Jesús espera por ti
Hay personas que no reconocen la presencia de Dios en sus vidas. Otros, por orgullo o por soberbia, se empeñan en negarla. La vanidad, la envidia y la ambición los priva de Su amistad y en lugar de aceptarlo, huyen del amor que Dios les quiere regalar. Pero no importa cuanto corramos o donde nos escondamos, Dios siempre nos llama a todos…
Mi vida era como la de muchos católicos… Asistía a Misa los domingos, si no había algo “más importante” que hacer. Rezaba un Padrenuestro o un Avemaría cuando tenía alguna necesidad o problema, pero no sentía ningún interés por conocer sobre mi Fe Católica. Mi vida, como la de muchos, se apoyaba en las “cosas del mundo” y, como el mundo, era vana y egoísta. No diré que estaba amargado, aunque algunos así lo concluían, pero no vivía en paz conmigo mismo. Allí, en ese momento de mi vida, había algo con lo que no contaba: ¡Jesús se había fijado en mí…!!!
El llamado de Jesús es uno individual, diferente para cada persona. Algunas veces es sutil y suave; otras veces, fuerte y contundente… Es que nosotros somos como burritos: para caminar, a algunos les basta con enseñarles una zanahoria por delante; pero otros, obstinados y testarudos, necesitamos de un fuerte azote por la espalda.
Jesús nunca se cansa de llamarnos… nos llama, y como Pedro, Él espera que le respondamos, “Señor, ¿a quien vamos a ir sino a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 68-69)… Pero cuando padecemos de sordera espiritual y nos rehusamos a escuchar su llamado, Jesús puede valerse de alguna situación en nuestra vida para acercarnos a Él… Aunque de momento cueste comprenderlo, el dolor y el sufrimiento sirven para purificar el alma, alejarnos de las cosas mundanas y acercarnos a Dios… como dice Pablo, “Para los que aman a Dios, todas las cosas trabajan para su bien” (Romanos 8, 28)…
El camino hacia Jesús es siempre el más difícil, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Marcos 8, 34)… Negarse a sí mismo es poner a Jesús por encima de todo, incluso de nuestra propia vida. La invitación a “tomar la cruz” implica hacerlo con alegría, abrazándose a ella como Jesús hizo con la suya. Pero esta invitación de Jesús viene seguida de una sentencia y de una promesa, “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará” (Marcos 8, 35)… Renunciar a las cosas terrenas por Jesús significa ganar la vida eterna.
Seguir a Jesús exige entrega, compromiso, perseverancia y sobre todo, fidelidad… el camino hacia Jesús es el camino de la fe y de la confianza. Este camino hay que recorrerlo con la seguridad de que, aunque Él envíe pruebas amargas, su Voluntad ha planeado solo lo mejor para nosotros… Podemos tener la certeza de que Jesús, por encima de todo, quiere nuestra salvación.
Para seguir a Jesús necesitamos transformar nuestras actitudes, convertirnos… Conversión, contrario a la idea de algunos, no significa creer en Dios, “También los demonios lo creen y tiemblan”, nos dice Santiago (2, 19). Conversión significa volver el corazón a Dios y poner todo nuestro empeño para vivir como Él espera que vivamos. Seguir a Jesús es amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas… es hacernos sus testigos, y como los Apóstoles, llevarlo a quienes aún no le conocen.
Hace unos días conversaba con un amigo muy querido sobre la necesidad de testimonios en nuestra Iglesia. Decía mi amigo que algo debíamos reconocer de nuestros hermanos protestantes, con solo una chispa del Espíritu Santo, se afanan por difundir la Palabra de Dios: viven evangelizando. Sin embargo, nosotros los católicos, con toda la llama, no somos capaces siquiera de reavivar el fuego en nuestros corazones.
La falta de testimonios no representa una falta de conversiones, más bien señala el miedo a mostrar públicamente lo que se siente profundamente en el corazón. Libros como “Roma, Dulce Hogar” (Rome Sweet Home) escrito por Scott Hahn, y la serie de tres libros “Asombrados por la Verdad” (Surprised by Truth) del editor Patrick Madrid, nos muestran la conversión de varias personas al catolicismo. Lo interesante es que muchos de ellos eran teólogos y pastores protestantes. Estos libros evidencian como un protestante, si abre su corazón a la Palabra y se deja guiar por el Espíritu Santo, encuentra la plenitud de la Verdad en la Iglesia Católica.
Durante este último año he visto con alegría y admiración como mi esposa emprendió su viaje de descubrimiento al catolicismo. Nacida luterana y criada en la iglesia Asamblea de Dios, sentía que le faltaba “algo”. Ella nunca se apartó de Dios, sino que se dejó guiar por Él en una búsqueda de muchos años y que finalmente la trajo a las puertas de la única Iglesia fundada por Cristo sobre Pedro y los Apóstoles: la Iglesia Católica. Lo más hermoso es que María Santísima es quien le ha ayudado a comprender el inmenso amor que Dios le tiene… ¡La Virgen María siempre nos guía hacia Jesús!
Como en toda religión, hay católicos que nunca se han preocupado por conocer sobre la riqueza teológica de su Iglesia y algunos se han dejado seducir por las promesas de una salvación fácil y colectiva. Son estos quienes luego reclaman conocer nuestra Fe y difunden errores que laceran nuestra Iglesia.
Para un protestante, llegar a la Iglesia Católica significa descubrir la presencia real de Cristo en la Eucaristía… Significa encontrar la alegría del perdón en el Sacramento de la Reconciliación… Significa comprender la armonía entre la Biblia y la Tradición, entre la Liturgia y las Escrituras…
Para un protestante, llegar al catolicismo significa reconocer que Jesús lo confió al cuidado de Su Madre, y que forma parte de una familia, inmensa y santa, que intercede por sus intenciones en el Cielo… Significa encontrar una Iglesia que después de 2,000 años aún sigue fuerte y unida bajo la figura del Papa…
Como católicos, necesitamos abrirnos a Jesús y convertirnos en sus testigos… Jesús nos llama a la santidad cuando nos dice, “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5, 48)… Aspiremos a la santidad y demos testimonio de su amor con nuestras palabras… con nuestras actitudes… y con nuestras acciones… Demos testimonio en nuestras familias… a nuestros amigos… y en nuestros trabajos… Veremos nuestra vida transformarse con la fuerza del Espíritu Santo…
Puedes estar seguro que Jesús también se ha fijado en ti y te está llamando en este momento… no importa quien seas… no importa tu edad… no importa tu condición de salud o enfermedad… si eres justo o pecador… Él te llama ahora, como lo ha hecho cada día de tu vida… Solamente espera por ti…
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