miércoles, 6 de septiembre de 2017

SIN CONTRATO SEXUAL,NO HAY CONTRATO SOCIAL..................

SIN CONTRATO SEXUAL, NO HAY CONTRATO SOCIAL



Sin embargo, por causa de las fornicaciones tenga cada uno su propia mujer, y tenga cada una su propio marido (1Co 7,2)

En las brumas de los tiempos, la Tierra era un paraíso. Pero ahí estaba el ancestro del hombre, que transgredió todas las leyes de la naturaleza, y tras liquidar todo el alimento y expulsar o liquidar a sus competidores, tuvo que contar sólo consigo mismo y echar mano del árbol de su propia vida (¡uf!), meterse a creador (¡o a criador!), “hacerse como Dios”. ¿Y qué creó? ¿Qué crió? De su propia carne creó al esclavo. ¡Gran creación! ¿No fue la esclava? También, pero no sólo. Cierto que cuando el Ritual Romano del Matrimonio proclamacompañera te doy, que no esclava, es porque la inclinación del hombre a esclavizar a la mujer, tenía ya un largo recorrido.
Dios había visto que el hombre estaba solo, solo e incompleto, y que así era imposible la vida. Y por eso creó la sociedad hombre-mujer. El primer cimiento de la sociedad humana. Pero con la mala inclinación a dominarla y esclavizarla:Tu ansia te llevará a tu marido y él te dominará  (Gn 3,16).  Por eso Dios empuja al hombre hacia el bien y le dice: Compañera, no esclavaContrato sexual, acuerdo, avenencia, no servidumbre, no esclavización, no la pata o el alma quebrada y atada a la cama.
Desde que el hombre crea al esclavo sacándolo de sí mismo, del mismo modo que narra el Génesis que sacó Dios a Eva de una costilla de Adán (cf. Gn 2,22), todo su afán es ser señor y tener esclavos. Papeles que van rotando frenéticamente a lo largo de la historia. Y es la fuerza la que determina quién es señor y quién esclavo.
Pero en este nuevo invento humano, puesto que la hembra humana, la mujer, es capaz de prestarle al hombre un servicio que éste ambiciona con enorme codicia, es ella la que precisamente por su condición de hembra-bien-codiciado soporta con mayor frecuencia el papel de “esclava”. De manera que en muchas civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad, mujer y esclava han sido casi sinónimos. Y esta sinonimia es más cierta en lo referente a su función sexual. En pocas civilizaciones se ha librado la mujer de la servidumbre sexual. Pero consolémonos, que no es ella sola: también hombre y esclavo han sido sinónimos durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Tanto para la esclava (sexual) como para el esclavo (laboral), en el otro bando estaba el señor. Ésa fue la singularísima forma de socialización con que se estrenó el hombre fuera del paraíso. Sin contrato, claro está. Lejos, inmensamente lejos del contrato social de Rousseau.
Rousseau impresionó al mundo con su libro El Contrato Social, en el que desarrolla la fundamentación lógica del traspaso de la soberanía del rey-soberano, al pueblo-soberano, para mantener el modelo de socialización de la monarquía. Y recurre, como en su día el feudalismo, a un hipotético contrato entre el súbdito-ciudadano y el que ostenta el poder, ya sea hereditario o electivo. Y en cambio pasa por alto el “contrato sexual” que, éste sí, es el cimiento de toda sociedad.
Pero una vez abolida la esclavitud, la apetencia del hombre por la mujer no disminuyó ni un ápice, y por consiguiente el hombre se buscó la manera de seguir gozando de ella sin incurrir en esclavización. Inventó por tanto el CONTRATO SEXUAL.
El primero que conocemos en nuestra civilización es el matrimonio, que convivió con la esclavitud sexual propia de otras dos instituciones: la prostitución y elcontubernio o concubinato. En el matrimonio, el estado social de la mujer era el de “libre”; en las otras instituciones, su estatus era el de esclava. Tal como en la prostitución y el contubernio no había más que opresión sexual (el amo utilizaba el sexo como incentivo para granjearse la fidelidad y el rendimiento laboral de los esclavos; el trabajo sexual de las esclavas era intensivo por tanto), en el matrimonio prevalecía la represión sexual, a la que luego y durante más de mil años se llamó fidelidad: porque a los romanos (que ellos fueron los fundadores del matrimonio tal como lo conocemos en occidente) de la esposa les interesaba más el heredero (y por tanto, la función de madre: de ahí matri-monio) que la satisfacción de sus apetitos, para la que disponían sin restricción de esclavas y esclavos (las “costumbres” romanas obligaban a los amos a sodomizar a los esclavos para hacerles sentir así su total dominación).
Muchísimo antes que la conversión del trabajo esclavo en trabajo contractual (que no es lo mismo que liberarse de la esclavitud del trabajo), fue la conversión del sexo esclavo en sexo contractual. Que tampoco fue lo mismo que librarse la mujer de la servidumbre sexual. Como en el trabajo, lo que hasta entonces había tenido el carácter de obligatorio, pasó a tener el de “voluntario”. Es la misma idea del “contrato social” de Rousseau pero aplicado a la primera célula de toda sociedad, que es la pareja de un hombre y una mujer (pero no unida por la fuerza de él sobre ella, sino por el contrato matrimonial).
Fue en efecto el matrimonio, la primera fórmula de contrato sexual. Pero muy lejos del sexo esclavo, puesto que en el contrato se incluía como parte fundamental y conditio sine qua non, el derecho de maternidad de la mujer (asociado al derecho de paternidad del hombre).
Este “contrato sexual” que era a la vez un “contrato social” funcionó perfectamente en la sociedad esclavista para los hombres y mujeres libres, puesto que quedaban esclavas para cargar sobre ellas la sobrecarga sexual que no desearan las esposas-madres. Pero lo realmente difícil fue acabar con el sexo esclavo, igual que es muy difícil (nunca se ha conseguido) acabar con los niveles de explotación laboral que hacen esclavo el trabajo). Ahí tenemos la prostitución, la esclavitud sexual por antonomasia (que el feminismo se ha empeñado en transformar en “trabajo sexual”) que, instituida en nuestra civilización por los romanos, ha vencido el paso de los milenios y sigue enormemente próspera.
Pero quedaba la otra fórmula de esclavitud sexual, el contubernio, mucho más próximo al matrimonio y más fácil por tanto de convertirlo en contractual, es decir en “contrato sexual”. Y eso es lo que hizo el cristianismo: convertir en matrimoniales (contractuales por tanto) las uniones contuberniales: despojándolas en la medida de lo posible de su carácter coactivo en lo que respecta a su función sexual fundacional. Pero no era tan fácil liberar a la concubina de la obligación que le había impuesto el amo de hacer de esclava sexual del esclavo. Mientras la esposa estaba en régimen de represión sexual, la concubina estaba en régimen de opresión sexual.
Y bien, con esos mimbres el cristianismo tejió el matrimonio, sagrado por más señas, e indisoluble: para proteger a la mujer de los tremendos abusos del divorcio romano y del repudio judío. Se la dotó del derecho de maternidad y de familia (indispensables para la construcción de la sociedad); pero no se consiguió liberarla de la opresión sexual que le había impuesto el contubernio. San Pablo, en efecto, formulando un perfecto “contrato sexual” bajo la ficción de que hombre y mujer son sexualmente iguales, establece: “El marido debe cumplir son su mujer el deber conyugal, y la mujer con su marido. La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido. Como tampoco el marido la tiene sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os esquivéis el uno al otro… (1Co 7,3)Clarísimo: los dospor igual tienen deberes sexuales recíprocos. Así que nada de esquivar el sexo. Ni él, ni ella. Un contrato sexual tan perfecto como el contrato social de Rousseau.
Ciertamente un contrato sexual tan cogido por los pelos como el contrato social de Rousseau. Y que, como éste, tiene numerosos agujeros negros. Mucha más imposición de la que admite el contrato (de hecho, no admite ninguna, porque en ambos contratos, “voluntariamente” se cede el poder a la contraparte). Y cuando una de las partes constata o simplemente “siente” que se está incumpliendo el contrato, aflora la violencia. Violencia sexual en el contrato sexual, y violencia social en el contrato social. Voilà!  Sólo la gracia renovada del sacramento es capaz de vencer la debilidad del ser humano pecador y levantarlo, desde el contrato matrimonial, hasta la santidad de Dios.

SANAR PARA SERVIR...................

Sanar para servir

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Hemos hablado en el post anterior que para poder ver el problema de la Iglesia y atenderlo con humildad y caridad es necesario poder haber sanado las heridas interiores que nos quitan libertad interior para ver y para ser generosos, en definitiva para ser santos.
Hoy se habla mucho de sanación. Hay como un boom en diferentes grupos católicos y de otras denominaciones cristianas. Esta vez  vamos a tratar de entenderlo en su sentido más hondo y más católico. Para poder entenderlo así, hay que buscar lo que la sanación significa en la Sagrada Escritura.
La sanación es sinónimo de salvación. Hay un proceso de maduración en el Antiguo Testamento donde se puede ir apreciando una comprensión de que todo mal tiene una raíz última en el pecado, que debe ser sanado Is 58. Y aunque a veces se padece una herida de manera injusta, sirve para la misericordia de Dios, pues nos introduce en una intimidad e identificación con Dios como se aprecia en el libro de Job y la suerte del profeta. Esto es una preparación para hacernos intercesores, luego de ser sujeto de misericordia, como concluye el libro de Job sobre las tribulaciones del inocente. En estricto sentido sólo Cristo y María son inocentes, y en la medida que nos asemejamos a ellos, la tribulación no cesa, a veces incluso, se acentúa como seguirá siendo la suerte de los apóstoles y que él mismo Pablo reconoce en I Cor 4.
Cuando se habla de herida en Biblia, se habla indistintamente de  herida del pecado propio o social, activo y pasivo, físico o espiritual, tribulaciones culpables o inocentes, ocasionadas por Dios a manos de los malvados o de los que tienen poder de ejercer un castigo justo. (Job 9,17)
Conviene distinguir cada uno de estos aspectos para entenderlo correctamente. En la persona hay una unidad y todos los niveles interactúan. La distinción es para poder atenderlos mejor según sus causas originales.
Hay dos grandes tipos de heridas fruto del pecado:
  1. Heridas corporales.
  2. Heridas interiores:
     2.1.) En el orden de la psique natural:
  1. Heridas psico-emocionales: se involucran las disposiciones psicológicas subjetivas, que pueden favorecer heridas en esta área.
  2. Heridas afectivas en el alma: heridas de desamor: rechazo, incomprensión, abandono, odio. Que pueden comprender desde el vientre materno hasta el final de la vida.
  3. Heridas educativas: deformaciones en el área intelectual, de la voluntad, emocional y en la sensibilidad. Estas heridas pueden no ser dolorosas, pero son profundas y graves, muchas veces inconscientes porque dañan la estructura humana y dificultan la responsabilidad frente al mal.
En algunos autores espirituales se les distingue como la parte inferior y la parte superior del alma.
     2.2.) En el orden trascendente: sobrenatural y preternatural:
  1. Heridas por el pecado original: la tendencia a la rebeldía de las facultades respecto del fin último.
  2. Heridas por los pecados personales: la vida de pecado hace raíces y predispone a nuevos pecados, se necesita una camino purificativo.
  3. Heridas por la acción extraordinaria del demonio (AED) por causas culpables o inocentes.
* Cabe aclarar que la AED es una herida de orden espiritual, que repercute en el cuerpo (las vejaciones y posesiones) y en la psiqué (circundatio) de la persona produciendo heridas a esos dos niveles y con la intención en última instancia de desesperar al alma y llevarla a pecar y condenarse. Como podemos ver afecta todas las áreas de la persona, pero no puede dañar el alma si la persona no se lo permite.
Las heridas pueden ser de origen presente o ser heridas intergeneracionales por la potestad que tienen padres sobre hijos, no como una culpa, pero sí como una fuerte tendencia: pueden tener impacto en los tres niveles: fisiológico, psicológico y espiritual, en el orden del pecado y de la AED.
Son más graves y profundas cuando se vive una situación de vulnerabilidad de fuerzas y de intimidad: niñez, pobreza, marginación social, a manos de padres de familia, hermanos y esposo e hijos, amigos íntimos.
Dejando a parte la curación referida a la salud física, que sólo Dios (nunca el demonio) puede ofrecer a través del camino ordinario de la gracia, con el servicio generoso y racional de hombres que buscan como sanar o aliviar las dolencias, o el camino extraordinario a través de carismas de curación como signo salvífico, nos referiremos más a explicar fenomenológicamente la dinámica de la herida interior.
El hombre al nacer herido por el pecado original, aun después de ser liberado de la culpa por el bautismo y recuperar la gracia delante de Dios, vive las consecuencias del pecado original. Esto se manifiesta en un desorden en las facultades.
La razón no ve claramente la verdad, la voluntad no siempre escoge el bien mayor, las pasiones ejercen un gobierno despótico sobre las facultades superiores o rebeldía al gobierno de la razón. Y se expresa en lo que San Pablo decía
: “conozco el bien, amo el bien, hago el mal que no quiero”(Rm7,19), quedando el hombre carnal ciego y
sordo a la Verdad. Por eso no existe el buen salvaje, ya que todos necesitamos la mediación apostólica primeramente de nuestros padres los primeros predicadores en la fe y el amor de Dios, para ver con claridad la verdad y vivirla. Es imposible educar a una persona sin corregirla, sin reprenderla, sin castigarla, como imposible es que aprenda sin amor y sin razones.
El hombre viejo, es el hombre herido por el pecado, es el hombre que puede elegir ser un hombre carnal o un hombre espiritual con la ayuda de la gracia. Por eso el hombre debe morir a sí mismo, a su hombre viejo, para que nazca por el Espíritu desde lo alto. San Pablo nos ofrece en Gal 5, 19 una lista de características de uno y otro para poder ver con claridad cómo se manifiesta el hombre viejo de cada uno. Y es que cada uno tiene sus manifestaciones propias por su pasión dominante según su temperamento, según su historia familiar, según su cultura y según sus elecciones libres y pecaminosas, más o menos conscientes. Las heridas interiores aquí juegan un papel importante porque una experiencia negativa vivida, deja una herida, que se expresa de manera singular según las características subjetivas mencionadas. Después se formula una creencia errónea del Yo, una máscara del ego dirán los psicólogos, una mentira sugerida y avivada por el demonio para tentarnos. Hay una incongruencia entre el yo de la Gracia creado por Dios a Su Imagen y Semejanza y el yo carnal herido por otros y por mi pecado. La buena noticia es que el pecado original es menos original que la Imagen y Semejanza original de Dios en el hombre. Dicho de otra forma, lo natural, lo más esencial a la persona es el hombre espiritual, el Yo, no el Ego. Mi mejor versión es reflejar a Cristo en mis características singulares, pero la herida del pecado original, las heridas de los que me rodean que no están purificados en su amor, esto es, en su Yo, las heridas que yo me produzco con mis propios pecados según mis apetencias eclipsan, pero no aniquilan esa Imagen y Semejanza original.
¿Cómo sanar?
Sin la gracia divina no hay salvación, o sea, sanación, en un sentido profundo. La sanación no tiene como objetivo la curación psicológica o dejar de sentir dolor, sino la salvación del alma. A veces una herida es dejada porque es el mejor camino para darle Gloria a Dios, como María a quien le es traspasada su alma por una espada. Dios no quiere primordialmente curar, quiere salvar y sólo en este sentido sana.
Hay un camino ordinario de sanación dado por Cristo a sus apóstoles: “id por el mundo y predicad el evangelio… los que crean y sean bautizados se salvarán, el que no crea se condenará. Estos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsaran demonios…pondrán las manos a los enfermos, se pondrán bien.” (Mc 16, 15,18)
El mero hecho de creer y recibir el perdón de los pecados es ya sanación. Es un encuentro con el amor de Dios que me mira y me restituye en una dignidad para toda la eternidad. Esto es sanador. El fruto es la alegría y el anuncio a los propios familiares y conciudadanos. Esa persona no quedó igual, toda “deuda” quedó pagada porque “Dios ha obrado maravillas (…) como prometió a nuestros padres”. La persona se reconoce incapaz de ser sanada por sus medios o por sus méritos y reconoce que Dios ha sido misericordioso. La expulsión de demonios y la curación quedan condicionadas a la de quienes creen en Él, aún si es practicado sobre un no creyente, éste sabrá que su liberación fue en el nombre de Cristo Jesús y creerá en Él. Por eso podemos afirmar que fuera de Cristo, fuera de la Iglesia no hay salvación. En el confesionario se obra el mayor milagro de sanación. El alma muerta o deteriorada por el pecado es restituida a la vida por la Sangre de Cristo.
El anuncio de la Palabra no es instantáneo, debe formarse una cultura, una nueva forma de vivir compartiéndolo todo, de educar y engendrar hijos de Dios, de trabajar en justicia y caridad, de casarse y vivir el misterio de Cristo con su Iglesia, de gobernar desde el servicio, haciéndose el último servidor de todos. Todas las realidades cotidianas quedan transformadas y elevadas. Esto es el camino ordinario de la sanación: construir el Reino de Dios en la tierra. Las estructuras de pecado hieren, debilitan, enferman y facilitan el pecado y la muerte espiritual (y corporal). En Isaías 58, Dios condiciona la sanación a la misericordia y conversión.
De forma extraordinaria hay personas que reciben el carisma de hacer milagros de curación o la sanación de heridas interiores, que como efecto secundario pueden producir una liberación de alguna opresión demoníaca. Si bien los primeros cristianos tenían una experiencia más habitual de esto, hoy siguen habiendo estos carismas. Es importante tener en cuenta que un carisma es para la edificación de la Iglesia y no de la imagen personal, es una gracia gratis dada y todos son necesarios pues somos un solo cuerpo vivificado por el Espíritu y no se puede vivir correctamente al margen de los otros carismas: primeramente de apóstoles, después de profetas, maestros, de milagros, lenguas, curación, asistencia y de gobierno (I Cor 12). La Iglesia siempre ha sido carismática y eso no es una novedad ni un privilegio exclusivo de un grupo específico. Hay que entender que los carismas son muchos y todos necesarios. Lo importante es vivirlos en perfecta caridad, porque de nada nos aprovecha tenerlo si nos pierde y digamos: “Señor en tu nombre expulsamos demonios…”
Para aquellos que han recibido este maravilloso carisma de sanación por medio de la oración de intercesión, es muy importante que ayuden a crecer en el camino de la fe. En una formación profunda en la virtud, que atienda todas las facultades de la persona: formar intelectualmente, formar la voluntad, la sensibilidad, para evitar el emotivismo desbordado tan frecuente en nuestra cultura. Es necesario un camino ascético que purifique al hombre viejo y deje nacer poco a poco al hombre nuevo. No hay milagros en este sentido. La sanación puede implicar una hermosa experiencia viva de Dios que me mira, me ama y me cura mi herida, me perdona y me llama a la conversión. La conversión o la liberación no es una experiencia mágica. Hay que evitar el pensamiento mágico que hay soluciones instantáneas. Si bien inicia con una experiencia fuerte y extraordinaria de la Misericordia, se debe sostener en una transformación de vida, de apegos personales, de criterios, de la propia voluntad para hacer solamente la Voluntad de Dios.

DESHACER LOS NUDOS DE LA MALDAD.....................

Deshacer los nudos de la maldad (Is 58,6)

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Cuando somos ofendidos, traicionados, abandonados, dejados a la vera del camino, es natural sentir un “algo” que nos hace sentir que si perdonamos, perdemos y fomentamos la injusticia. La mayoría de las veces oímos consejos en la línea de “no te dejes”, “dile que ¿qué le pasa?”, que tienes derecho a estar enojado, alejarte, cuidarte, etc. Bueno, en parte sí y en parte no. Veamos mejor.
La realidad es que es imposible humanamente hablando, perdonar si pensamos que el perdón se trata de algo que se merece la persona. Si nuestro sentido de justicia es dar según el mérito, el perdón al malvado o al que nos lastima no tiene sentido. Si perdonar se condiciona a entender la lógica de la acción, muchas veces no la encontraremos, ya que hay males que suceden porque ganan pasiones no iluminadas por la razón. Otras veces son accidentes y otras veces límites humanos tales, como impedimentos psicológicos, que no permiten haber actuado de otra forma, o que en algunos casos, la dureza de corazón y la ceguera espiritual, con culpa propia desde luego, pero que de alguna manera reforzada por la estructura de pecado en la cultura de la muerte en que vivimos, dificultan enormemente la docilidad a la gracia divina. Los atenuantes y grado de libertad sólo los puede juzgar Dios, pero Tomas de Aquino nos habla de las pasiones que nublan el juicio. Atenuantes no son eximentes, y hoy conviene aclararlo, porque tendemos a psicologizar y fomenta una sociedad más irresponsable. Podríamos también mencionar las veces que no hubo ofensa propiamente, sino una mala interpretación basada en una serie de supuestos nuestros conscientes e inconscientes.
En esta línea es compresible que Jesús nos diga: “amar a los que los aman eso hacen también los publicanos” (Mt 5; 46 ss). Sin embargo, nos invita a ir más allá, “amad a vuestros enemigos, pedid por ellos” (Mt 5; 44), “perdona a tu hermano setenta veces siete” (Mt 18;22). El sentido de la justicia divina no es contraria a la justicia humana pues Dios mismo la grabó en nuestros corazones, pero es mucho más pura, profunda, rigurosa, amplia y no se limita al tiempo presente. Jesús muchas veces dice que ninguna obra por pequeña que sea quedará sin paga (Mt 10;42), y que los malvados tendrán el pago de los hipócritas (Mt 24;51). En esta línea Él ostenta el poder de juzgar cuando venga, a nosotros nos pide no condenar, dejarle este asunto a Él y confiar que pondrá a su momento a los enemigos como escabeles a Sus pies (Lc 20;43). Muchas veces nos da elementos para discernir las obras de los fariseos y los hipócritas, de los adulterios, homicidios y de tantos pecados, pero aunque nos dice que miremos y juzguemos los frutos, no nos permite juzgar a las personas (Lc 6;37). Es una prerrogativa divina. Por el contrario, el demonio es quien acusa a los hombres día y noche ante el trono de Dios (Ap 12;10). En un discernimiento interior podemos ver que estar arrojando las faltas a la cara, o en nuestro fuero interno, es instigación del espíritu diabólico, que busca siempre dividir, obstruyendo el perdón.
Para poder ser capaces de ver la falta del otro con toda claridad, pero con misericordia, es importante bajarnos del pedestal de la superioridad para poder rehumanizar al agresor. Todos nosotros somos pecadores y hemos sido perdonados. Si hemos sentido la gratitud de encontrarnos restituidos ante la mirada divina que nos levanta, podremos ser capaces de hacer lo mismo aunque nos tome un poco de tiempo. La parábola del hombre que debía mucho dinero y fue perdonado por el rey (Lc 18; 23 ss) es justamente la clave para vivir el perdón. Ante la mirada divina nuestro pecado era una gran deuda. Nosotros podemos ser muy indulgentes para juzgarla, pero Cristo nos deja ver que las faltas a Él son mucho más grandes que las que nosotros recibimos, y que debemos tratar al otro como Él nos ha tratado. Sin embargo, muchas veces la dificultad para perdonar radica en que vivimos en ambientes hostiles en los que aceptación y perdón son experiencias inaccesibles. Es importante distanciarse de allí al menos interiormente, hacer una experiencia profunda y regresar a enseñarlo con todas las tribulaciones e incomprensiones que eso implicará hasta volverlo cultura.
Es comprensible que el dolor que nos produce la herida no nos deja juzgar la situación con paz y claridad para ser generosos. Es muy humano. El perdón es un acto divino, en Él es instantáneo, pero en nosotros puede ser un largo proceso. Sólo Dios puede perdonar los pecados. Sólo Dios nos puede dar la gracia de perdonar como Él. Incluso es un mandato a los cristianos, ciertamente no todos somos sacerdotes ministeriales y lo podemos hacer sacramentalmente, pero sí podemos por nuestro sacerdocio común pedir perdón por el pueblo a Dios y cancelar la deuda que tienen otros al menos con nosotros. Cada vez que sinceramente perdonamos y que pedimos perdón a Dios con un corazón contrito se derrama el don tan ansiado de la Paz y de la Unidad para nosotros, para la Iglesia y el mundo entero. Ser capaces de perdonar profundamente es una gracia y hay que pedirla, pero está condicionada a que yo sea consciente de que he sido perdonado, como nos enseña el Padre Nuestro, porque “resistes a los soberbios” , en cambio “¡a un corazón contrito Tú no lo desprecias!” (Ps 50,19).
En el cruce de caminos con una persona más o menos cercana que nos hiere, el libro de Jonás nos ofrece una reflexión. Jonás conoce a Dios muy bien, sabe que es misericordioso y que se las va a “ingeniar” para conseguir la vida del pecador y no su destrucción. Pero esto a Jonás le molesta porque implica que alguien se sacrifique en la predicación, como nos recuerda San Pablo, que dice que parece que a los apóstoles les toca ser los últimos y recibir todo tipo de maltratos y privaciones. Dios le hace ver a Jonás que él se cruzó un instante con un ricino y se alegró por él, comparándolo con la gran Nínive a quien Dios ha visto nacer, crecer y confundirse en el camino. Dios le deja ver cómo su juicio es parcial sobre Nínive, pero Dios tiene una mirada más de largo alcance. Tal vez hay muchas más cosas hermosas que nos enseña el diálogo entre Dios y Jonás, pero puede ayudarnos para este tema ver que nuestro enojo muchas veces reposa en una mirada miope. Sólo Dios sabe cuándo esa persona podrá cambiar, qué gracias necesita y si nosotros somos ese profeta-espejo en el que el otro mira su miseria. Dios nos invita en nuestras afrentas a unirnos íntimamente a Él. Nos confía sus dolores, nos confía su amor por los pecadores, nos asocia a Su Pasión. En este sentido, perdonar no nos quita nada como hablamos al inicio, porque estamos en el Corazón de Cristo. No nos “dejamos” porque vemos y enunciamos el mal, pero lo dejamos en las mejores manos, las divinas. Si les preguntamos qué le pasa por qué actuó así, muchas veces nos sorprenderemos con la respuesta. Las tinieblas en las que vive por su educación, sus heridas, su vida de pecado, su falta de trabajo interior, lo esclavizan profundamente y se resiste a la gracia que siempre es fiel, pero él no lo sabe claramente porque el demonio lo somete con engaños. No sabe salir de allí. Nuestro poder decir con Cristo: “Perdónalos Padre, porque no sabe lo que hace”, le abre una nueva posibilidad de deshacer los nudos de la maldad y ser regenerado desde lo alto.
Otro aspecto sobre el tema del perdón es que hay heridas que son especialmente dolorosas en la medida que son hechas en condiciones de vulnerabilidad. Principalmente cuando se es niño y es herido por aquellos de quienes debes de recibir amor, aceptación, protección. Otras heridas muy dolorosas son hechas por quienes son muy cercanos: el esposo o esposa, los hijos, los amigos, todos aquellos con quienes “nos unía una dulce intimidad” (Ps 54;15). Una vez que se forma la herida, se formula una “promesa” a uno mismo de protección, por ejemplo: no muestres tus sentimientos porque te lastiman, no te muestres necesitado para que no te humillen, no des tus bienes para que no te usen, sino te van a amar que te respeten aunque para conseguirlo seas violento, si me aman me admiran, si me señalan un error es que me rechazan, por eso cuido una imagen d perfección intocable, si digo lo que pienso hay conflicto, mejor me callo o me retiro, etc… Todas estas frases son “creencias falsas”, que nos atrincheran y nos ponen en un lugar inalcanzable. Terminamos siendo iguales que aquellos que nos hicieron sufrir y así se forma una cadena de violencia y resentimiento. Hay quienes dicen que el 50% de la criminalidad es fruto de una venganza, la mayoría de las veces es fruto de una respuesta inadecuada al dolor, de allí la importancia del perdón para la paz de los pueblos. Sin embargo, no podemos psicologizar la moral. Es muy importante, asumir que hay una decisión frente al dolor. Tal vez la respuesta está altamente condicionada por nuestro pasado, pero no determinada. Dentro de lo inadecuadas de nuestras respuestas, hay decisiones morales en las que hay un margen libre y responsable.
Para poder ver nuestra herida y entender nuestras respuestas. Para poder pasar del resentimiento a la paz, de la esclavitud del círculo del dolor a la libertad de los hijos de Dios, es necesario ver nuestra alma iluminada con la luz divina, que al mismo tiempo que te muestra tu herida en su origen, tan hace ver el profundo amor que Él te tiene y ser consolado y sanado del dolor. Luego se tiene que re aprender a relacionarse, a verse a sí mismo, a caminar bajo la mirada divina, pero ya se partió del encuentro sanador de Dios. Es un don de Dios, algunas terapias o talleres y grupos de oración de sanación pueden contribuir poderosamente, pero en la medida que hay humildad y rendición ante Dios se alcanza ese don con mayor fruto.
Muchas veces la dificultad para perdonar es que pensamos que es lo mismo que reconciliarse. El perdón que se ofrece es unilateral, no necesita el otro pedirlo, ni siquiera desearlo y así logra ser más generoso, porque lo haces porque es un bien en sí mismo que le permite al pecador regresar, tener un puente tendido desde ese lugar que en su maldad lo aisló. Sin embargo, la reconciliación implica necesariamente bilateralidad y más aún, implica un propósito de enmienda sincero, concreto y realista en el amor y en la verdad. Sin ello, podría reforzarse una dinámica destructiva y una laxitud moral por la “impunidad”. Jesús también acepta que hay gente que rechaza el mensaje y a sus enviados, y en ese caso estamos autorizados a “sacudirnos el polvo de los pies en señal en testimonios contra ellos” (Mc 6,11). Queda pendiente tratar el perdón más difícil, perdonarse a sí mismo.

VIVIR EL MARTIRIO CON LA ESPOSA................................

Vivir el martirio con la Esposa

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Sabemos que el año pasado Cantalamessa tuvo la osadía de decir el Viernes Santo en San Pedro que “Lutero tuvo el mérito de recordar la Misericordia a la Iglesia”, y vimos todo un año lo que esto implicó en la “agenda ecuménica”. Este Viernes, en un acto muy incluyente, se invitará a una mujer teóloga, otra teóloga disidente más. Cada semana, escuchamos avergonzados palabras más osadas, que desgajan el bello edificio de la Iglesia construida con el amor a la verdad de todos sus santos.
Ante este espectáculo que nos martiriza el corazón, vemos que se impone una mentalidad apóstata, conocida como la masonería eclesiástica. Consiste básicamente en dos cosas: la religión del hombre por encima de la Ley de Dios, esto es, pretende cambiar la Ley y los tiempos (Dn 7,25). Este tiempo de misericordia, se usa la libertad para pecar. Contrario a la ley de Dios, sus autoridades eclesiásticas se deslindan de los predecesores: pontífices, doctores, maestros y apóstoles y sacan sus propias conclusiones. Cambian la ley de Dios por leyes de hombres. Se contradice abiertamente el Catecismo y el Código de Derecho Canónico y no se castiga a las Conferencias Episcopales que lo hacen, por el contrario, se les felicita.
Y el segundo objetivo es rechazar la gloria de la Cruz en una teología que relativiza el matrimonio fiel y fecundo, que acepta la vida de obstinación en el pecado y les llamamos “fidelidad de las parejas en unión libre” o le llamamos “aportación positiva de la homosexualidad”, que integra a todos los teólogos liberales a quienes la Iglesia les prohibió enseñar por salirse del marco de la enseñanza católica.
El discípulo no es mayor que el Maestro y si esto le hicieron a Jesús, la Esposa, debe pasar lo mismo. La pregunta es ¿cómo lo debemos vivir sus hijos? Tenemos muchos hijos que han estado en la Iglesia mientras no implicaba dar, sólo recibir bendiciones y beneficios. Estos hijos desaparecen, se esfuman, en el momento crítico. Otros hijos como Pedro, sacan la espada, quieren luchar con sus recursos humanos, cuando esto es una guerra que se pelea con armas espirituales. Algunos llegan a escoger a Barrabás cuando escogen la justicia por medio de la violencia y el “lío”. Muchos otros, tristes ante lo inevitable, prefieren ya no ver el problema, aunque se les anunció y se les preparó. La pena los adormece. Ante la frustración e impotencia huyen a sus pueblos y hacer sus cosas de antes.
María, sabía igual que ellos que el Hijo del hombre tenía que padecer y al tercer día resucitaría, y como Ella estaba acostumbrada a guardar las cosas en su corazón y prepararse para la prueba desde que el viejo Simeon le anunció que sufriría lo indecible, entonces Ella no huyó. No dejó de mirar al Traspasado. No se desesperó en la prueba, ni recriminó a Dios sorprendida, como se ha también sugerido en esas interpretaciones libres tan frecuentes hoy, porque en medio de su profundísimo dolor, sabía que era necesario y que Él resucitaría, por eso no lo fue a “buscar entre los muertos al que vivía”. Ella como la madre de los Macabeos, estaba allí para animar con su presencia al Hijo para ser fiel al Padre. Ella hubiera querido morir con Él, porque su amor era enorme al pecador y a su Dios, pero no era ese martirio el que se pedía para Ella. Ahora la Iglesia, tiene que padecer. Dios envía un “poder seductor” para que la cizaña y el trigo se separen. Estos nuevos seducidos, que buscan a quien seducir, buscan una religión según sus apetitos (II Tes 2, 10-12/II Pe 2, 14) y se sienten tan seguros de su victoria, que ya están a la luz pública festejando su logro (I Tes 5,3). Sin embargo, esta guerra está ganada. El triunfo de la “nouvelle theologie”, la teología sin fe y sin cruz, es aparente, y el martirio de los verdaderos maestros (Dn 11,32-35). Cuando más irreversibles se ven los cambios que se han implementado y todo se ve perdido, al menos por muchas décadas, confiemos que este triunfo del mal que se encumbra será “derrotado con el soplo de Su boca” (II Tes 2,8) Ahora estamos en medio de la purificación de la Tribulación, y esto son sólo dolores de parto. No sabemos cuánto tiempo dure este trabajo de parto, pero sabemos que al final la mujer está feliz y ya no recuerda su dolor porque un nuevo hombre ha llegado al mundo (Jn 16,21). Mantengamos firmes junto a la Cruz, pues para esta hora hemos venido.

PODEMOS PERDONARNOS A NOSOTROS MISMOS...............................

¿Podemos perdonarnos a nosotros mismos?


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Hoy se habla mucho de atenuantes y misericordia, con perspectivas novedosas, muchas veces lejanas a la enseñanza del Magisterio, al punto de que se ha vuelto un tema muy conflictivo. El objetivo de esta reflexión no pretende legitimar de ninguna manera posturas relativistas, por el contrario, se busca que asumamos nuestra responsabilidad de vivir como seres libres hechos a imagen y semejanza divina, capaces de Dios, capaces de bien. Para eso es importante que el veneno del autoengaño laxista y el de la rigidez condenatoria sean desactivados con una reflexión serena y beata que nos libere de estas deformaciones contra culturales. Por exceso o por defecto, ninguna sirve al Bien. La verdad nos hace libres y somos servidores de la verdad, ya desde el origen esa fue la tarea adámica, ponerle nombre a las cosas.
Podría ser una obviedad, pero, en términos cristianos, ¿es válido perdonarse a sí mismo? Muchos expertos aseguran que es el paso más difícil en el proceso de perdón, tal vez porque el ofensor y la víctima es uno mismo. El mal no está afuera. El culpable no está afuera. El mal nació del propio corazón. No hay escondite en la conciencia para el culpable. El culpable, el juez, el verdugo y la víctima son uno solo.
Dice la Escritura, “contra Tí solo pequé” (Sal 50,6). El pecado ciertamente es una ofensa a Dios. Sin embargo, mucha gente dice que a Dios no le podemos ofender, que nos ofendemos a nosotros mismos. El catecismo es muy claro en este punto cuando dice en el 1440. “El pecado es ante todo, ofensa a Dios, ruptura de comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación de la Iglesia, que es lo que expresa y realiza la liturgia en el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación”.
El testimonio de los santos es que su amor tan íntimo y delicado teme ofender al Esposo. Al punto que un pecado de una persona cercana aunque objetivamente en sí mismo sea pequeño, por la intimidad y confianza hiere más. La misma Sagrada Escritura lo hace ver en los profetas cuando Dios habla como un esposo ofendido por una esposa adúltera. La idolatría es una traición al amor del único que te da todos tus bienes y te cuida como a un hijo, que te recogió cuando gemías en tu sangre. Así pues todo pecado, aunque sea personal y te dañe a ti mismo, tiene una dimensión relacional.
En esta línea, cabe preguntarse si me puedo perdonar a mí mismo o debo ser perdonado por otro. Ciertamente debemos ser perdonados por Dios, el único capaz de perdonar -en su sentido profundo- los pecados, pero puedo perdonar a otro en el nombre de Dios, e incluso puedo y debo perdonarme en el nombre de Dios, ya que sí hemos obtenido Su perdón en la confesión sacramental, debemos confiar y ser capaces de recibir ese perdón. Sin el perdón divino, no parece muy realista auto exonerarse. De ahí el tormento que sienten tantas personas en terapias que tratan diferentes técnicas de sobrellevar sus vidas a pesar de su pasado. La mayoría de las veces estas personas, más que terapia, lo que requieren es el consuelo del perdón divino, el abrazo del Padre y la gracia de poderse levantar regeneradas por un amor que se nos ofreció gratuito por adelantado, pero que solo lo podemos cobrar de rodillas.
Analizando el porqué de esta dificultad surgen varias consideraciones de cara a mí mismo, de cara a los demás y de cara a Dios.
1. Una situación muy común, es que hay pecados que consideramos más vergonzosos que otros. Por ejemplo, lo sexual nos avergüenza más que la soberbia o la ira. La envidia es más odiosa que la pereza. La ira es más humillante que la codicia. Tal vez porque nuestra mentalidad burguesa y de apariencias evita bochornos, pero no pecados. Si pecamos de una manera “refinada” y sutil, casi se vuelve virtud. Lo que es de “mal gusto” es dar la “mala nota”. Ser aparatosos. En el fondo, la dificultad para perdonarnos no es resultado de una conciencia moral delicada, sino vanidosa y selectiva.
2. Otra posibilidad que puede hacer muy difícil perdonarnos, desafortunadamente muy frecuente, es que muchas veces crecemos en ambientes de juicios muy duros, hostiles. No tenemos dato de ser perdonados y restaurados. Entre los jóvenes esto es mortal verdaderamente, porque el pecado les pone en una situación de muerte social, de exilio y excomunión de sus pares, peor aún si es por parte de sus padres. Muchas veces les lleva al suicidio, porque el “pecado” es imperdonable, irreparable, imposible de restaurar porque queda grabado por siempre en redes sociales públicas. Curiosamente esos ambientes juzgones se rasgan las vestiduras por una falta, pero son tremendamente indulgentes con su “superioridad moral” farisaica; son las antiguas piedras a la adúltera. Sabemos que esa mujer se levantó perdonada por Cristo, pero no sabemos si su esposo fue tan comprensivo, o si la gente se relacionaría con ella como una pecadora más igual a ellos y le permitieron reintegrarse socialmente en esa comunidad.
3. De cara a Dios la mayor dificultad de sabernos perdonados es cuando no hay una acción objetiva en la que se dice: “me acuso de…” Y el sacerdote: ” Yo por la autoridad de Cristo y de la Iglesia te absuelvo…”. Las personas que “llevan una relación con Dios directamente y no necesitan de la Iglesia”, están atrapadas en la subjetividad de la duda. Cuando son pecadillos pueden “librarla”, aunque seguramente tienen una conciencia muy relajada para jerarquizarlos, pero cuando son pecados gordos y aparatosos, nunca tienen certeza de estar perdonados con ese método de “justificación”. Lo pueden hablar en todos los bares, con todos los desconocidos, pero la conciencia les reclama y esclaviza la culpa. Tal vez escoja hacer peores cosas como auto castigo o como forma de obstinarse y justificarse en el error. Comenzará a deformar la idea de Dios para poder “vivir en paz”. Baste mencionar como ejemplo que hay 40.000 denominaciones cristianas reconocidas, que hacen su ajuste teológico para evitar la humildad de reconocer sus desobediencias.
Para podernos perdonar a nosotros en el nombre de Dios, debemos ser capaces de reconocer el verdadero rostro de Dios en Cristo. Sólo una visión real y humilde ante la Revelación plena dada por Él nos puede poner delante de Sus ministros y Sus enseñanzas. Sólo me puedo perdonar porque me sé amada hasta el extremo por Aquel, que me dice: Yo tampoco te condeno, vete y no peques más. Si no le confieso a Él como Salvador, si no reconozco su enseñanza y me comprometo a seguirla, si no me dejo guiar por quiénes tienen el poder de atar y desatar las deudas, mi deseo de perdonarme a mí misma, no puede ser más que una tregua provisional y la guerra civil retomará su fuerza implotadora en poco tiempo. Por el contrario, reconocer el perdón de Dios para mí, es la mejor forma de amarme a mí misma y ser humilde y benévola. Él sabe el barro del que hemos sido formados.
Cuando hemos mordido la mano de quien nos daba de comer, cuando somos capaces de llamar al bien, mal y al mal, bien. Cuando somos capaces de ensañarnos con el inocente justamente porque lo es, con el vulnerable porque tenemos poderosa ventaja, con aquel que dependía de nosotros y traicionamos su confianza o que nos creemos mejores que los demás y los humillamos con nuestra forma de “arreglar las cosas”, y pasado el tiempo nos hemos ido encerrando en una caverna oscura de la que ya no sabemos salir, la luz nos hace daño y nos resistimos a dejarnos iluminar y calentar. Arremetemos contra todo el que se acerque, y si por accidente logramos ver nuestro rostro deformado en el que no quedan más trazos de quienes fuimos o debimos haber sido, la amargura nos lleva a ese lugar encerrado, de soledad y tristeza donde sólo nos queda ser devorados por esa bestia cruel, que ha logrado seducirnos con engaños en su trampa y ahora aislados nos puede devorar lentamente.
En esas condiciones, sólo una gracia extraordinaria, tal vez arrancada del Cielo por un alma orante y sacrificada nos puede sacar de ese lugar de falsa seguridad y arrogante beneplácito. La persona ya obstinada y endurecida ha perdido los resortes naturales, ordinarios, sofocando la voz de su conciencia, endureciendo el corazón respecto del dolor de los pecados, huyendo de la verdad e incluso sintiendo repulsión hacia el bien y cualquiera que lo represente. Algo le dice que es tanto lo que ha trastornado, que es mejor no mirar para atrás y fingir una gran determinación y seguridad para “avanzar” sin mirar atrás. Son ciegos y sordos, entregados a sus obstinados corazones. Sin embargo, Jesús se entregó por nosotros cuando aún éramos pecadores (Rm 5,8), por eso no debemos rendirnos con nadie mientras es el tiempo de la Misericordia.

LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACION..................................

La fiesta de la Transfiguración y la Pasión de la Iglesia



Celebramos en este domingo la festividad litúrgica de la Transfiguración del Señor. El Evangelio cuenta que Jesús tomó a sus tres discípulos más estimados, Pedro, Santiago y Juan y se los llevó aparte a una montaña y se transfiguró ante ellos. Sabemos que este hecho aconteció precisamente delante de aquellos tres discípulos en quienes Jesús más confiaba para mostrarles su gloria antes de su Pasión, puesto que de otra forma se habrían desmoronado ante tanto dolor de su Maestro y ante la aparente derrota por su muerte.
Pensaba hoy en el paralelismo de la figura de Cristo y de su Esposa Amada, la Iglesia. La Iglesia, de igual manera que el Señor ha brillado con gran esplendor en épocas anteriores, tal es así que aunque haya sufrido persecuciones y dolores, siempre ha terminado triunfando y especialmente llevando la fe a todos los rincones del orbe. De hecho, Santiago, uno de los que vieron la Transfiguración, fue quien trajo la fe a España. Nuestra patria luego fue quien la llevó al Nuevo Mundo. Sin duda, tiempos de hazañas y de expansión de la luz del Evangelio. También, ciertamente,  ha habido momentos de dificultades y eclipses graves, como por ejemplo los cismas que ha sufrido a lo largo de la historia.  Pero ahora, particularmente, estamos viviendo como nunca antes estos momentos una gran pasión. El momento de la terrible apostasía y negación de Cristo, incluso por parte de muchos ministros de Dios de forma abierta y escandalosa, aceptando el pecado como algo insalvable y por tanto admisible porque “Dios es misericordioso y lo perdona todo”. Vamos acercándonos, no tenemos duda, a la crucifixión de la Iglesia, tal vez más pronto de lo que esperamos, cuando se cambien las palabras consagratorias y Cristo ya no esté presente en la que dirán es la “Santa Memoria”, y por tanto ya no habrá la Misa, el Santo Sacrificio que hasta hoy todos hemos conocido.  De este modo, darán final aparente a la fe católica. Pero Cristo resucitó, como también lo hará la Iglesia. La Iglesia pasó un grave momento en el que los discípulos se dispersaron durante la pasión y tras la crucifixión del Señor. Solamente Juan fue el que permaneció firme a los pies de la Cruz.
La Iglesia es la imagen de Cristo y por tanto tiene que sufrir lo mismo que Cristo sufrió, que no será otra cosa que el abandono de los suyos, quedando solo un resto fiel y pequeño, que a ejemplo de Juan y junto a la Madre que Cristo nos da en la Cruz perseverará y guardará el dogma y la fe verdadera. Cristo resucitó, también lo hará la Iglesia, aparentemente muerta, Iglesia de las catacumbas, Iglesia perseguida, Iglesia que debe empezar desde ahora a prepararse para el martirio, físico o espiritual, pero martirio a ejemplo de Cristo y también prepararse para resucitar con Él a ejemplo también suyo. ¡Qué gozo para todos, hermanos, vivir en estos tiempos! Es como pasar dolores de parto. Son fuertes, son aparentemente inaguantables, pero qué gran gozo cuando el niño reposa en el seno de la madre. A ella se le olvidan todas las angustias. Así sucederá también con el Resto Fiel, tendrá que sufrir, pero todo es para un bien superior y una felicidad inmensa.  Como dice el Evangelio en Lucas, 21:
8. El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: “Yo soy” y “el tiempo está cerca”. No les sigáis. 9. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.» 10. Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. 11. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. 12. «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; 13. esto os sucederá para que deis testimonio. 14. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, 15. porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. 16. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, 17. y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. 18. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. 19. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 20. «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. 21. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; 22. porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito. 23. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! «Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y Cólera contra este pueblo; 24. y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. 25.«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, 26. muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 27. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.»