Orar es lo que mejor podemos hacer
“Las almas sin oración son como un cuerpo tullido que aunque tiene pies y manos no se puede menear.” Santa Teresa de Ávila.
Muchas veces, en nuestro caminar en la fe, nos puede ocurrir que crece en nuestra alma el deseo incesante de hacer grandes cosas “para la mayor gloria de Dios”: Esperamos la salvación de todas las almas, queremos que nuestras obras impulsen y nos hagan partícipes de su conversión; queremos hacer de todo en la labor misionera de la Iglesia, anhelamos ser profetas, curadores, evangelizadores, mártires, obtener del Señor la gracia de ser hallados dignos de testimoniar heroicamente su Amor… Pero al vernos al espejo, caemos en la cuenta de nuestra fragilidad, nos vemos pequeñísimos a los pies de un Dios tan Grande y Maravilloso, nos reconocemos débiles y limitados por nuestras propias fuerzas y, de repente, puede suceder que volvamos a ver la santidad como algo tan lejano e inalcanzable, nos convencemos de que no hay nada en realidad que podamos hacer por Dios.
Tendemos a pensar que la única manera de servirle a Dios es a través de actos heroicos y milagrosos, que causen asombro y admiración en las personas; nos olvidamos (o lo subestimamos) del poder del servicio más humilde, el más sencillo, que es el que conmueve más tiernamente el Sagrado Corazón Jesús, quien lo tiene por mucho. Este servicio humilde, silencioso, escondido y sencillo, es la oración.
En el mes de Octubre, consagrado a las Misiones, se celebra la memoria de dos grandes santas de la Iglesia Misionera: Santa Teresa de Jesús (Teresa de Ávila, su fiesta es el 15 de octubre) y Santa Teresita del Niño Jesús (Teresa de Lisieux, su fiesta es el 1 de octubre); ambas son grandes, mujeres santas que revolucionaron notablemente al mundo; Santa Teresita fue incluso proclamada por el Papa Pío XI, en 1927, patrona de todas las misiones. Paradójicamente, las dos vivieron el Amor a Dios y al prójimo desde el claustro, siendo monjas carmelitas descalzas que no salieron del convento.
Podemos preguntarnos ¿Cómo es que unas monjas de clausura llegaron a realizar tan grande labor misionera? Simplemente, dedicando toda su vida a la oración fervorosa y apasionada por la Iglesia y por la humanidad. Una oración tan incesante, incansable y vigilante, tan arraigada en el Corazón Misericordioso de Jesús, que fue capaz de transformar toda su vida en oración, en sacrificio agradable al Padre por la salvación de las almas.
Y, entonces, ¿Podemos decir de ellas que fueron unas verdaderas católicas con acción, cuando la mayor parte de su vida la pasaron en las celdas de un convento? ¡Claro que sí! Aunque sus cuerpos se hallaban voluntariamente tras las rejas de un claustro, sus corazones fueron siempre libres gracias a Cristo, tanto que su oración y su amor fue capaz de llegar hasta “las periferias” existenciales y geográficas, y aún hoy nos beneficiamos de su intercesión.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, que la oración de intercesión “nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús” (n° 2643) y es “lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios” (n° 2635). Es la oración, la fortaleza de toda la vida cristiana, sin ella nuestra acción pastoral sería un simple servicio comunitario, infértil espiritualmente e incapaz de conmover y llenar el alma necesitada del Amor.
Si nos afanamos solamente en el “trabajo, trabajo y más trabajo”, y descuidamos la oración, tendremos unos pies y manos cansados, adoloridos, aunque llenos de adrenalina, pero un espíritu dormido y casi muerto. Lo decía muy bien Teresa de Jesús: “Como se haga la oración que es lo más importante, no dejará de hacerse todo lo demás”.
Nuestras fuerzas humanas no pueden abarcar todas las necesidades de los hombres. Sólo Dios es el que puede llevar a buen término el trabajo que ha confiado a nuestras manos. El mundo está malherido y las almas necesitan de Dios, y Él llega a los hombres a través de nosotros como Iglesia. Pero no podemos dar lo que no tenemos, debemos primero llenarnos de Dios para poder darlo a los que claman por Él.Y es la oración el medio más seguro y más eficaz para llenarnos de Dios y llevarlo a las almas. Esto lo entendieron muy bien nuestras dos santas, lo practicaron fielmente y no fueron jamás defraudadas.
Cuenta Teresita sobre su primer “hijo espiritual”, que no es otro que un gran criminal de la época, condenado a muerte por sus horribles crímenes; ella, al saber de él, se propuso impedir su condenación eterna, entregándose a la oración y los pequeños sacrificios por la salvación del alma de este hombre, sin pedir nada más a cambio que “una señal” de parte de Dios, para saber que sus oraciones fueron escuchadas. Así, la mañana siguiente a la ejecución del “pobre Prancini”, cayó en manos de Teresita el periódico La Croix, y al abrirlo apresuradamente, buscando la noticia, encontró emocionada que aquel hombre no se había confesado, pero que antes de meter su cabeza en el agujero del cadalso, «herido por una súbita inspiración, se volvió, tomó el crucifijo que le presentaba el sacerdote, y besó tres veces las sagradas llagas… Había, pues, obtenido “la señal” pedida» (Tomado de “Historia de un Alma”, Santa Teresita del Niño Jesús).
Vemos pues, como las oraciones de esta pequeña santa fueron atendidas y Teresita confió en la esperanza de que el alma, de su primer hijo espiritual, fue salvada. No subestimemos el poder de la oración sincera, pues de la única manera que nuestra acción misionera dará frutos buenos y abundantes, será si tiene como pilar el espíritu de oración. El verdadero trabajo apostólico, es aquel que es, en esencia, una oración del corazón traducida en acción.
En la oración nos reconocemos pobres, débiles y pequeños delante de Dios, y Él nos mira dulcemente con Amor, nos levanta en sus brazos, nos capacita con su Espíritu, se fía de nosotros y nos pone a su servicio.
Si quieres hacer un verdadero bien por la humanidad, ¡nunca dejes de orar! Acuérdate del Santo Rosario, ésta es la oración más poderosa del católico. Así pues, ¡pongamos “manos a la obra”!, pero de una manera poco convencional y mucho más eficaz: Pongamos nuestras manos en posición de oración por la humanidad y Dios hará su obra; ¡Seamos verdaderos católicos con acción en la oración!
“La oración y el sacrificio son mis armas invencibles; constituyen todas mis fuerzas, y sé por experiencia que conmueven los corazones mucho más que las palabras.” Santa Teresita del Niño Jesús.
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