lunes, 27 de febrero de 2017

EL DEMONIO ES PROTESTANTE

El Demonio es protestante

El demonio es protestante
“El Demonio es protestante”, fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya habíamos tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.
“Al principio fue el Verbo”
Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora aprecio tanto, como es la que me honra publicando este trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.
No me dejaba muchos “flancos” descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenia sentido desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente. Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados flojos.
En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como “leyendas negras”, porque me parecía que era inconducente debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.
Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar moralmente al “adversario” diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado, para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se rigen tanto por la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.
El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.
Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos encontrábamos. Era lo que ahora se llama un “cura nuevo”, con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas de acercarse a mí.
Primera confesión de mala fe
Yo aprovechaba – Dios me perdone – de sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados. Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces realmente no le importaba tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.
Otra cosa que solía hacer – me avergüenzo al recordarla – era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.
En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer “dinámicas de vida”, pero de doctrina y de Escrituras no saben nada.
Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.
Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana comprensible en alguien tan “cálido” en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.
A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada penetrante. Lo habían “castigado” relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.
Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.
El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en tierra enemiga.
En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi… porque en doctrina comenzó él a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle su error o mi postura.
En un aprieto que me puso, le dije: “Padre M… comencemos desde el principio”. Y el varón de Dios, a quien supuse enojado conmigo, me dice: “De acuerdo: al principio era el Verbo y…
Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!
“Pastor Boullón”, me dijo luego, “No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el Demonio fue el primero en todo crimen… y por eso también fue el primer Evangélico.”
Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se adelantó:
– Sí… fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!
– Pero Cristo les respondió con la Biblia…
– Entonces usted me da la razón, Pastor… los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien… y le tapó la boca.
Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12): “Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra”.
Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito, “No tentarás al Señor tu Dios”. Y el demonio se alejó confundido.
Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!
Creo que fue la plática más saludable de mi vida.
La táctica del demonio
Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que venia enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan “evangélicos” como yo, pero de otras congregaciones. No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de la razón que me llevaba otra vez a su lado.
Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí Hechos XVI, 31: “¿Qué debo hacer para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa”.
Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de silencio.
Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:
– ¿Continuará la lectura de San Pablo?
– Ya terminé, Padre M.
– ¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a Corintios, XIII, 32.
– Leí en voz alta: “Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy”.
– Entonces: la fe…
– La fe… la fe… la fe es lo que salva.
– ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No sé bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.
– ¿Salvarse?
– Sí.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en Dios? Y si sólo la fe salva…
– …¿?
– No se quede en silencio, Pastor… siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio, tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque “como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta” (c.II). Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice “Si quieres salvarte, guarda los mandamientos”. Ahí tiene usted la respuesta completa.
Me acompañó hasta la puerta y me dijo: “Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia”.
Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.
“Sólo la Biblia”
Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. “Si es sólo la Biblia”, me dije, “entonces el problema del artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba”.
Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.
Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la lectura de esta revista y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.
El pago del mundo
Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es esencialmente distinto a un “Pastor” protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas visitas “no estrictamente ecuménicas”.
Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.
Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio – pensaba – me estaba tentando con Roma y para eso endurecía los corazones.
Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.
Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.
Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto… para ella.
Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese sacerdote provocador y bonachón.
Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.
Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.
Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por amar a Cristo en Su Iglesia.
Mi querido amigo se despide
No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le visitaba furtivamente y él me acogía con amable paternidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!
El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar todos mis argumentos.
Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos posibilidades… o quedar como un tonto o verificar por mí mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a revisar el punto que yo trataba – si tenía sentido – desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.
Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía – jamás dio muestras de sufrir – y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya consideraba un amigo.
Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición suya, a su residencia.
Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la pobreza.
Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me paralizaba.
Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. “Más vale entrar al Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades”, sentenció.
Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. “¡El Demonio es protestante!”, les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.
Mas tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma… y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de gracia de la santa fe.
Roma… mi dulce hogar
Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.
Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había conocido y amado.
A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron pero a un mismo tiempo me atrajeron.
Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra pero que ni una sola jota sería cambiada.
Bien sé por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto – por superficiales y emocionales – de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les emocione, que les haga sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas. Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!
Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.

JESUS ESPERA POR TI..................................

Jesús espera por ti

Hay personas que no reconocen la presencia de Dios en sus vidas. Otros, por orgullo o por soberbia, se empeñan en negarla. La vanidad, la envidia y la ambición los priva de Su amistad y en lugar de aceptarlo, huyen del amor que Dios les quiere regalar. Pero no importa cuanto corramos o donde nos escondamos, Dios siempre nos llama a todos…
Mi vida era como la de muchos católicos… Asistía a Misa los domingos, si no había algo “más importante” que hacer. Rezaba un Padrenuestro o un Avemaría cuando tenía alguna necesidad o problema, pero no sentía ningún interés por conocer sobre mi Fe Católica. Mi vida, como la de muchos, se apoyaba en las “cosas del mundo” y, como el mundo, era vana y egoísta. No diré que estaba amargado, aunque algunos así lo concluían, pero no vivía en paz conmigo mismo. Allí, en ese momento de mi vida, había algo con lo que no contaba: ¡Jesús se había fijado en mí…!!!
El llamado de Jesús es uno individual, diferente para cada persona. Algunas veces es sutil y suave; otras veces, fuerte y contundente… Es que nosotros somos como burritos: para caminar, a algunos les basta con enseñarles una zanahoria por delante; pero otros, obstinados y testarudos, necesitamos de un fuerte azote por la espalda.
Jesús nunca se cansa de llamarnos… nos llama, y como Pedro, Él espera que le respondamos, “Señor, ¿a quien vamos a ir sino a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6, 68-69)… Pero cuando padecemos de sordera espiritual y nos rehusamos a escuchar su llamado, Jesús puede valerse de alguna situación en nuestra vida para acercarnos a Él… Aunque de momento cueste comprenderlo, el dolor y el sufrimiento sirven para purificar el alma, alejarnos de las cosas mundanas y acercarnos a Dios… como dice Pablo, “Para los que aman a Dios, todas las cosas trabajan para su bien” (Romanos 8, 28)
El camino hacia Jesús es siempre el más difícil, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Marcos 8, 34)… Negarse a sí mismo es poner a Jesús por encima de todo, incluso de nuestra propia vida. La invitación a “tomar la cruz” implica hacerlo con alegría, abrazándose a ella como Jesús hizo con la suya. Pero esta invitación de Jesús viene seguida de una sentencia y de una promesa, “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará” (Marcos 8, 35)… Renunciar a las cosas terrenas por Jesús significa ganar la vida eterna.
Seguir a Jesús exige entrega, compromiso, perseverancia y sobre todo, fidelidad… el camino hacia Jesús es el camino de la fe y de la confianza. Este camino hay que recorrerlo con la seguridad de que, aunque Él envíe pruebas amargas, su Voluntad ha planeado solo lo mejor para nosotros… Podemos tener la certeza de que Jesús, por encima de todo, quiere nuestra salvación.
Para seguir a Jesús necesitamos transformar nuestras actitudes, convertirnos… Conversión, contrario a la idea de algunos, no significa creer en Dios, “También los demonios lo creen y tiemblan”, nos dice Santiago (2, 19). Conversión significa volver el corazón a Dios y poner todo nuestro empeño para vivir como Él espera que vivamos. Seguir a Jesús es amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas… es hacernos sus testigos, y como los Apóstoles, llevarlo a quienes aún no le conocen.
Hace unos días conversaba con un amigo muy querido sobre la necesidad de testimonios en nuestra Iglesia. Decía mi amigo que algo debíamos reconocer de nuestros hermanos protestantes, con solo una chispa del Espíritu Santo, se afanan por difundir la Palabra de Dios: viven evangelizando. Sin embargo, nosotros los católicos, con toda la llama, no somos capaces siquiera de reavivar el fuego en nuestros corazones.
La falta de testimonios no representa una falta de conversiones, más bien señala el miedo a mostrar públicamente lo que se siente profundamente en el corazón. Libros como “Roma, Dulce Hogar” (Rome Sweet Home) escrito por Scott Hahn, y la serie de tres libros “Asombrados por la Verdad” (Surprised by Truth) del editor Patrick Madrid, nos muestran la conversión de varias personas al catolicismo. Lo interesante es que muchos de ellos eran teólogos y pastores protestantes. Estos libros evidencian como un protestante, si abre su corazón a la Palabra y se deja guiar por el Espíritu Santo, encuentra la plenitud de la Verdad en la Iglesia Católica.
Durante este último año he visto con alegría y admiración como mi esposa emprendió su viaje de descubrimiento al catolicismo. Nacida luterana y criada en la iglesia Asamblea de Dios, sentía que le faltaba “algo”. Ella nunca se apartó de Dios, sino que se dejó guiar por Él en una búsqueda de muchos años y que finalmente la trajo a las puertas de la única Iglesia fundada por Cristo sobre Pedro y los Apóstoles: la Iglesia Católica. Lo más hermoso es que María Santísima es quien le ha ayudado a comprender el inmenso amor que Dios le tiene… ¡La Virgen María siempre nos guía hacia Jesús!
Como en toda religión, hay católicos que nunca se han preocupado por conocer sobre la riqueza teológica de su Iglesia y algunos se han dejado seducir por las promesas de una salvación fácil y colectiva. Son estos quienes luego reclaman conocer nuestra Fe y difunden errores que laceran nuestra Iglesia.
Para un protestante, llegar a la Iglesia Católica significa descubrir la presencia real de Cristo en la Eucaristía… Significa encontrar la alegría del perdón en el Sacramento de la Reconciliación… Significa comprender la armonía entre la Biblia y la Tradición, entre la Liturgia y las Escrituras…
Para un protestante, llegar al catolicismo significa reconocer que Jesús lo confió al cuidado de Su Madre, y que forma parte de una familia, inmensa y santa, que intercede por sus intenciones en el Cielo… Significa encontrar una Iglesia que después de 2,000 años aún sigue fuerte y unida bajo la figura del Papa…
Como católicos, necesitamos abrirnos a Jesús y convertirnos en sus testigos… Jesús nos llama a la santidad cuando nos dice, “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5, 48)… Aspiremos a la santidad y demos testimonio de su amor con nuestras palabras… con nuestras actitudes… y con nuestras acciones… Demos testimonio en nuestras familias… a nuestros amigos… y en nuestros trabajos… Veremos nuestra vida transformarse con la fuerza del Espíritu Santo…
Puedes estar seguro que Jesús también se ha fijado en ti y te está llamando en este momento… no importa quien seas… no importa tu edad… no importa tu condición de salud o enfermedad… si eres justo o pecador… Él te llama ahora, como lo ha hecho cada día de tu vida… Solamente espera por ti…

ORACION PARA TIEMPOS DIFICILES

Oración para los tiempos difíciles

La Palabra debe ocupar un lugar muy especial en la vida de un cristiano… tal vez no lo has entendido, pero la Biblia no es un libro, sino una persona: Jesús… por eso, cómo podemos cultivar una relación íntima con Él si no sacamos tiempo para escuchar lo que Él quiere decirnos…
Les comparto que esta noche leía el pasaje donde Marcos nos relata la historia del paralítico y sus cuatro amigos, que descolgándole desde el techo, consiguieron arrancarle un milagro al Señor (Marcos 2, 1-12)… y pensaba en la fe de aquellos hombres… pero saben algo, lo más que me llamó la atención es que ni el paralítico ni sus amigos le piden nada a Jesús… solamente lo ponen frente a Él porque saben que Él va a actuar…!!! Y es Jesús, quien «viendo la fe de ellos», le ofrece al paralítico el mayor de todos los dones y la más grande de todas las sanaciones cuando le dice «tus pecados te son perdonados»…
Jesús realizó dos milagros aquel día: el primero, invisible a los ojos de los hombres, perdonó al paralítico y restauró su vida de gracia… el segundo, aunque menos importante, es el medio a través del cual Dios se glorifica: «toma tu camilla y vete a tu casa»…
El paralítico se abandono en las manos de Jesús… lo descolgaron desde el techo y lo posaron frente a Él… como diciendo: “Tú conoces todo de mí… estoy aquí porque confío en Tu Misericordia… has conmigo lo que quieras”… y Jesús cambió su vida para siempre…
Mientras leía este pasaje, pensaba que todos tenemos alguna situación difícil que nos preocupa e inquieta… alguna situación que nos confunde y llega hasta robarnos la paz… pensaba en mis familiares y amigos, y en sus situaciones particulares… y pensaba en las intenciones que algunos de ustedes dejan en la sección de Oremos juntos
Entonces, me di cuenta que el papelito que usaba para marcar la página de mi Biblia era, precisamente, una “Oración para los tiempos difíciles”… que nos invita a abandonarnos confiadamente en la Voluntad de Dios…

Oración para los tiempos difíciles
Espíritu Santo, Dios de Amor, mírame en esta circunstancia difícil en que se encuentra mi vida y ten compasión de mí. Confiadamente acudo a Ti, pues sé que eres Dios de bondad y manantial de amor.
Vengo a Ti, pues sé que no hay nada que no lo pueda lograr tu misericordia infinita. Acepto tus insondables designios, aunque no los comprenda. Me abrazo a ellos con aquel fervor y generosidad con que Cristo aceptó el Misterio del dolor en su vida.
Humildemente te pido, me des la gracia de superar esta situación difícil, en este momento de mi existencia, y que esta prueba, lejos de separarme de Ti, me haga experimentar con mayor plenitud la omnipotencia de tu amor que limpia, santifica y salva.
Hágase en mí Tu Divina Voluntad… Amén.

ORACION PARA TENER FORTALEZA..................

Oración para tener fortaleza en medio de las pruebas y salir victorioso

 
oracion tener fortaleza superar pruebas victoria
 

Cuando la esperanza cristiana es renovada fluye una nueva luz que hace posible vivir desde la confianza en el Padre

 
Hoy te invito a dejar de lado la duda, la incredulidad. Te invito a creer con firmeza que Dios está interesado en tu situación, que todo lo que te pasa le importa pues es tu Padre, te ama y tiene preparado lo mejor para ti. En momentos de dificultades es cuando más aferrado debes permanecer a Dios, sin temor, con seguridad en su plan de amor para tu vida. No pierdas la esperanza y no dejes de creer en los milagros, porque todos los días suceden.
Muchas veces en nuestras vidas, sentimos que Jesús calla, nuestra fe se ve desbordada ante el dolor, el sufrimiento y las heridas provocadas por una vida no muy coherente al estilo de vida de Dios. Pero, Jesús está en el camino, Él nos espera, no se cansa, espera que nuestra fe desborde en confianza abandonándonos a su voluntad, entonces surge el milagro.
Cuando la esperanza cristiana es renovada fluye una nueva luz que hace posible vivir desde la confianza en el Padre, en su proyecto de amor, acogiéndonos en su misericordia para alimentarnos espiritualmente. ¿Tenemos nosotros esta fe o dudamos de esta misericordia de Dios en nuestras vidas?
Oración
Oh buen Jesús, gracias por permanecer a mi lado en todo momento, sobre todo en aquellos en que me siento derrotado por las tempestades en las que a veces creo que voy a sucumbir. Te entrego todo lo que estoy viviendo y todo aquello que ha puesto freno a mis deseos de superación. Bendice mi trabajo, mis esfuerzos por intentar dar lo mejor de mí. Te alabo y te bendigo por todas las cosas que me das y por todo el amor que me regalas.
Señor mío, sé que cuento con tu bendición y con tu protección en medio de las tribulaciones de la vida. Yo sé cuáles son mis debilidades y mis limitaciones, todos esos errores que me llevan a faltarte y a faltarles a mis hermanos, pero aun así me amas y me buscas, sin que yo crea merecerlo. A veces siento que pones a prueba mi fe, mil tormentas hacen tambalear mis pisadas haciéndome perder el horizonte de tu amor; pero sé que al final me darás una prueba de tu gran amor y tu gran compasión, si aprendo a ser paciente ante tu aparente silencio y a tener confianza en ti.
Amor, paciencia y confianza: lo que a mí me falta y espero de Ti. Amor a ti y al prójimo, paciencia ante las pruebas que no faltan, confianza en tu infinita misericordia. Amén
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jueves, 23 de febrero de 2017

7 COSAS QUE TU ESPOSO DESEA QUE TU CONOZCAS

7 cosas que tu esposo desea que tú conozcas

 
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Estos son los 7 deseos más comunes que la mayoría de los hombres tenemos pero que nos cuesta mucho decirlas en voz alta

 
¿Qué cosas desea un hombre que su esposa conozca? La típica respuesta de un hombre cuando se le pregunta lo que está pensando, es “nada”.
Esto no significa que estemos siempre pensando en “nada”, sino que usualmente no sabemos cómo traducir los sentimientos en palabras.
Tu esposo en realidad quiere que tú, su esposa, conozca estas cosas, pero no siempre sabe cómo decirlas. Por supuesto que esto es una generalización, y por lo tanto no aplica para todos los hombres ni para todas las situaciones.
Aun así, parece haber una tendencia donde los hombres se esfuerzan por comunicar sus sentimientos y deseos, y sus esposas se esfuerzan por saber  “lo que está pasando por sus mentes”.
Voy a compartir contigo una lista de los 7 deseos más comunes que la mayoría de los hombres tenemos pero que nos cuesta mucho decirlas en voz alta.
La comparto simplemente para precipitar conversaciones saludables en tu matrimonio. No todas aplican para cada hombre, PERO muchas de estas probablemente apliquen para tu marido.
Pregúntale si alguna de ellas aplica para él. Esto puede conducirlos a algunas de las mejores conversaciones íntimas que jamás hayan tenido.
Las 7 cosas que los esposos desean pero raramente lo comunican, son:

1.- Necesidad de respeto

El hombre necesita desesperadamente el respeto de su esposa. Él quiere saber que ella cree y confía en él.
Aún el hombre más seguro de sí mismo, se encuentra secretamente desesperado por el respeto de su esposa. Cuando un esposo se siente respaldado por su esposa, él realmente cree que puede cargar el mundo entero. Cuando él cree que su esposa no cree en él, entonces tendrá heridas profundas y escondidas.
Quizás tu esposo no está actuando muy respetablemente ahora, y quizás sientas que no debes dar respeto hasta que él se lo gane. Esta es una perspectiva comprensible pero equivocada, ya que una falta de respeto raramente motiva a un hombre a mejorar, PERO encontrar algo en él digno de alabar y respetar, usualmente lo  motivará para seguir ganando y construyendo tu confianza en él.
El número dos quizás te haga reír, o quizás te ofenda, pero de cualquier manera, es la verdad…

2.- Elegante pero atrevida

Él quiere que su esposa sea elegante en público pero atrevida en la cama.
Hay un cantante rapero llamado “Ludacris” que tiene una canción famosa que dice: “He wants a lady in the street but a freak in the bed”, que significa: “él quiere que sea una dama en la calle pero un monstruo en la cama”.
Normalmente no cito raperos por su sabiduría acerca del matrimonio, pero en este caso, él ha acertado en describir los sentimientos no hablados de la mayoría de los hombres.
Tu esposo piensa en sexo todo el tiempo. El hombre promedio tiene un pensamiento sexual al menos una vez por minuto cada hora en la que está despierto. Es real, él quiere que seas una dama elegante en todas las situaciones de tu vida, PERO también quiere que desees tener sexo y que las fantasías sexuales compartidas sean la prioridad con él.
Los hombres más felices con su matrimonio casi siempre mantienen una fuerte satisfacción sexual con su esposa. Pregúntale acerca de esto. Pregúntale cuáles son sus fantasías contigo y comparte las tuyas también. Obviamente, estas fantasías tienen que estar dentro del sagrado y monógamo matrimonio, y aun así, hay un montón de espacio para la creatividad y DIVERSIÓN.
No permitas que las inseguridades o sentimientos de inadecuación acerca de tu cuerpo o imagen vengan a diluir esto. Tu autoconfianza lo encenderá. Él te ama a TI. Él te desea a TI.
El número tres cambiará la manera en que inviertes tu tiempo libre...

3.- Verdadero interés

Él quiere que tomes un genuino interés en las cosas que a él le interesan…
La mayoría de los matrimonios tienen sus pasatiempos cada uno por separado. En muchos casos está bien tener pasatiempos diferentes y por separado PERO las parejas más felices encuentran oportunidades para compartir estas experiencias, juntos.
Quizás tu esposo ame los deportes y tú los odies. Quizás nunca llegues a ser tan fan como lo es él, pero si tomas el tiempo para aprender las reglas del juego y conocer algunos datos de su equipo favorito y de los jugadores, él se dejará llevar y amará la oportunidad de hablar contigo acerca de esto. Esto ayudará a lograr una mejor conexión de una forma que no lo habían hecho antes.
Esto quizás también favorezca que él se interese en tus pasiones y ocupaciones. Entre más intereses y experiencias compartidas puedan crear, el matrimonio se volverá más fuerte.
El número cuatro traerá mucha más paz a tu hogar...

4.- Él desea tu felicidad

Él quiere que seas feliz, porque cuando eres feliz, él también es feliz. Cuando tú estás preocupada, él también se preocupará.
Como esposa,  eres el termostato de tu casa, aunque no te des cuenta. Un termostato controla la temperatura en la casa. Tú tienes el poder de crear un clima de bienestar, menos tenso en casa PERO también tienes el poder de crear un ambiente estresante.
Tu esposo realmente desea que seas feliz porque a él le interesas tú, pero también quiere que seas feliz porque tu estrés es una de las más grandes causas de su estrés.
El número cinco cambiará la manera en que ves a ambos: el matrimonio y la maternidad...

5.- Mamá ejemplar pero antes buena esposa

Él quiere que seas una gran mamá, pero él no quiere sentirse como un hijo más. Tampoco quiere sentir que valoras más el ser mamá que el ser esposa.
Si tienes hijos, seguro sabes que ellos necesitan un montón de tu tiempo y atención. La paternidad es una sagrada responsabilidad  y un privilegio, PERO cuando ponemos el matrimonio en segundo plano mientras los hijos crecen, todos pierden.
Tus hijos necesitan la seguridad que viene al ver un matrimonio saludable modelado ante sus ojos. Ten el tipo de matrimonio que hará que tus hijos se motiven a tener uno algún día. Aparta un tiempo para tu esposo. No lo trates como a un hijo más y mucho menos lo trates como una interrupción, ya que él podría hacer lo mismo contigo.
El número seis viene de un lugar de buenas intenciones, pero puede herir profundamente a tu marido...

6.- Ámalo por lo que ya es

Él quiere que lo ames por lo que ya es, y que no trates de cambiarlo para que sea alguien más.
Creo que fue Barbara Streisand quien dijo:
“He visto mujeres gastando 20 años en tratar de cambiar a sus maridos y entonces luego se quejan que no es el hombre con el cual se casaron”.
Algunas esposas (con buenas intenciones) mirarán a su esposo como un proyecto de renovación. En un intento por hacerlo superarse, tratan de implementar “mejoras” en él, no para él; esto lo hará sentir que no es aceptado ni amado así como es.
Es bueno que se supere, pero hay que animarlo por medio de la motivación y haciéndole saber con frecuencia que lo amas por lo que él es.
El número siete revela su gran esperanza por la relación...

7.- El mejor amigo con el que quieras estar

Él quiere que lo veas como si fuese tu mejor amigo. Él desea que disfrutes estando con él más que lo que disfrutas con tus amigas o cualquier otra persona.
Tu esposo quiere que tengas amistades y que salgas con tus amigas, pero él quiere ser tu MEJOR amigo. Él quiere ser el primero cuando vengas con buenas noticias (y también malas). Él quiere ser con quien quieras escapar y no de quien quieras escapar. Él quiere compartir aventuras contigo y crear recuerdos perdurables contigo.
Si ambos invierten en la amistad con el otro, tendrán una ganancia inteligente en su matrimonio. Los matrimonios más fuertes están compuestos de dos mejores amistades.