tiene usted la respuesta completa.
Me acompañó hasta la puerta y me dijo: “Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia”.
Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.
“Sólo la Biblia”
Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. “Si es sólo la Biblia”, me dije, “entonces el problema del artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba”.
Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.
Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la lectura de esta revista y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.
El pago del mundo
Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es esencialmente distinto a un “Pastor” protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas visitas “no estrictamente ecuménicas”.
Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.
Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio – pensaba – me estaba tentando con Roma y para eso endurecía los corazones.
Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.
Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.
Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto… para ella.
Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese sacerdote provocador y bonachón.
Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.
Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.
Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por amar a Cristo en Su Iglesia.
Mi querido amigo se despide
No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le visitaba furtivamente y él me acogía con amable paternidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!
El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar todos mis argumentos.
Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos posibilidades… o quedar como un tonto o verificar por mí mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a revisar el punto que yo trataba – si tenía sentido – desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.
Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía – jamás dio muestras de sufrir – y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya consideraba un amigo.
Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición suya, a su residencia.
Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la pobreza.
Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me paralizaba.
Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. “Más vale entrar al Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades”, sentenció.
Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. “¡El Demonio es protestante!”, les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.
Mas tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma… y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de gracia de la santa fe.
Roma… mi dulce hogar
Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.
Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había conocido y amado.
A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron pero a un mismo tiempo me atrajeron.
Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra pero que ni una sola jota sería cambiada.
Bien sé por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto – por superficiales y emocionales – de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les emocione, que les haga sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas. Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!
Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.

JESUS ESPERA POR TI..................................

Jesús espera por ti

Hay personas que no reconocen la presencia de Dios en sus vidas. Otros, por orgullo o por soberbia, se empeñan en negarla. La vanidad, la envidia y la ambición los priva de Su amistad y en lugar de aceptarlo, huyen del amor que Dios les quiere regalar. Pero no importa cuanto corramos o donde nos escondamos, Dios siempre nos llama a todos…
Mi vida era como la de muchos católicos… Asistía a Misa los domingos, si no había algo “más importante” que hacer. Rezaba un Padrenuestro o un Avemaría cuando tenía alguna necesidad o problema, pero no sentía ningún interés por conocer sobre mi Fe Católica. Mi vida, como la de muchos, se apoyaba en las “cosas del mundo” y, como el mundo, era vana y egoísta. No diré que estaba amargado, aunque algunos así lo concluían, pero no vivía en paz conmigo mismo. Allí, en ese momento de mi vida, había algo con lo que no contaba: ¡Jesús se había fijado en mí…!!!
El llamado de Jesús es uno individual, diferente para cada persona. Algunas veces es sutil y suave; otras veces, fuerte y contundente… Es que nosotros somos como burritos: para caminar, a algunos les basta con enseñarles una zanahoria por delante; pero otros, obstinados y testarudos, necesitamos de un fuerte azote por la espalda.
Jesús nunca se cansa de llamarnos… nos llama, y como Pedro, Él espera que le respondamos, “Señor, ¿a quien vamos a ir sino a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 68-69)… Pero cuando padecemos de sordera espiritual y nos rehusamos a escuchar su llamado, Jesús puede valerse de alguna situación en nuestra vida para acercarnos a Él… Aunque de momento cueste comprenderlo, el dolor y el sufrimiento sirven para purificar el alma, alejarnos de las cosas mundanas y acercarnos a Dios… como dice Pablo, “Para los que aman a Dios, todas las cosas trabajan para su bien” (Romanos 8, 28)
El camino hacia Jesús es siempre el más difícil, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Marcos 8, 34)… Negarse a sí mismo es poner a Jesús por encima de todo, incluso de nuestra propia vida. La invitación a “tomar la cruz” implica hacerlo con alegría, abrazándose a ella como Jesús hizo con la suya. Pero esta invitación de Jesús viene seguida de una sentencia y de una promesa, “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará” (Marcos 8, 35)… Renunciar a las cosas terrenas por Jesús significa ganar la vida eterna.
Seguir a Jesús exige entrega, compromiso, perseverancia y sobre todo, fidelidad… el camino hacia Jesús es el camino de la fe y de la confianza. Este camino hay que recorrerlo con la seguridad de que, aunque Él envíe pruebas amargas, su Voluntad ha planeado solo lo mejor para nosotros… Podemos tener la certeza de que Jesús, por encima de todo, quiere nuestra salvación.
Para seguir a Jesús necesitamos transformar nuestras actitudes, convertirnos… Conversión, contrario a la idea de algunos, no significa creer en Dios, “También los demonios lo creen y tiemblan”, nos dice Santiago (2, 19). Conversión significa volver el corazón a Dios y poner todo nuestro empeño para vivir como Él espera que vivamos. Seguir a Jesús es amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas… es hacernos sus testigos, y como los Apóstoles, llevarlo a quienes aún no le conocen.
Hace unos días conversaba con un amigo muy querido sobre la necesidad de testimonios en nuestra Iglesia. Decía mi amigo que algo debíamos reconocer de nuestros hermanos protestantes, con solo una chispa del Espíritu Santo, se afanan por difundir la Palabra de Dios: viven evangelizando. Sin embargo, nosotros los católicos, con toda la llama, no somos capaces siquiera de reavivar el fuego en nuestros corazones.
La falta de testimonios no representa una falta de conversiones, más bien señala el miedo a mostrar públicamente lo que se siente profundamente en el corazón. Libros como “Roma, Dulce Hogar” (Rome Sweet Home) escrito por Scott Hahn, y la serie de tres libros “Asombrados por la Verdad” (Surprised by Truth) del editor Patrick Madrid, nos muestran la conversión de varias personas al catolicismo. Lo interesante es que muchos de ellos eran teólogos y pastores protestantes. Estos libros evidencian como un protestante, si abre su corazón a la Palabra y se deja guiar por el Espíritu Santo, encuentra la plenitud de la Verdad en la Iglesia Católica.
Durante este último año he visto con alegría y admiración como mi esposa emprendió su viaje de descubrimiento al catolicismo. Nacida luterana y criada en la iglesia Asamblea de Dios, sentía que le faltaba “algo”. Ella nunca se apartó de Dios, sino que se dejó guiar por Él en una búsqueda de muchos años y que finalmente la trajo a las puertas de la única Iglesia fundada por Cristo sobre Pedro y los Apóstoles: la Iglesia Católica. Lo más hermoso es que María Santísima es quien le ha ayudado a comprender el inmenso amor que Dios le tiene… ¡La Virgen María siempre nos guía hacia Jesús!
Como en toda religión, hay católicos que nunca se han preocupado por conocer sobre la riqueza teológica de su Iglesia y algunos se han dejado seducir por las promesas de una salvación fácil y colectiva. Son estos quienes luego reclaman conocer nuestra Fe y difunden errores que laceran nuestra Iglesia.
Para un protestante, llegar a la Iglesia Católica significa descubrir la presencia real de Cristo en la Eucaristía… Significa encontrar la alegría del perdón en el Sacramento de la Reconciliación… Significa comprender la armonía entre la Biblia y la Tradición, entre la Liturgia y las Escrituras…
Para un protestante, llegar al catolicismo significa reconocer que Jesús lo confió al cuidado de Su Madre, y que forma parte de una familia, inmensa y santa, que intercede por sus intenciones en el Cielo… Significa encontrar una Iglesia que después de 2,000 años aún sigue fuerte y unida bajo la figura del Papa…
Como católicos, necesitamos abrirnos a Jesús y convertirnos en sus testigos… Jesús nos llama a la santidad cuando nos dice, “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5, 48)… Aspiremos a la santidad y demos testimonio de su amor con nuestras palabras… con nuestras actitudes… y con nuestras acciones… Demos testimonio en nuestras familias… a nuestros amigos… y en nuestros trabajos… Veremos nuestra vida transformarse con la fuerza del Espíritu Santo…
Puedes estar seguro que Jesús también se ha fijado en ti y te está llamando en este momento… no importa quien seas… no importa tu edad… no importa tu condición de salud o enfermedad… si eres justo o pecador… Él te llama ahora, como lo ha hecho cada día de tu vida… Solamente espera por ti…