lunes, 14 de noviembre de 2016

UN ALMA QUE SE SANTIFICA

Un alma que se santifica.

Un alma que se santifica vale más que todo lo demás, que todas las obras exteriores y de apostolado. Es bueno que esto lo tengamos en cuenta para no equivocar el camino. Está bien que hagamos apostolado y evangelicemos, pero los primeros evangelizados debemos ser nosotros mismos. Tenemos que poner en práctica lo que sabemos de nuestra fe, y trabajar en nuestra santificación y, sobre todo, dejar trabajar a Dios en nosotros para que Él nos santifique con su Espíritu Santo.
Es que a veces estamos tan atareados en el apostolado y en buscar la salvación de las almas, que quizás nos olvidamos un poco o bastante de nuestra propia alma, siendo que nadie puede dar lo que no tiene, y entonces jamás daremos a Jesús a los demás, si no lo tenemos nosotros por la gracia santificante y las virtudes.
Ahora es el momento de recordar también aquella frase muy verdadera que dice: “Alma por alma, salvo la mía”. Es decir, que debo tratar de salvar almas, pero PRIMERO debo salvar mi propia alma, tengo que trabajar por mi santificación, huyendo del pecado y practicando la virtud, alimentando mi alma con la Palabra de Dios y con los Sacramentos, pues paradójicamente cuanto más pensamos en nosotros y en nuestra santificación, tanto mayor bien hacemos a los demás, sabiéndolo o sin saberlo, pues aunque ni siquiera salgamos de nuestra casa a predicar, con nuestra santificación, y gracias a la Comunión de los Santos, por los que todos estamos misteriosa pero realmente unidos, hacemos mucho bien a las almas. Recordemos que Santa Teresita es patrona de las misiones, y jamás salió de su convento. Con esto la Iglesia nos quiere recordar una verdad muy olvidada en estos tiempos de frenética actividad: Que sólo hay una cosa importante: tener a Dios en el alma por la gracia, y buscar ser santos.
Pensemos en estas cosas y tratemos de ponerlas en práctica, porque tanto ver este mundo, y las cosas de este mundo, de manera racionalista, con la sola razón, nos olvidamos de practicar la Fe, nos olvidamos de que Dios es un Dios de milagros y que trabaja en lo interior y escondido, y que difícilmente las obras de Dios se traslucen al exterior, y en todo caso, si se ven exteriormente, es porque hay un interior muy unido al Señor.
Así que cuando nos asalte el pensamiento de que “yo no hago nada, ningún apostolado, nada aparentemente útil”, pensemos que la forma de ser más “útiles” a Dios y a los hermanos, es trabajar en nuestra propia santificación.
cenaculo