martes, 18 de octubre de 2016

LOS HEREJES NOS VAN A ENSEÑAR LA FIDELIDAD AL EVANGELIO?

“Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen! ¡Cuantas cosas podemos aprender unos de otros!”

Acababa la última cena y ya el traidor se había retirado para ejecutar su crimen. Jesús, en la sola compañía de sus Apóstoles, elevó al Padre celestial la conocida oración sacerdotal, en la que pide por sus discípulos y en ellos por todos los que formarían parte de su rebaño, o sea, de su única Iglesia, la católica. Los apóstoles, para poder transmitir la doctrina y la fe verdadera, tuvieron que pasar tres años de intensa convivencia con el Divino Maestro. Prueba de ello es que en el colegio apostólico no había discrepancias religiosas: todos poseían la misma fe, la misma doctrina, las mismas enseñanzas.
Ese rico tesoro fue siendo transmitido por ellos y sus sucesores a los católicos de todos los tiempos, incontaminado e imposible de ser modificado por nadie hasta el final de los siglos. En ese depósito de fe se encuentra la base para la unión entre los católicos, conquistada y solidificada por la oración del Divino Maestro: “que todos sean uno” (Jn 17, 21).
Sin embargo, no faltaron herejes que, en pos de un extraño sincretismo, tergiversaron esas palabras, afirmando que Jesús en este momento pidió para que todas las religiones se unieran. Y mucho peor, que su Iglesia buscara en las otras algo que pudiese enriquecerla en la fuerza y plenitud de su anuncio evangélico.
Para evitar esa idea que subconscientemente se encuentra en la cabeza de más de uno, veamos en este estudio cual es la verdadera concepción de ecumenismo, si el anuncio de las otras religiones es verdadero y si los católicos podemos buscar algo en ellas sin injuriar a nuestra Santa Madre Iglesia.

Francisco

20140625cm00620-800x500-3
El empeño ecuménico responde a la oración del Señor Jesús que pide “que todos sean uno” (Jn 17, 21). La credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor si los cristianos superaran sus divisiones y la Iglesia realizara “la plenitud de catolicidad que le es propia, en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión” [Unitatis redintegratio, n. 4]. Tenemos que recordar siempre que somos peregrinos, y peregrinamos juntos. Para eso, hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas, y mirar ante todo lo que buscamos: la paz en el rostro del único Dios. Confiarse al otro es algo artesanal, la paz es artesanal. Jesús nos dijo: “¡Felices los que trabajan por la paz!” (Mt 5, 9). En este empeño, también entre nosotros, se cumple la antigua profecía: “De sus espadas forjarán arados” (Is 2, 4). […]Dada la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio. La inmensa multitud que no ha acogido el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes. Por lo tanto, el empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino ineludible de la evangelización. Los signos de división entre los cristianos en países que ya están destrozados por la violencia agregan más motivos de conflicto por parte de quienes deberíamos ser un atractivo fermento de paz. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen! Y si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros. Sólo para dar un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. A través de un intercambio de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien.

LA RECONCILIACION DE LOS CREYENTES SE HACE DENTRO O FUERA DE LA IGLESIA ?

La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”

Después de la inesperada renuncia de Benedicto XVI corrieron todo tipo de rumores sobre los posibles sucesores del Papa alemán, con mayor o menor probabilidad de acierto en las especulaciones, dentro de una novedosa situación como fue la renuncia pontificia. Lo que algunos comentaban con interesada capacidad de análisis y sin detenerse demasiado en los nombres de posibles purpurados, era uno de los papeles que, según su mundano concepto, el nuevo ocupante de la silla de Pedro tendría que representar: el de la apertura hacia otras religiones y culturas, como condición para la presencia de la Iglesia en el mundo de hoy, la cual en muchas partes ya es bastante reducida, cuando no indeseada. Este sería el programa, independientemente del nuevo titular de la silla de Pedro, que daría el norte a su actuación.
Vamos por el cuarto año del gobierno de Jorge Mario Bergoglio y los hechos han dado razón a los que así opinaron. Las iniciativas de Francisco en este campo se repiten a diario, en un enfermizo y con frecuencia contradictorio afán de ser amigo de todos y apoyarlos en sus creencias, inaugurando un nuevo tipo de liderazgo muy intrigante para los católicos: no basado en las enseñanzas de la Iglesia, ni teniendo por objetivo llevarlas al mundo entero, como ordenó el mismo Cristo. Esta idea, aunque desconcertante, corresponde a la más estricta realidad, que el lector atento seguramente acompaña desde marzo del 2013.
Ciertas ideas de Francisco, que repite muy a menudo en diferentes términos, expresan su más firme convicción: lo que realmente importa es conformar en el ámbito religioso y civil una convivencia exenta de conflictos, en una apertura que parece olvidar o quizá sacrificar en el altar de los ídolos del mundo las más sagradas enseñanzas, costumbres y devociones que el catolicismo nos ha dejado. Aquello está por encima de esto.
Es nuestro deber proclamar la doctrina verdadera que el mismo Francisco oculta delante de la platea mediática que lo acompaña fervorosamente, aunque seamos conscientes de que esto nos quita su favor y amistad, que nunca tuvimos, por cierto, pues su tiempo está dedicado a otro tipo de periferias… Hay que señalar como curiosamente esta política ecuménica e interconfesional suya es correspondida en medida muy mediocre por aquellos a quien busca besar los pies. Si él se preocupara en hacer por Dios lo que hace por sus enemigos, la situación de la Iglesia sería muy diferente.

Francisco

0013438001
El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una “diversidad reconciliada”, como bien enseñaron los Obispos del Congo: “La diversidad de nuestras etnias es una riqueza […] Sólo con la unidad, con la conversión de los corazones y con la reconciliación podremos hacer avanzar nuestro país”.

miércoles, 5 de octubre de 2016

LA ILUSION LLEVA A LA FELICIDAD

La ilusión lleva a la felicidad
La ilusión lleva a la felicidad

Tener metas, planes, cosas por delante para hacer es donde está la clave de la vida. Ahí está la clave para superar penurias y desgracias






Tener metas, planes, cosas por delante para hacer es donde está la clave de la vida. Ahí está la clave para superar penurias y desgracias.
El presente siempre tiene que estar empapado de futuro; es cuando verdaderamente uno saborea la vida.

La felicidad consiste en tener ilusiones.
Es el trampolín que nos hace saltar las dificultades.
Y la espiritualidad es la trascendencia, es decir atravesar su bien.

La felicidad consiste en estar contento con uno mismo, llevarse bien con uno mismo. También por supuesto, la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria.
Tener capacidad para olvidar las páginas negativas de lo pasado.

La felicidad consiste fundamentalmente en dos cosas: encontrarse a sí mismo, estar bien con uno mismo a solas o en compañía y tener un proyecto de vida con tres grandes ingredientes: amor, trabajo y cultura.

Cuatro cosas hacen feliz:

Mi forma de ser.
El amor que es el argumento clave, es decir el afecto.
El trabajo; trabajar con amor y el amor es trabajo.
La cultura: la cultura es aquello que nos hace libres, es decir convertir cualquier cosa que uno hace en un hacer inteligente.
Saber que uno sabe, es la culminación de sentirse feliz.
El hombre, varón y mujer, es el único entre los seres creados que sabe que sabe.

El auto-estima es el análisis de lo que uno hace de sí mismo, en el cual es capaz de sacar una conclusión positiva de los grandes argumentos de la vida.
El auto-estima es saber perdonarse los errores que uno tiene, los fallos, las limitaciones, intentar corregir lo corregible, mejorar el contacto con los demás. Todo esto es una tarea gradual y progresiva.

No revuelvas una herida que está cicatrizada. No rememores dolores, sufrimientos antiguos. ¡Lo que pasó, pasó!
De ahora en adelante procura construir una vida nueva dirigida hacia lo alto y camina hacia adelante, sin mirar atrás, a imitación de Dios que siempre mira para adelante. Haz como el sol que nace cada día sin acordarse de la noche que pasó.
¿Sabes por qué el parabrisas del auto es tan grande y el espejo retrovisor tan pequeño? Porque nuestro pasado no es tan importante como nuestro futuro. Mira hacia adelante.

No te detengas en lo malo que hayas hecho y emprende un nuevo caminar en lo bueno que si puedes hacer.

El auto-estima consiste fundamentalmente en dos cosas: confianza en sí mismo y seguridad. La confianza no tiene que ser nada extraordinaria.
Simplemente que uno sepa a donde va, que quiere.
El que no sabe lo que quiere, no puede ser feliz.

Por otra parte encontrarse así mismo es el camino, la ruta que se inicia hacía el auto-estima. La paz es la puerta de entrada a la felicidad.
Pero la paz es consecuencia de la lucha que hemos ganado contra nosotros mismos en primer lugar, lo que se conoce como paz interior y luego la otra paz que es consecuencia del enfrentamiento diario de las cosas diarias.
El que no puede sobrellevar lo malo no vive para ver lo bueno

La felicidad es el arte de vivir, el arte de sacarle a la vida todo el jugo posible, superando dificultades. Hay que tener metas para llegar a ser feliz.
La voluntad es una pieza clave en la construcción de la personalidad y de todo proyecto de vida.
"Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo"
(Papa Francisco)

La felicidad no está en las cosas grandes, sino en saber gozar de las pequeñas. La riqueza que hace feliz nos es tener los bolsillos llenos de dinero, aunque el dinero calme los nervios, sino en saber gozar de las cosas que no cambiarías por dinero.
Vivir bien, ser feliz, en definitiva, depende de la vara con que uno mide sus ambiciones.

Fe en Dios y fe en nosotros mismos, no por lo que somos, sino por la gran cantidad de valores que hay en el hombre, que si los pongo al servicio del Creador, si los pongo para hacer de la vida una vida mejor, haré feliz y seré feliz, porque Dios me va usar y las cosas que yo haga, Dios las hará florecer.
De una fe de tradición, hay que pasar a una fe de convicción. (Benedicto XVI)
Cada día es más difícil vivir como cristianos católicos: cada vez lo es más.
Por eso es esencial la convicción. Pero no es una obligación, nunca lo ha sido. Si una aceptación generosa que proviene de la profunda convicción.

Cuando recibimos la fe, en algún momento de nuestra vida, recibimos un regalo que nos viene de lo alto, que nos gratifica, nos sostiene durante toda nuestra existencia y nos congrega como comunidad.
La fe es mucho más que estar convencido que Dios existe y es el Creador de todas las cosas. Tener fe es vivir confiando en Dios. (P.Aderico Dolzani SSP)
Y el que vive confiando en Dios, podrá mandarse algún patinazo, podrá tener que apretarse el cinturón más de una vez, pero sabe siempre que las cosas terminan en una Pascua de Resurrección.
Y eso ya lo hace feliz aunque le duela la barriga.

A veces: grandes intelectuales, grandes científicos, gente de la cultura y del arte, conocedores de la vida, genios aparentes, no saben lo más importante: “Dios te ama” para mí fue el gran hallazgo del día, recordé que los humildes de este mundo son los grandes conocedores de la razón última de nuestras vidas y que los personajes de grandes cualidades desconocen en muchas ocasiones la raíz de su existencia y se ahogan en el enigma de los interrogantes: de dónde venimos, a dónde vamos. “Dios me ama” hoy, QUÉ GRAN DESCUBRIMIENTO!!!! (Rafael Gutierrez Amaro)
Y como te ama hoy, siempre las cosas terminan bien si lo haces de la mano de ÉL.

Las cosas de Dios se deben ver sin mirar y escuchar sin entender.
Dios es plenitud de bien. La locura de Dios es más fuerte que la sabiduría del hombre.

Por eso todas las cosas hechas en comunión con Dios salen siempre bien, porque hacen el bien y hacen vivir bien.
Y como el creyente cree sin entender, es frecuente que por donde nos lleva el hacer el bien, sea un caminar sin ver la cosecha.
La medida del amor y renuncia que aporta cada uno en las cosas del diario vivir decide el saber en qué medida penetró en nosotros el conocimiento y el misterio de Dios.

Decía el Beato Mauricio Tornay:
¿Sabes que cuando tienes frío, y ofreces ese frío a Dios, puedes convertir a un pagano?
¿Y que las penas bien soportadas de un día tienen más mérito que si hubieras rezado todo el día?
Son recursos fáciles de que dispones para ayudar a todo el mundo.

En definitiva todo es aprovechado por Dios, todo viene de Dios.

En un pasado viernes santo un cardenal nos hacía descubrir la fuerza que emana de la cruz.
Desde la cruz salió La fuerza de Simón
El ardor a Pablo de Tarso
La bondad al pobre de Asís
El amor a Teresita de Lisieux
El vigor a Teresa de Ávila
La iluminación a San Agustín
La humildad al indiecito Juan Diego
La firmeza a Bernardita
El sacrificio de Kolbe
El espíritu joven a Juan XXIII
La caridad a la Madre Teresa
La valentía a Juan Pablo II
Y hoy nosotros nos atrevemos a añadir: La humildad y sencillez al Papa Francisco.

Y todo llevó a cada uno de ellos a la felicidad. A ser felices y hacer felices con lo que cada uno hizo.
Porque todo lo que viene de Dios, si es asumido y practicado, llevan al hombre a ser feliz.

Ya lo sabes de dónde viene el camino de la felicidad. ¡Atrévete! a meterte en ese camino y caminarás sintiéndote bien y haciendo el bien.
¿Por qué? Porque hacer el bien, hace bien.
Empezando por uno mismo.

DE ACUERDO

De acuerdo!
Momento ideal para el Diálogo

“Nuestras sociedades no se caracterizan por el consenso, sino por la discusión permanente, y a ésta los medios contribuyen no en pequeña medida.”



“Nuestras sociedades no se caracterizan por el consenso, sino por la discusión permanente, y a ésta los medios contribuyen no en pequeña medida.”
Parece que vivimos en el momento ideal para el diálogo. ¿Por qué ideal? Porque las actuales formas de comunicación y redes sociales nos permiten tener un diálogo que existe sólo en nuestra mente. Porque somos capaces de decir nuestras ideas sin tener que esperar a que alguien reaccione ante ellas. Porque tenemos el poder de quedarnos sólo con las respuestas que nos gustan. Porque bienvenido el diálogo cuando coincidimos y de otra manera no nos interesa.
Lo más preocupante que ha ejemplificado esta nueva manera de “comunicación” (si es que así se le puede llamar), es que parece que únicamente existen dos posturas para todos los aspectos de la vida, todo puede resumirse en estar a favor o en contra de algo, sí o no, blanco o negro. Dos únicas maneras de ver el mundo, opuestas e irreconciliables entre sí.
Si esto fuera así, la convivencia sería imposible. Y la historia de la humanidad sería una eterna confrontación e imposición, así como la política sería únicamente la institucionalización de la postura más fuerte en determinado momento.
Es como si cada vez nos fuera más difícil encontrar puntos de acuerdo, escuchar sin tener la necesidad de responder, tratar de entender. Si partimos de que estamos bien y los que están en desacuerdo están mal, ¿realmente se puede buscar o siquiera hablar de un bien común?

Puede ser que la ilusión democrática nos haya llevado a pensar que las decisiones son sólo una cuestión de mayoría y que nuestro único deber es “tolerar” las ideas distintas. Puede ser que hayamos dejado a un lado otras virtudes democráticas como dialogar, conciliar, ceder, negociar.
Me atrevo a decir que para mejorar la convivencia social no es necesario que todos pensemos igual ni únicamente apelar a la “tolerancia” de otras ideas. No. Para ser realmente capaces de construir la sociedad que queremos, sí, la que todos queremos, es importante dejar de descalificar al otro, al que no entiendo. Pero lo más importante es empezar a buscar puntos de acuerdo. Dejemos ese afán de tratar de ganar cada discusión y aprendamos a conciliar, a saber tomar lo mejor de todas las posturas que escuchamos en vez de polarizar cada vez más el debate. Profundicemos también en el entendimiento de nuestra época y de nuestras opiniones.
¿Por qué nos hemos conformado con el interés de la mayoría en vez de buscar un bien común? El concebir al mundo como un constante “nosotros contra ellos” sólo puede traducirse en una sociedad dividida y enojada. Quizá sea hora de empezar a construir.

POR QUE CONFIAR EN DIOS

¿Porqué confiar en Dios?
La esperanza es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el momento del bautismo por la que tenemos firme confianza en que Dios nos dará, por los méritos de Jesucristo, la gracia que necesitamos en esta tierra para alcanzar la vida eterna.


Por: Escuela de la Fe | Fuente: Libro Tiempos de Fe. 




¿Porqué confiar en Dios?
*Dios siempre es fiel a sus promesas
*La esperanza responde al anhelo de felicidad del hombre
* El horizonte de la esperanza es la vida eterna
La seguridad es nuestra vida moral nos viene de la esperanza, la segunda virtud teologal, un don muy importante para el cristiano. Gracias a ella, muchas realidades dolorosas de esta vida: la muerte, el sufrimiento, la traición de los hombres, adquieren un nuevo sentido, se convierten en medios de salvación, en pasos para llegar a Dios, Por ella vivimos en esta vida con la certeza de que un día vamos a recibir la felicidad eterna del encuentro definitivo con Dios. Padre amoroso que nos está esperando y nos ayuda de diversas formas a llegar hasta Él.
Esperanza: es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.


La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva de egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
La esperanza es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el momento del bautismo por la que tenemos firme confianza en que Dios nos dará, por los méritos de Jesucristo, la gracia que necesitamos en esta tierra para alcanzar la vida eterna.
Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas.
Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolver el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y provocar su castigo.
El fundamento de esta virtud lo encontramos en la bondad y el poder infinito de Dios que siempre es fiel a sus promesas.
Dios ha prometido el cielo a los que guardan sus mandamientos y ha prometido además, que Él ayudará a los que se esfuercen en guardarlos. Dios nos da la gracia divina que nos permite hacer obras meritorias y, a través de ellas, alcanzar la gloria eterna.
La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido del Antiguo Testamento, que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac. Él esperaba el cumplimiento de las promesas de Dios y su esperanza fue purificada por la prueba de sacrificio. (cfr. Gn 17, 4-8;22, 1-18).
Dios además hizo una alianza con Israel en el Monte Sinaí y Él siempre se mantuvo fiel. El pueblo se dejó llevar por la desconfianza y llegó a adorar a otros dioses, pero Dios seguía conservando su fidelidad, su amor hacia ese pueblo elegido.
Éste es el fundamento de la esperanza: Dios siempre se mantiene fiel en su amor hacia cada hombre y, por eso, aunque los pecados sean muchos, siempre se puede acudir a Él con arrepentimiento para recuperar la relación del amor que el hombre rompe con su infidelidad.
A veces, la Iglesia se refiere a la Santísima Virgen como “Esperanza nuestra”. Esto lo decimos porque, siendo ella, Madre Nuestra, Corredentora y Medianera de todas las gracias, nos alcanza de Dios la perseverancia final y la vida eterna.  
La virtud de la esperanza es tan necesaria como la virtud de la fe para conseguir la salvación, pues el que confía llegar al fin prometido por Dios, fácilmente abandonará los medios que le conducen a Él. Es la virtud de la alegría, de la motivación de la fuerza ante la dificultad y heroísmo de los mártires. Sin ella, el hombre queda encerrado en los horizontes de este mundo sin posibilidad de abrirse a la vida eterna y esto puede llevarle a la desesperación pues no será capaz de resolver los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor (cfr.  Gaudium et Spes,n 21, 3). Sin ella, el hombre cree que está solo ante las dificultades, que no cuenta con la ayuda de Dios. Esto, unido a la constatación de su propia fragilidad, le sume en el pesimismo y en la falta de ilusión por superarse. Gran parte de la filosofía moderna existencialista olvidada de Dios sigue esta línea con terribles consecuencias para el hombre: desesperación, absurdo, suicidio.
Junto a la esperanza suele mezclarse el temor a Dios pues el hombre, sabiendo que puede ser voluntariamente infiel a la gracia y comprometer su salvación eterna, a veces encuentra mayor motivación para ser fiel a Dios en el hecho de que si no lo es, puede condenarse. Este temor de Dios es un don del Espíritu Santo que no hay que despreciar pues una esperanza sin temor  engendra presunción. Tampoco hay que exagerar, pues un terror puramente negativo puede producir desconfianza o desesperación. En definitiva, no se trata propiamente de un temor a Dios sino de un temor a perder a Dios.
El cristiano, a pesar de sus muchas faltas y pecados, confía en el Señor, recurre a la oración y a los sacramentos, a sus medios de perseverancia es sabiendo que Él cumplirá la promesa de llevarle a la vida eterna en su presencia.
Hay tres formas de pecar contra la esperanza:
1.- Desesperación: que consiste en creer que Dios ya nos perdonará a los pecados o no dará la gracia y los  medios necesarios para alcanzar la salvación. Es el pecado de Caín (Gn 4, 13) y de judas (Mt27, 3-6).
Equivale a una negación de la misericordia de Dios y lleva casi naturalmente a la pérdida de la fe. Los hábitos de pecado, la pereza espiritual que no pone ningún medio para vivir intensamente la fe, la soberbia y autosuficiencia, llevan fácilmente al espíritu a desconfiar de la gracia. Un hombre de mentalidad cristiana sana prefiere desconfiar antes de sí mismo que el inmenso poder y de la inconmensurable misericordia de Dios que tantas veces se pone de manifiesto a lo largo de la Sagrada Escritura   (ej. Lc. 15).
2.- Presunción: es un exceso de confianza que nos lleva a persuadirnos de que alcanzaremos la vida eterna sin emplear los medios previstos por Dios (la gracia o las buenas obras).
En la presunción se puede incurrir de muchas formas como el que espera salvarse sólo por las buenas obras, el que cree que se salvará sólo por la fe, el que deja la conversión para el momento de la muerte y mientras, vive como quiere, confiando temerariamente sólo en la bondad de Dios a la hora de la muerte, el que peca libremente por la  facilidad con que perdona Dios o los que se exponen fácil a las ocasiones de pecado. Aquí, en todos estos casos, se pierde de vista la justicia de Dios que pedirá cuentas a cada uno del uso de los talentos que le dio (Eclo 5,6).
3.- El pecado más habitual contra la esperanza es la Desconfianza. No se pierde por completo la virtud, sólo se debilita al constatar los obstáculos y las dificultades que aparecen cuando se quiere vivir a fondo el cristianismo. También aparece por el cansancio en la lucha por vivir las virtudes o por el olvido de que Dios es el verdadero protagonista de la santidad queriéndolo hacer todo sólo por las propias fuerzas. Da lugar al desánimo, al pesimismo o al abandono de la vida espiritual combativa. La forma más adecuada de salir de esta situación es acudir a Dios a través de la oración, los sacramentos, etc.

COMO MEDIR LA TEMPERATURA A TU RELACION CON DIOS




Como creyentes, uno de nuestros mayores anhelos es tener una relación fuerte y sana con Dios, que impregne nuestra vida y nos haga caminar en santidad. Vivir en sintonía con Dios nos da verdadera felicidad y por eso, debemos cuidar nuestra relación con Él más que ninguna otra y estar en constante sintonía con su voluntad.
Cuando el pueblo de Israel es conducido por Moisés a través del desierto hacia la tierra prometida experimenta muchos episodios de rebeldía. Éste período de travesía por el desierto, que no es muy hermoso, retrata muchas cosas ciertas para nosotros actualmente. El pueblo es la imagen de la Iglesia y el desierto de la vida humana, y seguramente las rebeldías que tuvo el pueblo de Dios son las que acompañan el transcurso de nuestras vidas. Hoy no nos quejamos y no nos rebelamos a Dios exactamente por los mismos motivos que ellos, pero estos pasajes bíblicos se encuentran más vigentes que nunca y los tomamos como guía para aprender a conocer nuestra condición humana, para estar en guardia y hacer frente a nuestras propias rebeliones y caprichos.
¿Estás en sintonía con lo que Dios tiene para ti o eres un caprichoso?
La palabra capricho es útil para describir lo que sucede al pueblo de Dios y que nos trae la Palabra en el Libro de Los Números (11, 4b-15), cuando los Israelitas se quejaban de que sólo tenían maná para comer y extrañaban el pescado, pepinos y cebollas que comían en Egipto mientras eran esclavos. No les bastaba el alimento que Dios les daba en libertad y en camino hacia la tierra prometida, sino que añoraban la comida que recibían en esclavitud. Ellos exclamaban: « ¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná ».
El pueblo tenía lo suficiente para vivir, pero no era a gusto de ellos. No se estaban muriendo de hambre como en otros pasajes parecidos, el problema tiene que ver con el sabor, con el gusto. Pues, aunque el maná según la descripción de la escritura suple la necesidad de nutrición, es un sabor que ya los tiene saturados.


Nosotros no somos muy distintos de ellos, pensemos en cuantas circunstancias de nuestra vida, más que tener necesidades lo que en realidad tenemos son caprichos, y el hecho de imponer o querer imponer nuestro capricho, nos vuelve como niños mal educados, malcriados, lo mismo que este pueblo. El problema  es de falta de sintonía, yo quiero llevar mi camino, quiero hacer las cosas a mi gusto, yo prefiero mi estilo y Dios quiere llevarme por otra parte, descubro que lo que Dios me ofrece si es suficiente para la necesidad pero no es suficiente para mi propio gusto, desprecio el plan de Dios y creo que mis apetencias son mejores.
La fiebre del capricho nos enferma, pone en peligro nuestra relación con Dios, va atacándonos poco a poco y nos hace más susceptibles a caer en las redes del pecado. Para ello debemos estar constantemente midiendo la temperatura de nuestra relación con Dios.
Los dos termómetros de tu relación con Dios: La gratitud y la alegría
1. ¿Soy agradecido?
Si queremos saber la temperatura de nuestra relación con Dios, empecemos por preguntarnos por nuestros propios caprichos. ¿Soy una persona agradecida con lo que he recibido de Dios?
La gratitud se vuelve escasa o tal vez inexistente en el pueblo de Dios, estas personas no sienten que tengan que agradecer, es un pueblo ingrato porque no les llegan las cosas como quisieran. Para saber si somos caprichosos es bueno hacernos esa pregunta ¿Qué tan agradecido soy?
La falta de gratitud denota siempre que el capricho se está adentrando en el corazón humano, si damos gracias pocas veces o no el número de veces que deberíamos, es porque en realidad cuando las cosas no son a nuestro gusto seguramente no las agradecemos
2. ¿Soy alegre?
Llama la atención que en el pasaje de Caín y Abel, lo primero que perdió Caín mucho antes de cometer el homicidio fue la alegría, y Dios lo llama y lo interroga y le dice: “¿Qué paso con tu alegría? ¿Por qué andas con el rostro sombrío?”
La falta de alegría es el primer síntoma de que se ha perdido la sintonía con Dios. El corazón gozoso en  la voluntad de Dios, agradecido por lo que recibe de Él, es un corazón en plena sintonía. Mientras que el corazón que ya no se alegra, que empieza a volverse apagado y sombrío, muy pronto va a pasar de esa sombras a las tinieblas, y va a pasar de ese aspecto simplemente serio o ausente a otro mucho más terrible, probablemente ya de envidia como Caín, ya de lujuria como David ya de venganza como Saúl, eventualmente terminará cayendo en las redes del pecado.
Para evitar que el pecado haga nido en nuestra vida y ponga en peligro nuestra relación con Dios hay que vigilar el rostro, hay que vigilar la alegría, hay que tener control de la gratitud. No se trata de ponernos una máscara que tenga una sonrisa, se trata de utilizar esas dos actitudes, la gratitud y la alegría, como termómetros que nos permiten examinar si tenemos esa fiebre terrible que se llama capricho, ver si me he enfermado de ingratitud y esa enfermedad hay que curarla con urgencia
Realmente el pecado no sucede de manera tan inesperada como a veces uno lo describe. Una vocación, por ejemplo, no se pierde de manera tan inesperada. Normalmente lo que sucede es que se empieza a resbalar, se empieza a ceder: de las cosas pequeñas se va pasando a otras más grandes, y de las grandes a las terribles, y de las terribles a las espantosas, uno va descendiendo, uno va resbalando. Entonces, estos termómetros de la alegría y la gratitud sirven para que el corazón se despierte y me pregunte ¿qué estoy haciendo? ¿Qué está pasando conmigo? ¿A dónde voy a llegar si sigo por este camino? Esos indicadores son muy importantes, cuando estamos atentos al estado de salud de nuestra docilidad y de nuestra sintonía con Dios, indudablemente podemos tomar medidas correctivas en el momento en el que son necesarias.
¿Cómo curarme de la fiebre del capricho y mejorar mi relación con Dios?
Revisa tu comunicación con Dios. Si de repente notas que estas estresado, enojado o agotado, es una señal de que te estas comunicando menos con Dios y más con el mundo. Es algo parecido a lo que sucede con la comunicación moderna a través del teléfono celular, si por algún motivo en medio de una llamada empiezas a perder la señal, la voz se empieza a entrecortar, no entiendes lo que te dicen. Esto mismo sucede en nuestra comunicación con Dios, apenas empecemos a sentir que se está perdiendo la comunicación, quiere decir, que me he alejado demasiado de la antena, me he alejado de esa emisión de la palabra de Dios que quiere llegar  a mi vida, posiblemente me he alejado de mi libro de oraciones, de la liturgia de las horas, probablemente me alejado del sagrario que me inspira tanto, me he distanciado de mi comunidad que es el lugar natural de crecimiento y de florecimiento de mi vocación.
¿Qué hacemos cuando en el celular se pierde la señal? Caminamos hasta encontrarla, vamos al lugar donde la señal se recupera. Pues eso es lo que también debemos hacer en la vida de la fe, en la vida del espíritu, si ves que la señal esta interrumpida, esta entrecortada, es el momento de dar unos pasos, es el momento de buscar plena conexión con Dios que te da vida.   

SAN FRANCISCO DE ASIS, el perdon y el arrepentimiento




Un día fueron al convento donde estaban Francisco y sus hermanos tres ladrones, y pidieron al guardián, el hermano Ángel, que les diera de comer. El guardián les reprochó ásperamente por ser ladrones e ir a pedir de sus limosnas, y los despidió duramente, por lo que ellos se marcharon muy enojados. En esto regresó San Francisco que venía con la alforja del pan y con un recipiente de vino que había mendigado él y su compañero. El guardián le refirió cómo había despedido a aquella gente. Al oírle, San Francisco lo reprendió fuertemente, diciéndole que se había portado cruelmente, porque mejor se conduce a los pecadores a Dios con dulzura que con duros reproches; que Cristo, nuestro Maestro, cuyo Evangelio hemos prometido observar, dice que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y que El no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, y que por esto Jesús comía muchas veces con ellos. Por lo tanto, terminó diciendo:
Ya que has obrado contra la caridad y contra el santo Evangelio, te mando, por santa obediencia, que, sin tardar, tomes esta alforja de pan que yo he mendigado y esta orza de vino y vayas buscándolos por montes y valles hasta dar con ellos; y les ofrecerás de mi parte todo este pan y este vino. Después te pondrás de rodillas ante ellos y confesarás humildemente tu culpa y tu dureza. Finalmente, les rogarás de mi parte que no hagan ningún daño en adelante, que honren a Dios y no ofendan al prójimo; y les dirás que, si lo hacen así, yo me comprometo a proveerles de lo que necesiten y a darles siempre de comer y de beber. Una vez que les hayas dicho esto con toda humildad, vuelve aquí .
Mientras el guardián iba a cumplir el mandato, San Francisco se puso en oración, pidiendo a Dios que ablandase los corazones de los ladrones y los convirtiese a penitencia. Llegó el obediente guardián a donde estaban ellos, les ofreció el pan y el vino e hizo y dijo lo que San Francisco le había ordenado. Y quiso Dios que, mientras comían la limosna de San Francisco, comenzaran a decir entre sí:
¡Ay de nosotros, miserables desventurados! ¡Qué duras penas nos esperan en el infierno a nosotros, que no sólo andamos robando, maltratando, hiriendo, sino también dando muerte a nuestro prójimo; y, en medio de tantas maldades y crímenes, no tenemos remordimiento alguno de conciencia ni temor de Dios! En cambio, este santo hermano ha venido a buscarnos por unas palabras que nos dijo justamente reprochando nuestra maldad, se ha acusado de ello con humildad, y, encima de esto, nos ha traído el pan y el vino, junto con una promesa tan generosa del Padre santo. Estos sí que son siervos de Dios merecedores del paraíso, pero nosotros somos hijos de la eterna perdición y no sabemos si podremos hallar misericordia ante Dios por los pecados que hasta ahora hemos cometido.
Los tres, de común acuerdo, marcharon apresuradamente a San Francisco y le hablaron así:


Padre, nosotros hemos cometido muchos y abominables pecados; no creemos poder hallar misericordia ante Dios; pero, si tú tienes alguna esperanza de que Dios nos admita a misericordia, aquí nos tienes, prontos a hacer lo que tú nos digas y a vivir contigo en penitencia.
San Francisco los recibió con caridad y bondad, los animó con muchos ejemplos, les aseguró que la misericordia de Dios es infinita y les prometió con certeza que la obtendrían. Movidos de las palabras y obras de Francisco, los tres ladrones se convirtieron y entraron en la Orden.

LA EXCELENCIA DEL AMOR CONYUGAL



Nos preocupa hondamente descubrir signos claros de decadencia en la sociedad actual: alcoholismo creciente, drogadicción desbordante, indisciplina -cuando no violencia- en las aulas, disminución de la natalidad, corrupción en diversos aspectos de la vida... Pero no basta sentir preocupación. Como miembros de una sociedad culta, debemos esforzarnos en descubrir las causas de tal deterioro para buscar posibles remedios. Hoy se está comprobando, por ejemplo, que buena parte de los fracasos escolares responden a la soledad y a la falta de acogimiento que sufren muchos niños en sus hogares. Este conocimiento puede ser el punto de partida para un cambio de conducta en la vida familiar.

Sabemos que la corrupción de la vida humana, en todos los niveles, comienza por la corrupción de la mente. Y ésta se manifiesta en la confusión de los conceptos, la superficialidad de los planteamientos, la precipitación a la hora de tomar decisiones. De ahí la urgencia de neutralizar los efectos nefastos de la manipulación, ordenar la mente, clarificar las palabras, aprender a utilizar el lenguaje de forma precisa y a plantear bien los problemas.

Para ello es indispensable ejercitar la inteligencia de tal modo que adquiera las tres condiciones que le confieren madurez, a saber: largo alcance, amplitud y profundidad.La persona de inteligencia madura 1) no se queda, de forma miope, en las impresiones inmediatas; va más allá, otea un horizonte más amplio; 2) presta atención, sinópticamente, a los diferentes aspectos que presenta una realidad o un acontecimiento; 3) procura captar el sentido de todos ellos y del conjunto al que pertenecen.

Cuando se ejercita este tipo de inteligencia tridimensional, se descubre que las grandes cuestiones de la vida que se han discutido últimamente en nuestra sociedad fueron planteadas de modo inadecuado, por unilateral. Se comenzó poniendo de relieve algún aspecto de las mismas que conmueve la fibra sentimental de las gentes, pero se dejaron de lado ciertas vertientes de la misma que, por su gravedad, deben ser sometidas a un estudio detenido y penetrante. La metodología filosófica nos advierte que la primera condición para plantear adecuadamente un problema es poner sobre el tapete todas las variables del mismo. Por eso resultó desazonante observar que dichos temas fueron tratados, en muchos países, de modo reduccionista.

En el caso del divorcio, se lo redujo a un medio para resolver el problema de los "matrimonios rotos" y se fingió ignorar el hecho insoslayable de la repercusión negativa que suelen tener sobre los hijos las desavenencias de los padres que culminan en alguna forma de ruptura. Este planteamiento parcial puede responder a un afán manipulador de vencer a las gentes sin tomarse la molestia de convencerlas. En todo caso, refleja un tipo de inteligencia que carece de largo alcance y se queda presa en lo inmediato, en el afán de solucionar los problemas de modo expeditivo sin atender a las consecuencias que puedan tener las decisiones tomadas.

En cambio, el que dota su inteligencia de las tres dimensiones antedichas se esfuerza en superar el impacto que produce en su ánimo el primer enfrentamiento con los conflictos concretos y dedica tiempo a pensar qué sucede más allá de la proclamación de la ley divorcista y de cada acto concreto de divorcio. Tal reflexión le permite descubrir, mediante la confrontación con lo sucedido en otros países, que los divorcios causan perturbaciones nada leves en la conducta de los hijos y la ley divorcista provoca, al cabo de cierto tiempo, una grave alteración de la idea de matrimonio como forma de unión indisoluble. Es sabido que la importancia de las leyes no radica sólo en lo que prohíben o prescriben sino en el clima espiritual que crean.

Esta persona reflexiva desea cordialmente resolver la situación problemática de quienes juzgan inevitable la separación o el divorcio, pero al mismo tiempo se considera obligada a sopesar las desdichas que puede acarrear dicha medida en un plazo corto o medio. Esta actitud ponderada corre riesgo de ser tachada de anticuada e intolerante por quienes la interpreten como insensibilidad para el inmenso dolor que implican los fracasos amorosos. Una sociedad que glorifica el cambio y lo convierte en término "talismán" suele ser muy agresiva con quienes -a su entender- niegan a los demás la libertad de realizarlo arbitrariamente.

Por esta y otras razones, es de temer que la ley divorcista sea de hecho irreversible. No cabe esperar de momento que los gobiernos asuman el riesgo de recortar las "libertades" que concede dicha ley. Son meras "libertades de maniobra" -libertades para decidir arbitrariamente el futuro de la propia unidad matrimonial-, pero hoy suele confundirse esta forma de libertad con la "libertad para la creatividad" y se la considera indispensable para vivir con dignidad personal.

Lo que sí está en nuestros manos es incrementar el conocimiento de la insospechada riqueza que encierran las formas de unidad que podemos crear con las realidades del entorno, sobre todo las más elevadas y valiosas. Este conocimiento nos llevará a valorar muy alto la unidad matrimonial y a incrementar la estima de una forma de vida que parece hallarse hoy día injustamente depreciada.


El valor de la relación

Sabemos por la Ciencia actual que todas las realidades del universo, desde las infinitivamente pequeñas hasta las inmensamente grandes, se basan en la relación. Los últimos elementos que constituyen la materia son "energías estructuradas", energías interrelacionadas. "La materia no es más que energía ´dotada de forma´, informada -escribe el físico atómico canadiense Henri Prat-; es energía que ha adquirido una estructura" (1). Una estructura es un conjunto ordenado de relaciones. Una relación es el ingrediente mínimo de una estructura. "Dadme un mundo -un mundo con relaciones- y crearé materia y movimiento", afirma contundentemente el gran físico inglés A. S. Edington (2).

De modo semejante, la vida vegetal y la animal se basa en interrelaciones. Basta recordar el carácter sexuado de plantas y animales, la polinización de las plantas, los microclimas que hacen posible la vida de los árboles en el bosque... Todos los seres infrapersonales viven en interrelación, pero no lo saben ni lo quieren. Obedecen a una ley básica del universo, que ensambla todos los seres entre sí.

También el ser humano está regulado por esa ley, pero tal regulación deja de ser en él inconsciente y pasiva para convertirse en lúcida y activa. La Biología más cualificada nos enseña actualmente que el hombre es un "ser de encuentro"; vive como persona, se desarrolla y perfecciona como tal creando toda suerte de encuentros. Viene del encuentro amoroso de sus padres, nace en un entorno que es una trama de relaciones personales y está llamado a crear nuevas relaciones amistosas. Es un excelso y temible privilegio suyo el deber ir creando a lo largo de su vida el tejido de relaciones que ha de constituir su hogar espiritual. Si lo hace, alcanza su pleno desarrollo. Si rehuye hacerlo, se bloquea y destruye.

La vida familiar tiene el cometido excelso de acoger al hombre recién nacido, suscitar en su ánimo un sentimiento de confianza en el entorno y sugerirle la importancia decisiva de las relaciones para su vida. La formación del niño consiste en hacerle vivir en un clima propicio a la creación de relaciones de encuentro y sugerirle, mediante el ejemplo y la palabra, la riqueza que encierra crear modos de unidad cada vez más estrechos y fecundos con las realidades del entorno. El modo de unidad más valioso es sin duda el que denominamos encuentro, visto en sentido riguroso. Cuando un joven descubre las inmensas posibilidades creativas que nos abren los distintos modos de encuentro, queda bien dispuesto para comprender a fondo la alta calidad de la vida familiar.

A este grado altísimo de calidad aludimos al hablar de la "indisolubilidad" del matrimonio, de la necesidad de crear una relación conyugal "para toda la vida". Al utilizar estas expresiones, no queremos subrayar tanto la duración temporal del matrimonio cuanto la alta calidad que debe tener el modo de unidad que el mismo implica. Con todo fundamento podemos facilitar a los recién casados esta esperanzada clave de orientación: "Procurad vivir el amor de forma auténtica, y vuestra unidad conyugal tendrá una capacidad insospechada de perduración". De forma análoga, aunque en nivel muy superior, al hablar de "vida eterna" en el aspecto religioso, no queremos acentuar en primer lugar su duración ilimitada sino su carácter excelso.

Esa sorprendente calidad de la unión matrimonial procede del hecho decisivo de que la unidad que es fruto de una mutua entrega generosa constituye en la vida humana unameta, no un mero medio para un fin ajeno a ella. Suele decirse que "la unión hace la fuerza". Y es verdad, pero puede llevar al error de pensar que la unidad tiene como fin hacernos fuertes. El estado actual de la investigación -científica, antropológica, ética, axiológica, estética...- nos permite ver que la unidad formada por una confluencia de interrelaciones marca en nuestra vida una cumbre. Si nos unimos de esta forma, somos "per-fectos", alcanzamos nuestra plenitud como personas. La unidad, por tanto, es la meta de nuestra existencia de personas. Al romper tal unidad, empobrecemos nuestra realidad personal hasta un punto que tal vez no podemos sospechar.

Por esta profunda razón, toda actitud que frene o anule la posibilidad de lograr un modo de unidad muy elevado se muestra antiética, adversa a nuestro proceso de desarrollo personal. De ahí le gravedad que encierran las actitudes de egoísmo, autonomismo desarraigado, altanería, hosquedad, infidelidad, insolidaridad y otras semejantes. La experiencia nos confirma a diario que nos perfeccionamos como personas cuando colaboramos a crear realidades que nos envuelven y nutren espiritualmente. Piénsese en la interrelación fecundísima que podemos establecer con nuestra familia y con toda suerte de instituciones. Por el contrario, nuestro ser pierde vitalidad y se asfixia cuando pretendemos autoabastecernos y nos desvinculamos de cuanto está llamado naturalmente a tejer con nosotros la trama de vínculos que es una personalidad bien lograda.

Inspirado por la alta idea que tiene de la vida conyugal, Luis Riesgo Méndez –doctor en Filosofía y psicólogo especialista en orientación matrimonial- ha consagrado su notable poder de análisis a la clarificación de diversos equívocos que entorpecen la comprensión exacta de lo que es e implica la vida familiar (3). En esta obra somete a análisis las consecuencias de una ley divorcista que fue presentada como una solución inocua al problema de los conflictos familiares pero, a los 20 años de su promulgación, nos lleva a pensar que -en expresión casera- "fue peor el remedio que la enfermedad". Una vez más se confirma la regla según la cual un planteamiento mal hecho -por ser demagógicamente parcial- no ayuda nunca a resolver los problemas sino que causa mayores males. De ahí que la primera obligación de los dirigentes en el momento de las grandes decisiones es comprometerse a plantear los temas con el mayor rigor.

Reflexionar sobre las consecuencias de la ley divorcista es una tarea que atañe a los legisladores pero no menos a cada una de las personas que constituyen la sociedad, pues todos somos seres de encuentro y nos vemos obligados por nuestro mismo ser personal a crear toda suerte de formas de unidad, entre las que sobresalen las amorosas y familiares. No estamos sólo ante la cuestión de cómo ordenar nuestra vida de relación social, sino de cómo lograr las formas de unidad que otorgan a nuestra persona su peso, su efectividad y su valor.

La fecundidad de la "Pedagogía del ideal"

La grandeza y la fecundidad de tales formas de unidad las descubren los jóvenes por sí mismos cuando se percatan de que el ideal auténtico de su vida, el que les lleva a su más alta realización personal, es el ideal de la unidad. Si queremos ayudar eficazmente a los jóvenes a recuperar la capacidad de admiración ante las virtualidades que posee la unidad matrimonial, rectamente concebida y realizada, debemos poner en juego una "Pedagogía del ideal" bien fundamentada y articulada.

Cuando se vive la vida matrimonial con la energía que genera el ideal de la unidad, se toma como una meta el conservar e incrementar la unión hogareña. Romper esa unión es considerado entonces como un fracaso. Si los esposos empiezan a perder la concordia debido a algún fallo -ausencias no justificadas, infidelidades, gastos excesivos, mal humor, falta de colaboración...-, pensarán ante todo en superar esa crisis evitando los motivos de disgusto y roce. No recurrirán precipitadamente a la separación o incluso al divorcio en busca de una salida fácil y radical. Con alguna dosis de paciencia y voluntad de mutua ayuda, se consigue, a menudo, reorientar la vida de familia y recuperar la paz y la alegría. Los defectos y los fallos son superables de ordinario cuando se camina hacia el logro de la unidad, considerada como el término de un ilusionado peregrinaje.

"Como psicólogo -escribe el gran pedagogo alemán Josef Kentenich- puedo subrayar en principio que el secreto de la maduración de los jóvenes radica en el desarrollo del ideal personal". "Las dificultades juveniles son superadas en lo esencial cuando los jóvenes encuentran su ideal personal" (4).

Asombra ver la capacidad de soportar penurias que tenemos cuando nos proponemos alcanzar una meta difícil. Vivir la unidad matrimonial de modo auténtico es una tarea ardua, pero no resulta imposible para quien orienta sus energías hacia un valor muy alto, el más alto, el que constituye nuestro ideal de seres personales. Este valor ha de ser cuidado con el mayor esmero, evitando lo que pueda ponerlo en peligro. A veces se inicia, fuera del matrimonio, una relación amistosa de forma espontánea y bienintencionada, pero en el momento menos pensado surge la llamarada del enamoramiento, que da al traste con la unidad familiar elaborada durante años.

El que adopta en la vida una actitud hedonista y posesiva tiende a considerar la unidad matrimonial como algo de que dispone y que puede cambiar por una relación más gratificante. El que acepta que la verdadera libertad humana consiste en vivir inspirado por el ideal de la unidad y elegir en todo momento lo que le conduce hacia él no se siente dueño del hogar que colaboró a fundar; lo respeta incondicionalmente, por ser fruto de la unión con el ser amado y posible fuente de nuevas vidas personales. Cuando piensa que nada hay en el mundo tan sorprendente como el hecho de que dos personas puedan dar origen a un nuevo ser personal -capaz de sentir, querer, pensar, elaborar proyectos, sacrificarse por los demás, abrigar creencias y convertirlas en el impulso de su vida...-, se siente traspasado por un extraño escalofrío de emoción al verse colaborando con la obra creadora de Dios.

Esta colaboración va unida con un grado de máxima alegría. "Con un signo preciso -escribe el gran filósofo Henri Bergson- la naturaleza nos advierte que nuestra meta ha sido lograda. Este signo es la alegría. Digo la alegría y no el placer. El placer no es más que un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser viviente la conservación de la vida; no indica la dirección en que la vida está lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha reportado una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal" (5). No hay mayor triunfo que crear y mantener un hogar donde se cultiva el amor personal y se da vida a nuevos seres, para establecer, así, una corriente incesante de amor y servicio generoso.

"Un místico hindú estaba durmiendo y soñaba que la vida era sólo alegría; despertó y se dió cuenta de que la vida es nada más servicio. Comenzó luego a servir, y supo que sólo el servicio es alegría" (6).