“EL SEÑOR LO PUSO EN MI CORAZÓN”. Una suposición muy peligrosa
Si hoy hay un aspecto dominante en la Iglesia católica en los Estados Unidos, es el delicado equilibrio entre la fe y la razón, esa maravillosa relación por la que el alma y el intelecto del hombre se combinan, se ha inclinado demasiado al lado de la fe, abandonando la razón o tal vez mejor dicho se ha convertido en fe ciega alimentada por el “emocionalismo”. Por ejemplo, es algo común hoy en día oír a católicos razonablemente ortodoxos usar expresiones como “El Señor lo puso en mi corazón…”o “El Espíritu Santo me dijo…”. Ridículo. Esto no es para dar la inspiración por descontada, sino para decir que la súbita respuesta automática a cualquier pensamiento o sentimiento que le viene a alguien es que se ha desquiciado. Es el equivalente religioso de culpar cada mala acción sobre lo diabólico con el eslogan de “el diablo me hizo hacerlo”. Los ateos tienen pensamientos agradables de vez en cuando e incluso están motivados a hacer algún bien moral como dar un dólar a un mendigo, pero eso no significa que la motivación para el acto provenga del Espíritu Santo, o la excusa trillada de, “El Señor lo puso en mi corazón”. Un poco más de investigación revela que frases como ésta tienen una larga historia en su uso en algunos círculos protestantes donde todo se trata de una “relación personal con tu Señor y Salvador Jesucristo”. Así que predomina la visión de que cualquier “buen” pensamiento fue comunicado a la persona directamente por Dios sin mediación. Ésta es, por supuesto, la piedra angular del protestantismo – una individualidad que atribuye todo a la persona por encima de la “teología”, y que cualquier motivación o inspiración les ha llegado personalmente de Dios. No es de extrañar entonces que haya 40.000 denominaciones protestantes, y sigue la cuenta. Lo que ha causado todo el movimiento ecuménico, no es llegar a la aceptación por parte de los protestantes de esas cosas católicas, que [por cierto] rechazan, sino más bien que los católicos resten importancia a esas verdades divinamente reveladas. Con demasiada frecuencia, los clérigos y los laicos son demasiado tímidos en cuanto a declarar la verdad católica con buen arrojo a la antigua. Por amor de Dios, tengan agallas. Los protestantes parecen nunca preocuparse de lastimar nuestros sentimientos o de ofendernos cuando dicen que la Presencia Real no es real o que María recibe demasiado énfasis y demás. Nunca entra en sus mentes el que deban pisar suavemente cuando lanzan versos de la Biblia para “probar” que la Iglesia está equivocada sobre esto o aquello.
Y sin embargo, los católicos, muchos de ellos, se ponen de inmediato en modo blandengue y tratan de encontrar una forma cautelosa de abordar la falsedad, como si convertirse en un cobarde o en tapete fuera meritorio, siguiendo el ejemplo de mansedumbre de Cristo. No lo es. Es la capitulación, es sacrificar la Verdad por tu propio bien. Muchos católicos no quieren verse contundentes, por lo que comienzan a reducirse. No es así como ganarás conversos. Sino como te aplastan.
Parte de esta psicología protestante, es evidente en el vocabulario que muchos católicos usan hoy en día -la música en la misa y los gestos exteriores-, todos estos decididamente protestantes con un poco de catolicismo. La identidad católica se ha ofrecido sin ninguna oferta concurrente por el protestantismo. Los católicos que todavía practican la Fe de cualquier manera significativa, menos del 20 por ciento del total de los católicos de los Estados Unidos, parecen y son decididamente más protestantes que como se ven y escuchan sus congéneres católicos. En casi todos los ámbitos -teología, liturgia, música, vida devocional, etc.- mucho ha sido tirado a la basura por los católicos sin nada de sustancia para mostrar a cambio. Lo que nos lleva de nuevo a este punto sobre “El Señor lo puso en mi corazón…” o “El Espíritu Santo me dijo…”. Esas son frases decididamente protestantes, subrayando un enfoque protestante a la relación con Dios.
En primer lugar, incluso el uso del término “el Señor”, en contraposición al más católico “Nuestro Señor”, suena a protestantismo. Recordemos que el catolicismo ofrece intimidad con Nuestro Señor; El protestantismo ofrece una relación personal con “el Señor”. Todas las relaciones son personales, involucrando a las personas, pero la intimidad está reservada para aquellas personas que son especiales. Si te metes a un taxi en el aeropuerto y estás charlando con el taxista, estás en una relación personal con él, basado en que ambos son personas y obviamente en relación el uno con el otro. Él es el conductor, tú eres el pasajero. Pero cuando pagas la tarifa, saltas hacia fuera y te apresuras a los brazos de tu amado que te espera con emoción, estás en otra relación personal, pero esta relación personal se eleva a un nivel de intimidad que no tenías con el taxista, por lo menos no normalmente. Y así es con el protestantismo, cara a cara con el catolicismo – relación personal, sí en ambos sentidos pero relación íntima, es sólo en el catolicismo.
Y en cuanto al tema de la relación y la falsa noción de que una relación es lo que se necesita, ¿cómo aborda el protestante la realidad de su relación con Satanás? Con la excepción de la Madre de Dios y Juan el Bautista, todas las criaturas humanas han tenido, y nos atrevemos a decir todavía, tienen, una relación personal con el demonio. Él tienta y con demasiada frecuencia nosotros respondemos. Estamos en relación con él personalmente. Él nos miente porque nos conoce muy bien y aceptamos voluntariamente sus mentiras y sus pecados. Así que para alguien el afirmar que una relación personal es todo lo que se necesita, no logra llevar su propio pensamiento a su conclusión lógica.
Tener una relación personal con Satanás es para casi todos los seres humanos una triste realidad de nuestra naturaleza caída. Pero nunca querríamos afirmar que tenemos intimidad con el Padre de la Mentira, aunque pareciera que muchos lo hacen. En esto radica la distinción, una distinción esencial, entre una mera relación personal y una de intimidad del error protestante y de la verdad católica.
Disfrutar de una relación personal con Nuestro Señor y Salvador Jesucristo es insuficiente para la salvación porque la misma persona también goza de -y usamos la palabra goza porque capta la realidad del pecado- una relación personal con el demonio, de lo contrario jamás pecaría. La intimidad es lo que se requiere, no la insuficiente y escueta incoherencia de sólo una relación personal.
Esa intimidad con Nuestro Señor sólo puede encontrarse en la Iglesia Católica. Incluso es por eso que usamos el término íntimo “nuestro” en lugar del más estéril “el” como en “el Señor”. Ambos son verdaderos. Uno es mejor porque es íntimo. La intimidad con Dios nunca se presume como en “El Señor la puso en mi corazón…” ¿Cómo puedes saber exactamente, no que lo sientes, sino que lo sabes? Sólo haces una declaración, afirmando un hecho y, por lo tanto, basada en los hechos deben presentarse las pruebas. De hecho, Martín Lutero afirmó que los horrores que desató sobre el cristianismo fueron inspirados por Dios, al igual que todos los revolucionarios protestantes. ¿Cómo saberlo?
Esta expresión casi gnóstica de “conocer” lo que Dios ha dicho, hecho o deseado, fuera de la Revelación Divina pública es en extremo soberbia, por muy bien intencionada o inocentemente delirante que sea, y como tal, es una puerta perfecta para lo diabólico.
Por esto es tan inquietante atestiguar que católicos bien intencionados actúen en este sentido. Esto no es católico. Este no es vocabulario católico. No es una tradición católica. Esto no es nada católico. Sus raíces radican en una comprensión herética de Dios, la Iglesia y las Escrituras, y ni siquiera una pizca de deseo de que esto sea verdad puede hacer que así sea.
Se católico y crece en la intimidad, no en la relación.
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